Opinión

Una huida que provoca vergüenza infinita

¿Imagina el avieso lector que algo de lo ocurrido el pasado jueves en la decadente Barcelona pudiera darse en países como Alemania, Francia, Reino Unido, Holanda o Italia, incluso en países que ni siquiera están en nómina como socios en la Unión Europea o forman parte del mundo libre?

Decididamente, no. El prófugo de los siete años y aumentando, jaleado como un Wallace de hace seis siglos por una pléyade de ganapanes al uso que se han creído que un pequeño territorio de 32.000 kilómetros cuadrados es el epicentro del universo y que todo aquello que no lleve encima la barretina carece de valor y de futuro. El líder del 1-0 es el héroe irredento de una parte de la locura independentista catalana. Este inmarcesible libertador es el coprotagonista de la última gran vergüenza para el Estado y para la nación española de la que se mofa y descojona cada vez que tiene ocasión y el poder de ese Estado se lo permite y aún coadyuva entre la incredulidad de propios y, sobre todo, extraños.

Describiendo por corto y por derecho la situación, Puigdemont es un prófugo perseguido por dos probos jueces. Simplemente un prófugo sin más recorrido que la dimensión de la cuerda que le ofrece Sánchez, auténtico culpable de la vergüenza infinita a la que lleva tanto tiempo sometiendo al pueblo español y a las instituciones democráticas. Puigdemont se burla de 48 millones de españoles porque hay un jefe de Gobierno que se lo permite; a cambio, el huido le garantiza seguir utilizando las bicocas que suponen ser primer ministro. Algún día tendrán que responder uno y otro de su alianza malvada y antidemocrática para descarallarse del inerme y sufrido pueblo español. A Puigdemont ya le conocemos; al otro, también.

Lo vivido el pasado jueves, con el juez Pablo Llarena esperando en su despacho su detención, sobrepasa cualquier límite de decencia en un país serio en el que el poder constituido respeta el origen de su poder. La ignominia la describió el nuevamente huido en dos palabras: «Ni detenido, ni localizado». El resto de las conclusiones se las dejo al lector.