Imputar al soldado Torra

Imputar al soldado Torra

De no ser por la gravedad de los desacatos de Quim Torra, el clima tan inflamable de la política catalana y los indicios de un radicalismo preparándose para actos de violencia, el caso de la pancarta en el balcón de la Generalitat podría verse como el clímax de un ridículo de opereta. Un ridículo primario que desprestigia la institución que debiera, como el parlamento autonómico, representar fidedignamente a toda de la ciudadanía de Cataluña. En plena comedia de enredo, el presidente de la Generalitat ya       recibió del TSJ la orden de quitar la pancarta, dijo que nunca lo haría y acabó haciéndolo para luego dar el relevo a extraños personajes que volvieron a colgarla en una indescriptible quiebra de la formalidad institucional.  Es un signo más de la honda crisis de autoridad que vive Cataluña.  Hay balcones con mala suerte porque quienes debieran darles dignidad los degradan hasta tal punto que –como ocurre con Torra- reclaman su propia inhabilitación institucional.

A la espera de que se aclaren sus relaciones con los CDR, lo cierto es que el fundamentalista Torra los ha alabado varias veces como fuerza de choque cuya presión “kale borroka” podía dar impulso al independentismo y a la insumisión más radical, de modo que el fin de la secesión justifica los medios que sean. Políticamente, Torra es un ser anodino que simplemente desconoce las opciones de la política como arte de lo posible y ni tan siquiera sabe en qué consisten el poder o las concreciones presupuestarias. Quedaría bien perorando ante un puñado de turistas en el parque de la Ciutadella, a imitación de los chalados de Hyde Park.  Imbuido por la presunción de ser un intelectual ocasionalmente metido en política para salvar a su Cataluña, resulta ser un hombre de elucubración indigenista, en las antípodas de la noción del estado de Derecho. Cotéjenlo con Francesc Cambó para constatar que en política todavía hay clases.

En los álbumes de citas de Torra aparece un perfil de “ayatollá” aclimatado en los despachos de una aseguradora suiza.  En un homenaje al heroísmo de los hermanos Badia, representativos de un “fascio” a la catalana, Torra dijo que quería a su lado un presidente de la república catalana “intransigente, optimista, paramilitar, visionario, persistente, hombre de Estado, feroz”. De ahí que haya animado a los CDR a ser insurgentes y más activos. Con las recientes detenciones, todo el independentismo político y mediático se ha atrincherado en el argumento de que la violencia política es imposible en Cataluña. Torra sostiene que la posibilidad de un terrorismo secesionista –ya existió con “Terra Lliure”- es una invención de ese adversario inicuo que es España. Hay poco heroísmo en el soldado Torra, poniendo y quitando pancartas, del mismo modo que defiende un ADN catalán incapaz de violencia. Es todo lo contrario de lo que decía sobre las razzias de los almogávares en Grecia: eso era “pasión, muerte, destrucción, venganza, política, arte, violaciones, asesinatos, traiciones, belleza, épica, odio, sangre, conquistas”. Añadía el sexo y lo presentaba como un “hit” digno de “prime time”. Audaz Torra, un nostálgico de epopeyas imaginarias que rebobina desde el tresillo de su casa, mientras que incluso los suyos no saben qué hacer con él porque no se atreven a impugnarlo.

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