Apuntes incorrectos

La mala educación y sus efectos pecuniarios

La mala educación y sus efectos pecuniarios
La mala educación y sus efectos pecuniarios

De muy joven tuve la enorme fortuna de ir -la verdad es que no había más remedio- a la escuela nacional de mi pueblo. Como todos. Los maestros eran excelentes. Sabios y rectos. Doy fe de que en aquella época no era fácil domesticar y civilizar lo más parecido a una manada de niños asilvestrados -por decirlo de manera elegante-, cada uno de su padre y de su madre, viviendo en muchos casos en circunstancias familiares perentorias y con intereses alternativos a los de resolver un problema matemático elemental.

Después estuve en centros privados, pero puedo asegurar que no encontré profesores intelectualmente superiores a los que me acompañaron en los años más tiernos de la infancia, ni más estrictos. Desde entonces estoy convencido de que no hay mayor mecanismo institucional de redistribución de los recursos públicos que la educación. A su lado, el debate sobre la falaz bondad de unos impuestos progresivos, esos que castigan sin misericordia el éxito para subvencionar a quien todavía no ha dado lo mejor de sí mismo para conseguirlo, es un chiste. Con esto quiero decir, sobre todo, que cuanto más exigente sea el sistema educativo mejor será para los pobres. Para los hijos de familias desdichadas, aunque probablemente felices, la obligación, el deber, el que el maestro de turno no te pase ni una es la sola oportunidad que tienen de prosperar y de encontrar un puesto de trabajo decente.

Los hijos de las familias acomodadas, los ricos, tienen múltiples soluciones para sortear la desidia general en la que ha degenerado el sistema educativo. Obtienen asistencia extraescolar o van a centros de pago en los que la disciplina es la moneda corriente y se premia el sacrificio y el mérito. Desgraciadamente, la izquierda ha malentendido siempre la educación, o la ha interpretado en el sentido equivocado -no en el de producir buenos ciudadanos sino en el de fabricar masivamente socialistas-.

El primero que la malversó desde la malhadada LOGSE fue el ministro Alfredo Pérez Rubalcaba. La teoría de este señor despedido en su funeral con honores de Estado, avalada desde luego por el entonces presidente Felipe González, y ahora exprimida hasta límites obscenos por el Gobierno de Sánchez, es que hay que hacer lo posible para que los pobres hagan una carrera y obtengan el título correspondiente -al margen de sus aptitudes y conocimientos contrastados- sin reparar en que como las carreras están cada día que pasa más desprestigiadas y que los certificados carecen de valor alguno, la empleabilidad que cabría esperar de un modelo institucional que ha roto cualquier estándar plausible de exigencia equivale a cero.

Hoy en los centros de formación y en las universidades se aprende menos que en la escuela nacional de mi pueblo y en ellos ha desaparecido como por ensalmo la exigencia, que es la clave de la evolución. Comparado con esta falta de respeto al sentido común, la decisión de la ministra Pilar Alegría de castrar la enseñanza de la Historia o de suprimir la Filosofía de los currículos, más que ofensiva, es cómica. Es la última muestra de la degradación pertinaz que arrastramos desde hace décadas, permitiendo el pase de curso con asignaturas suspendidas, habiendo socavado antes la cualificación de los profesores y sobre todo su autoridad, además de empoderando a los alumnos con el apoyo y la venia de los padres. Todo este cúmulo de errores es lo que nos ha conducido a la penosa situación que atravesamos.

Decía sobre la educación el premio Nobel Amartya Sen que es uno de los mecanismos para potenciar las capacidades del individuo de cara a aprovechar las oportunidades del mercado. La educación constituye la mejor escalera social, el ascensor por antonomasia para prosperar, la palanca, la guía ineludible para escapar de la pobreza gracias al talento innato en todas las personas si ha sido bien estimulado por medio de la exigencia y del esfuerzo. Con un sistema orientado a la excelencia, los pobres bien dotados podrían comerse por los pies a los niños ricos, pero si les das facilidades y los colmas de regalías entonces los adocenas, los conviertes en un remedo de los niños de familias ricas que jamás disfrutarán de sus posibilidades. Así además, la educación es el mejor predictor del PIB, del futuro crecimiento de un país. Junto a la libertad de mercado y la igualdad ante la ley son los pilares del progreso.

Estas ideas tan elementales son en cambio refutadas por la izquierda. El pasado 9 de abril el diario El País, que es el vocero del Gobierno, defendía ardorosamente los nuevos planes de estudio de la ESO y del Bachillerato porque con ellos “se abandona por fortuna el modelo enciclopédico y memorístico en favor de otro destinado a capacitar al estudiante para un aprendizaje competencial continuado en presente y en futuro”. ¿Acaso usted ha entendido algo de lo que nos quieren decir o defienden estos paladines de la modernidad? Cuando se observa en qué va a consistir la alternativa a «la educación canónica y cerrada» es para echarse a temblar. Aparece todo el lenguaje repugnante de la izquierda: la ‘socioafectividad’, el rechazo compulsivo del fracaso, el repudio de toda la historia de la que somos deudos, la perspectiva de género, los objetivos de desarrollo sostenible, la lucha contra el cambio climático; en lugar de la filosofía, los valores cívicos y éticos, y así suma y sigue con el resto de los mantras del socialismo pedagógico.

Todas estas desviaciones patológicas perjudicarán gravemente a los alumnos con menos recursos, que no tienen otras posibilidades formativas que una educación pública de calidad. Esta es la que garantiza la igualdad real, no el igualitarismo siniestro que buscan los mandarines del poder. El conocimiento es poderoso. Cuando un alumno sabe es difícil que le engañen, su inclinación será el razonamiento, el pensamiento crítico, la profundización en los asuntos de que le hablan. Estas son las condiciones para empoderar de verdad a los pobres, las que les facilitarán desenvolverse y superar las dificultades debidas al nacimiento y la clase social a la que pertenecen, pero son justo las contrarias de las que predica y quiere reglamentar el Gobierno de Sánchez en busca de siervos sometidos a los dictados del Kremlin reubicado en La Moncloa.

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