Expolio fiscal y grosería institucional

El pasado 1 de noviembre se produjo un hecho extraordinario en España. De alcance planetario. Hubiera pasado desapercibido de no ser por mi colega Beatriz Jiménez, una miembro de la tropa de sagaces periodistas que trabajan en OKDIARIO y engrandecen con su energía y nervio este periódico esencialmente pujante y vivo.
Este suceso formidable es que por primera vez en la historia la presión fiscal en España ha superado la media de la Unión Europea. El hecho ha pillado con el paso cambiado al Gobierno y a su legión de corifeos e intelectuales mediocres que pacen y cobran en muchos casos del sanchismo. Su tesis nuclear para oponerse a los planes del PP de bajar impuestos venía siendo hasta el momento que estábamos muy por debajo de la presión tributaria de la UE, que teníamos que explotar este margen al máximo, y que lo contrario constituía una irresponsabilidad que impediría una financiación más copiosa del sagrado Estado de Bienestar y de la protección social que lleva aparejado. Ninguno de estos argumentos ha tenido jamás consistencia técnica. Ya en términos prácticos la Comunidad de Madrid presidida por Ayuso se ha encargado de demostrar que se puede bajar el peso relativo de los impuestos y al mismo tiempo sostener la mejor y más intensa red asistencial de todo el país.
Además, la presión fiscal, que es la suma de los impuestos y de las cotizaciones sociales netas como porcentaje del Producto Interior Bruto, siempre ha sido un indicador engañoso. No refleja adecuadamente el afán pernicioso de los gobiernos de izquierdas por socavar los ingresos de los ciudadanos. Esta referencia no vale de nada si no se pone en relación con la renta per cápita de los países, un cálculo que nos ofrece la información valiosa que a todos nos interesa: la del esfuerzo fiscal que hacemos, y que tiene que relacionarse indeleblemente con nuestra renta personal y, en el caso de la nación al completo, con la renta media de sus contribuyentes. Desde este punto de vista, y gracias a Sánchez -aunque el resto de los socialistas que lo han precedido han trabajado intensamente en la misma dirección-, el esfuerzo fiscal de los españoles lleva tiempo estando por encima del conjunto de la UE.
Cuando los intelectuales sectarios y deliberadamente falsarios de Sánchez aducían hasta ahora nuestro retraso respecto a Europa omitían, por ejemplo, que las rentas altas en España están mucho más penalizadas que en otros países, dado que el tipo marginal máximo del Impuesto de la Renta que se les aplica empieza a entrar en vigor a partir de 60.000 euros, cuando en Alemania, en Francia o en Italia esto sucede a partir de más de 100.000 euros de ingresos brutos al año.
Cuando estos necios se encargaron de demonizar el plan de reducción fiscal de la efímera primera ministra británica Liz Truss se cuidaron mucho de esconder que en el Reino Unido se aplica un 40% de IRPF a las rentas de entre 50.000 y 150.000 libras (169.825 euros), una tributación sensiblemente menor que la española; y que se grava con el 45% a los que ganan más de 150.000 libras -una situación igualmente mucho más llevadera que la nuestra-. La conclusión irrefutable, lo que muestra la evidencia empírica es que en España se pagan muchos impuestos. Punto y final. Es un corolario imbatible desde el punto de vista estadístico, que es como se miden estos fenómenos, y por tanto todo aquel que se muestre favorable a subirlos es un perfecto terrorista fiscal.
Mi opinión no es tanto que estos personajes siniestros tengan ideas equivocadas, que las tienen, sino que han acumulado tanto dinero gracias a las prebendas socialistas que prefieren que el de los demás, que hemos sido menos afortunados, esté en manos del sanchismo gobernante antes que en nuestros bolsillos, para que así el mandarín siga comprando votos sin escrúpulos, prosiga en el poder y continúe untando a la élite fiel mientras esquilma y expolia no ya a los desafectos, sino a las clases medias y trabajadores a las que dice defender pero que en el fondo perjudica.
El caso es que, como les decía, la presión fiscal en España ha superado por primera vez la media del 41.7 de la UE en 2021, ejercicio en el que ya estaba a pleno rendimiento Sánchez, y que todavía falta por medir la peligrosa carrera que ha emprendido con los Presupuestos Generales del Estado del año próximo, en los que redobla su apuesta, elevando la imposición sobre las rentas del capital, inventando un tributo sobre las grandes fortunas que expulsará a los ricos a territorios menos hostiles donde ayudarán a su crecimiento con sus excedentes y sobre todo su empuje e ingenio. El afán represor del esfuerzo personal de este Gobierno malhechor se ha extendido a todos los confines del aparato productivo, subiendo el impuesto de Sociedades y elevando hasta cotas punitivas las cuotas sociales, tan perjudiciales para la creación de empleo.
Y dicho esto, la pregunta que me turba, que no me deja conciliar el sueño es la siguiente: una vez que hemos alcanzado felizmente a la UE en términos de presión fiscal, qué van a decir ahora los intelectuales adictos, qué otros argumentos emplearán para desacreditar al PP, qué se inventarán para sostener lo indefendible; qué argumento pretextarán para segur apoyando al Xi Jinping español.
No lo menospreciemos. El pasado viernes, el presidente dio una señal más de su osadía, de su grosería y de su falta de respeto institucional criticando acerbamente el dictamen del Banco Central Europeo contrario al impuesto sobre la banca que se ha sacado de la manga. Hubiera sido igual señal de mala educación, pero sus críticas no se dirigieron contra la presidenta Lagarde, que es la que firmaba el dictamen, sino contra el vicepresidente, el español Luis de Guindos, sobre el que Sánchez profirió un ataque personal insólito, impropio de un Gobierno medianamente equilibrado. Y todo porque el informe, provocador de esta reacción rabiosa que tan bien ha documentado el inefable Guirado, también de OKDIARIO, ponía los puntos sobre las íes: es un impuesto que dañará la solvencia de la banca, que reducirá su capacidad de prestar y que encarecerá el crédito -por ejemplo las hipoteca-. Nada que no se adivinara, que no se supiera que fuera a ocurrir, pero un contratiempo para quien está acostumbrado a la pleitesía general y demuestra a diario un desprecio genuino por los organismos independientes, la división de poderes y en general la libertad y la democracia.