El miedo a los atentados vence a la Navidad
Traigo dos noticias, una buena y una mala. La buena es que este año no habrá atentados yihadistas contra los tradicionales mercadillos navideños alemanes. La mala es que tampoco habrá mercadillos navideños en Alemania. Una cosa por la otra.
El primer mercadillo navideño cancelado, que se celebra desde hace siglos, ha sido el de Overath, en Renania del Norte-Westfalia. La razón es muy sencilla: la seguridad necesaria para que los visitantes puedan pulular tranquilamente entre sus puestos es prohibitiva, y ni la organización de los mercadillos ni las autoridades municipales están dispuestas a gastar esa pequeña fortuna.
Precisamente estos días se inicia en Alemania el juicio contra el autor (presunto, vale) del atentado contra el mercadillo navideño de Magdeburgo, otro que cierra sus puertas. Taleb Al-Abdulmohsen, médico saudí de 51 años, embistió a la multitud con su monovolumen en un ataque que dejó seis muertos y más de 300 heridos.
La atrocidad de Magdeburgo siguió a una serie de atentados frustrados o parciales en toda Alemania, como un ataque frustrado contra un mercado navideño de Schleswig-Holstein en noviembre de 2024, un atentado con bomba planeado por extremistas tayikos en Colonia y Viena, y los apuñalamientos del Festival de la Diversidad de Solingen llevados a cabo por un islamista sirio en agosto de 2024.
Los grandes fenómenos de la historia, como el fin del Imperio Romano, no tienen necesariamente elementos dramáticos que los marquen. Cuando Alarico entró a sangre y fuego en la Ciudad Eterna, ésta ya era una cáscara vacía, una pálida sombra de lo que había sido. No: el imperio cayó en puentes que se caían sin que ya nadie los reparase, en territorios que dejaban de vigilarse, en cesiones menores, disfrazadas en un lenguaje burocrático, a los bárbaros que inundaban ya el antiguo imperio.
El islamismo es, en Alemania y en muchos otros países de Occidente, el Grinch que robó la Navidad. El miedo la cancela: no se necesita ningún gobierno tiránico, al estilo del soviético de su tiempo, que prohíba tradiciones milenarias en nuestro mundo.
La Navidad no es una tradición islámica. La Navidad es una tradición nuestra, cristiana pero disfrutable y disfrutada por millones de compatriotas con independencia de su fe o falta de fe. Es una de esas cosas que distinguen a una civilización y, precisamente, es por eso por lo que hay que acabar con ella, porque hemos llegado a la conclusión de que ser «inclusivos» significa renunciar a lo propio.
En una de cada cinco aulas bávaras, los niños germanohablantes son minoría. Basta echar un vistazo a las tasas de natalidad de las alemanas nativas, a las de los inmigrantes de países islámicos y a las cifras de los que siguen llegando cada año, es fácil deducir que esta situación irá a peor de año en año, hasta que los mercadillos navideños, la propia Navidad y todo lo que ha hecho distinto a Occidente desaparezca de nuestras naciones.