Hombres: especies perseguidas, ¿mañana protegidas?

hombres perseguidas
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Hoy ya la paridad empieza a ser disparidad. El sexo ya prima por encima del mérito, la eficacia o la vocación. Y todo en una situación en la que la mujer está a punto de sobrepasar -y no pasa nada- al hombre en todos los ámbitos de los que queramos hablar. Pero su superioridad no va a llegar por la aclamación de estúpidas leyes como las que ha urdido, a toda prisa, este narcisista sin escrúpulos que atiende por Sánchez Castejón, bodrios para ocultar o, al menos, disimular, esta horrenda realidad: su apestosa ley del sólo sí es sí está a punto de blanquear la delincuencia de ya casi mil violadores y agresores sexuales. La última iniciativa de Sánchez no es lo que aparenta, no es un ingenio propio, es como, su tesis doctoral, una copia, una trasposición de la directiva del Consejo de Europa que prevé para 2026 la presencia de un 40% de féminas en los cargos dirigentes de instituciones públicas y privadas.

Pero eso poco le importa a este pillo de pitiminí, le importa arrojar del debate social este descomunal escándalo que han producido sus enchufadas Montero y Belarra, éstas que se aprestan a colocar boca abajo todo lo decente de este país antes de que las urnas les devuelvan a la casa de donde nunca deberían haber salido. Algo que desean/deseamos con vehemencia el 90% de los españoles.

Porque su triunfo es que ha llegado un momento en que cualquier manifestación digna y hasta biológica de la masculinidad es interpretada, y penada probablemente, como un ataque al feminismo totalitario que nos aherroja, ése que es mentira que apueste por la igualdad; falso, busca la imposición sin miramientos de sus presupuestos ideológicos, muchos de los cuales se apartan estruendosamente de la vía natural de las cosas. Es una revancha genérica contra todo lo que parezca, aunque no lo sea en absoluto, un decidido machismo.

No interesa nada al discurso de estas enragés que este orden social y hasta natural que describimos vaya a conducir indefectiblemente a las mujeres a ocupar puestos de mayor jerarquía y relevancia que los que ahora disfrutan, a las citadas tigresas del feminismo feroz esta realidad que se impone les trae por una higa. Ellas van a lo suyo: a la lucha elemental, a la confrontación de sexos. Claro está que este tipo de tremendismo no ignora -o si no lo ignora, lo desdeña- que en este preciso instante las mujeres sobreabundan en las carreras y las oposiciones de mayor importancia, dificultad y relieve; son más y, encima, las mejor colocadas, y lo son porque son probablemente superiores, más activas, más preparadas, más ambiciosas y más constantes. A todas ellas -¿quién entre nosotros no lo ha comprobado?- les irrita (a veces hasta les da la risa) que les aúpen en los cargos de privilegio en función de que tienen (y quieren seguir teniéndolo pese a la involucionista Ley Trans) cuerpo de mujer.

Son ellas las que van a mandar porque la cantidad y desde luego la calidad se establecerá por encima de la abulia y la falta de apetito profesional que patentizan muchos de nuestros congéneres masculinos. Eso es lo que se nos viene encima y eso es lo que hay que celebrar porque, no se trata de una imposición sectaria de un Gobierno mendaz y estólido, sino porque la cosas, incluso entre los propios humanos, son como deben ser, como indica ya el tiempo presente y profetiza el venidero. Por ejemplo, en tesituras como la que prevemos y ya intuimos con gran nitidez, los especialistas que salen de nuestros MIR camino a los hospitales españoles, casi los más prestigiosos de Europa, o los letrados que van a cuidar en lo sucesivo de la buena aplicación de las leyes, se distinguirán no por su pertenencia a una determinada condición sexual, sino, dicho muy domésticamente, porque sean buenas/os o malas/os profesionales. Nada más que por eso, lo cual ya es bastante.

Esta es la verdad que no admite discusiones marginales o directamente sectarias; es la realidad, y no la impostura fabricada por este Gobierno de incapaces y su cohorte de chisgaravís. Es en todo caso, ya lo denunciamos, el éxito, de los sujetas/os que están consiguiendo algo miserable: que los hombres que ahora nos consideramos tales nos hallemos en posición de prevengan, casi hibernados por un temor relevante a expresarnos, no vaya a ser que nos fusilen al amanecer en el Parlamento o en cualquier red maldita. Dicho sin ambages: el que se atreva que confiese en público lo que ya musita casi de rondón en el incógnito más precavido: todos nos sentimos acosados por esta pléyade de revanchistas supuestamente históricas que nos pretenden domeñar como si fuéramos en verdad los osos en peligro de extinción de las montañas asturianas. Visto así, los hombres ya nos vemos como especies perseguidas, por eso la pregunta consiste en esto: ¿lo seremos totalmente antes de que se declare también por ley nuestra doméstica protección? Andamos por el camino perjudicial y tóxico, lo apropiado es la rectificación, propalar la auténtica normalidad que no es otra cosa que la victoria o el fracaso según nos vaya a todos en la vida.

Las mujeres listas y preparadas, que son legión, no desean primogenituras dictadas o fingidas en base a qué sé yo de cuotas más o menos legales; quieren que les dejen en paz para lograr algo que ya es apabullante y seguro: su papel preponderante en la sociedad que nada tiene que ver con el aplastamiento exigido del hombre como rival al que hay que derrotar al precio que sea. Claro que habrá aquí y ahora seres cómplices de las citadas que exijan la cárcel de papel o de Internet para opiniones como las que transmitimos con todo respeto pero con la mayor de las claridades. Da igual; no nos postremos ante su facundia de barricada. Anunciamos que despreciamos el horrendo lenguaje inclusivo que nos convierte a todos en amebas indiferenciadas.

Y un aviso final: por más que nos pongamos de rodillas ante los traficantes del antifaz feminicida, lo más que podremos lograr es que la coz en vez de atizarte en la entrepierna, te reviente la barbilla. Si aceptamos el confort, la inacción ante tanta estulticia, seguiremos comportándonos como una tribu perseguida que no guarda la menor intención de revolverse ante tan desastrosa posición. Para que mañana -una mañana muy cercano visto lo visto- nadie decrete nuestra protección casi zoológica, no podemos aceptar hoy nuestro bochornoso sometimiento.

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