¿Malos tiempos para la UE?

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Corren malos tiempos para los defensores de la Unión Europea.

Aprovechando la crisis originada por la pandemia del coronavirus, tradicionales detractores del proyecto se han apresurado a destacar su inacción e insolidaridad y a ellos se han unido nuevas voces que llevadas por la desazón provocada por la crisis se han preguntado para qué queremos una Unión Europea si no responde cuándo más la necesitamos.

Así pues, el proyecto europeo se ha convertido en el perfecto chivo expiatorio tras el que escudar la mala gestión de los gobiernos, quienes realmente ostentan el poder en esta Unión, en la que siempre, no sólo en esta crisis, ha interesado poner el foco de sus negociaciones. Responsabilizándola de sus malas gestiones o vanagloriándose con intereses partidistas nacionales cuando han visto ocasión de vender un supuesto éxito en Bruselas.

Lo sucedido ahora no es diferente a crisis pasadas. Gobiernos como el Sánchez-Iglesias, con una desastrosa gestión de la crisis han intentado diluir sus responsabilidades desviando la atención hacia la Unión Europa. Frente a esta actitud, contrasta el caso griego, ejemplo europeo en gestión de la pandemia -dudo mucho de que el país heleno se encontrara en la misma situación de estar al frente del gobierno Alexis Tsipras, el alter ego de Pablo Iglesias en Grecia-.

Pero aun admitiendo que la Unión Europea tardó en reaccionar frente a la pandemia -la presidenta de la Comisión Europea ha pedido recientemente perdón a Italia por no estar ahí al comienzo de la crisis-, somos afortunados de pertenecer a este club, especialmente en estos momentos.

Sin el libre flujo de mercancías gracias al Mercado Único interior y los corredores verdes implementados por la Unión que priorizan el transporte de material médico y bienes de primera necesidad, ¿cómo estaríamos en este momento en que muchos países europeos se han replegado cerrando las fronteras?

¡Cuánto más difícil sería para nuestros compatriotas repartidos por todo el mundo, con dificultades para volver a casa, si otros países europeos no los repatriaran como si se trataran de sus propios nacionales! Y es que actualmente, gracias a esta coordinación y solidaridad en acción, más de 40.000 europeos atrapados en el exterior han podido regresar a Europa gracias a un mecanismo financiado en gran parte por la UE.

No debemos dejar pasar por alto, tampoco, la ayuda económica de la Unión Europea a sus socios para combatir la pandemia y la crisis derivada de ella, hasta unos 3 billones de euros por el momento y en tiempo récord.

Presos de nuestra desolación en momentos difíciles podemos estar contribuyendo a blanquear la imagen de regímenes que, explotando la situación derivada de esta crisis, tratan de agitar el tablero internacional, hacer valer sus intereses y ejercer su influencia geopolítica.

En el tiempo que llevamos de pandemia en Europa, hemos visto a gobiernos autoritarios como el de China y Rusia calificados de benefactores y admirados por su generosidad hacia los países europeos mientras la UE y sus estados miembros, espacio de solidaridad, libertad y seguridad, eran acusados de insolidarios.

Durante días, contemplamos imágenes de la llegada de ayuda rusa y china frente a un desentendimiento mutuo entre vecinos.

Llama la atención estas comparaciones y más aún que los europeos, amantes de nuestro modo de vida, caigamos en la trampa de dejarnos llevar por un magnífico relato de relaciones públicas y de propaganda de regímenes unipersonales, donde sus ciudadanos no gozan de las libertades y los derechos de los que afortunadamente sí disfrutamos en Europa.

Pero yo no olvido el silencio de China cuando surgió la pandemia y no me creo los datos de Rusia sobre el alcance del coronavirus en el país.

¿Es que acaso han sabido ellos gestionar mejor la crisis que la Unión Europa? Eso es lo que tratan de hacernos creer mediante el silencio informativo y el control de la información. Al mismo tiempo, a través de la desinformación, buscan difundir la idea de una presunta falta de solidaridad europea.

Yo prefiero la democracia, aunque vaya más lenta, la transparencia y la pluralidad informativa. Derechos fundamentales que también garantiza la Unión Europea. En estos momentos de estado de alarma, algunos gobiernos, como el de España, pueden aprovechar las medidas extraordinarias para tratar  de imponer su agenda política y anular a los medios de comunicación críticos con la acción del Ejecutivo.

Clamorosos ejemplos, haberlos haylos, como aprovechar el decreto ley de medidas urgentes para hacer frente a la crisis sanitaria y económica del coronavirus para blindar a Pablo Iglesias en el CNI, la preselección de preguntas a los periodistas, la anulación de facto del Portal de Transparencia o las recientes declaraciones sobre el trabajo de la Guardia Civil para minimizar el clima contrario a la gestión de crisis por parte del Gobierno.

La Comisión Europea está investigando el abuso de las medidas en todos los Estados de la UE. Si la izquierda española y europea, en su obsesión por desviar la atención hacia otros países como Hungría, centro de sus dianas, pensaban que sus intentos de ataques a las libertades fundamentales iban a pasar desapercibidos, están equivocados. La Unión Europea también los está monitorizando.

Infravaloramos lo que supone este proyecto europeo pero yo estoy más tranquilo sabiendo que España debe acatar las leyes europeas y que el gobierno debe responder de sus devaneos ante las Instituciones de la UE; sabiendo que los valores como el respeto a la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad y los derechos humanos están recogidos y amparados por la Unión Europea, escudo y baluarte contra las amenazas exteriores pero también contra las tentaciones de gobiernos como el de Sánchez-Iglesias.

Aunque corran malos tiempos para los defensores de la Unión Europea, yo me declaro uno de ellos y no por amor a la UE sino porque es lo único que garantiza un futuro a nuestros hijos y a nuestros nietos, si es que algún día empezamos a pensar en ellos y no en nosotros mismos y en nuestro bienestar inmediato.

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