¿El fin de la galantería?
Nunca sabremos si fue la necesidad de expresarnos la que nos llevó a desarrollar el lenguaje, o si por el contrario, fue éste el que nos abrió la puerta para que pudiéramos manifestar nuestros más profundos sentimientos. El caso es que el lenguaje nos ha hecho avanzar y comprender el mundo, mejor que cualquier otra invención humana.
Al mismo tiempo que desarrollábamos el lenguaje, también lo hacían nuestros cerebros, y esto nos ha permitió incrementar nuestra inteligencia y ampliar nuestros horizontes. Ya lo decía el filósofo austriaco Wittgenstein: «Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo», es decir, cuanto más ampliemos nuestro lenguaje, más grande será nuestra inteligencia.
Una de las primeras expresiones de amor de las que tenemos constancia, es un poema de amor sumerio (2.000 AC) que fue escrito por una novia del rey Shu-Sin, y que en uno de sus versos decía:
“…Me has cautivado, déjame presentarme temblorosa ante ti.
Novio, dejaría que me llevaras a la alcoba…”
A pesar de la antigüedad del escrito, ya vemos giros de lenguaje, sensualidad y un tono que nos incita y sugiere. Los humanos hemos sabido crear múltiples formas de conmover con solo una frase, y la «galantería» es una de ellas. Galantería es un atributo al que acompañan apelativos tales como atento, gentil, bien educado… Y también era un «honor» que se atribuía a ciertos caballeros – de allí proviene la palabra «caballerosidad», que indica al hombre que actúa con cortesía, nobleza y distinción-. ¿Cuántos escritos, películas, obras de teatro, etc, se han hecho en torno a esta cuestión?
No obstante, parece que toda esa maravillosa invención humana, no está exenta del «revisionismo histórico» que acompaña a la era digital, y que denuncia que regalar una flor, abrir la puerta, o decir un piropo, puede ser calificado de sexista, discriminatorio, machista, paternalista, etc. Así le sucedió a Arturo Pérez- Reverte, quien fue tildado de machista por cederle el paso a una mujer.
Yo me pregunto ¿no se nos está yendo de las manos la cultura de lo «políticamente correcto»?
Por supuesto que no vamos a negar todos los crímenes, abusos de poder, favoritismos, machismos, oportunismos, etc, que históricamente hemos sufrido las mujeres; por fortuna, estas situaciones se han visibilizado, y hoy existen muchas instituciones que trabajan en pos de un futuro mejor para todas.
Sin embargo, pareciera que la solución a estos problemas, si hacemos caso a algunos colectivos, es pendular hacia el otro extremo, haciéndole pagar al hombre de hoy, todos los sesgos culturales y sociales aprendidos e interiorizados durante siglos. O sea, queremos curar un mal histórico, cortándolo de raíz. Realmente, en pleno siglo XXI, ¿no deberíamos apelar al pensamiento crítico para encontrar soluciones que no sean extremistas, y que en lugar de ver al hombre como un enemigo, podamos trabajar de manera conjunta para corregir los errores, haciendo pedagogía para cambiar esta mentalidad?
Si nos dejamos llevar por la idea de que todo es malo -como ya está sucediendo- los hombres (el género) comenzarán a modificar su lenguaje a tal punto, que la galantería desaparecerá por miedo a ser denunciado por «alguien» que es incapaz de diferenciar entre un piropo o un insulto. No olvidemos que nuestro lenguaje posibilita nuestro mundo, y si comenzamos a cambiarlo, presionados por algunos colectivos, ¿cuales van a ser los nuevos límites de nuestro mundo? Un mundo sin una palabra dulce, sin coquetería, o sin galantearía. Por este camino vamos directos a convertirnos en robots, sin sentimientos, sin contacto físico, sin historia y sin ningún interés.
Lo más paradójico del tema, es que esos colectivos que están detrás de toda esta marea de corrección política son los mismos que salen a exigir tolerancia, inclusión, respeto e igualdad…