El fiasco de la Generalitat

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El 23 de octubre del 1977, como muchos catalanes, fui a recibir a Tarradellas. No había cumplido apenas los 16 años. A escondidas de mi padre que era, como se decía entonces, un «nostálgico» del régimen.

Quedé encajonado entre la multitud en una calle próxima a la Plaza Sant Jaume. Pero daba igual.

La recuperación de la Generalitat provisional -una jugada maestra de Adolfo Suárez- tenía que llevarnos a una época de esplendor: ¡gobernarnos por nosotros mismos!

Cuarenta años después, Cataluña está hecha un desastre. En noviembre del 2020, unos hosteleros de L’Hospitalet lanzaron pintura contra la fachada del Palau en protesta por las medidas anticovid. Además, sin problema alguno porque, como era domingo, la dotación de los Mossos en el edificio estaba al mínimo.

Yo, desde luego, estoy en contra de esas cosas, pero la imagen de la Generalitat ha quedado maltrecha con el proceso.

El otro día, a raíz del informe de la comisión de peticiones del Parlamento europeo sobre la inmersión, el ex consejero Toni Comín se lamentaba del «nivel de desprestigio» de la Eurocámara y yo pensaba: «¿Y el de la citada Generalitat?».

Porque el proceso ha arrasado, de entrada, con la imagen de las propias instituciones catalanas: el presidente, el Govern, el Parlament, la presidencia del Parlament.

No es muy normal tener los últimos presidentes con problemas judiciales, aunque ellos digan que es debido a la «represión». O una presidenta del Parlament que, si no la incluyen en la amnistía, entrará en prisión por corrupción.

No se salva nada ni nadie: ni la Función Pública -perduran todavía lazos amarillos en algunos edificios públicos- ni TV3 ni los Mossos ni la famosa escuela catalana.

Lo peor de todo es que tampoco da la sensación de que sepan gestionar mejor. Otro de los mantras del catalanismo. Desde la época de Prat de la Riba cuando, con un zapato y una alpargata, hizo una buena gestión en la Mancomunidad (1914-1923). Antes de que se la llevase por delante la dictadura de Primo de Rivera. Dictadura, por otra parte, aplaudida fervorosamente en sus inicios por la burguesía catalana.

Pero el secreto de Prat de la Riba es que ponía a los mejores -la prueba es Eugeni d’Ors aunque luego la cosa acabó mal- y estos ponen a los suyos. El proceso se ha convertido, en efecto, en una gran agencia de recolocación.

Basta ver, por ejemplo, la gestión de la sequía. Desde luego no es atribuible a que no llueva al procés, pero no se hicieron inversiones en desalinizadoras previstas en el 2010. Tenían la cabeza en otras cosas.

En este caso son víctimas también de sus propias palabras porque sí se oponían al trasvase de agua del Ebro. No ya a la Comunidad Valenciana sino incluso a Barcelona.

Con la gestión de la inmigración ha pasado lo mismo. Prácticamente, todos, también los de Junts por mucho que ahora endurezcan el mensaje, eran partidarios de «papeles para todos», «refugees welcome», «cerrar los CIE», los Centros de Internamiento de Extranjeros. Hasta circulan fotos por las redes de Laura Borràs manifestándose delante del de la Zona Franca de Barcelona para exigir su cierre.

Resultado: Cataluña ha pasado en 40 años del 2% de población extranjera a más del 20%, según datos oficiales. Por supuesto, es más porque los sin papeles y los nacionalizados dejan de salir. En municipios como el de Salt, al lado de Gerona, superar el 40%.

Ahora ven las orejas al lobo no sólo por el impacto en materia de inseguridad ciudadana, sino por el crecimiento de Sílvia Orriols, independentista antiinmigración, que se ha alzado ya con una alcaldía tan emblemática como la de Ripoll.

Nadie pone en duda, ni siquiera los de Junts, que entrará en el Parlament en las próximas elecciones y desbaratará definitivamente el mapa político catalán. Lo que temen es perder la mayoría en el Parlament. En la calle, la han perdido ya.

Por no hablar de la educación. Han estado vendiendo durante cuarenta años que era un «modelo de éxito» hasta que el último informe Pisa, un programa de evaluación de la OCDE, ha derrumbado el castillo de naipes.

Todo el mundo sabe que la escuela catalana no tenía por objeto promover buenos estudiantes o buenos ciudadanos sino buenos catalanes. Así nos va.

Sin olvidar tampoco la crisis de los tractores. Oriol Junqueras les ha dado apoyo. Y ha afirmado que los agricultores «tienen razón». ¿Pero quién gobierna en la Generalitat? Pues Esquerra, el partido del que él es presidente. Aunque, dicho sea de paso, años atrás era la Consejería de Agricultura y ahora es de Acción Climática que ya indican por dónde van los tiros. Pero, de verdad, ¿para eso reivindicábamos el autogobierno en los comienzos de la Transición? Apaga y vámonos.

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