¿Y estos inútiles van a sacarnos de la crisis en la que nos han metido?

¿Y estos inútiles van a sacarnos de la crisis en la que nos han metido?

Mientras tecleo compulsivamente mi ordenador para terminar esta columna antes de que comience el Aló presidente sabatino, compruebo que España está viva, que aún le queda sangre. La cacerolada que están viendo mis ojos al otro lado de la ventana y escuchando mis oídos a este lado es atronadora. De las que hacen época. Como las que le montaban a Charles de Gaulle al grito de “¡Argelia es Francia!” en los 60. Como las que le dedicaban al socialista chileno devenido en comunista Salvador Allende por el desabastecimiento a primeros de los 70 o como las que le organizaban al sangriento Pinochet a caballo de los 80 y los 90. Como las que le hacen al hijo de Satanás de Maduro en Caracas. Una costumbre que proviene de la Francia postnapoleónica y que siempre se ha empleado contra el abuso de poder y contra el absolutismo cuando la ciudadanía contempla impotente cómo el Estado de Derecho es incapaz de frenar al gobernante de turno. Mismamente, Sánchez y su jefe, Pablo Iglesias.

A la espera de ver con qué nuevo bulo se descuelga esta vez el presidente más fake de toda la historia, me pregunto qué será de nosotros el día después. Y me aterra pensar que quienes nos han metido en la espeluznante crisis económica, que no está por llegar porque ya está aquí, sean quienes nos tienen que sacar de ella. Porque como advierten en las mejores escuelas de negocios y gobernanza de los Estados Unidos, “con los mismos se hace lo mismo”. O sea, que con “esta banda”, que apostillaría Albert Rivera, tenemos más desastre asegurado.

Pasemos revista a lo que ha hecho en materia económica este inútil patológico que tenemos por presidente. Un dato lo dice todo: el hombre que robó su doctorado en Economía llegó al poder con un crecimiento de nuestro PIB del 2,8%, lo que convertía a España en el alumno aventajado del núcleo duro del euro. Engordábamos nuestra riqueza al doble de ritmo que Alemania y Reino Unido, el triple que Francia y cinco veces lo que Italia. En las semanas previas a la declaración del estado de alarma, nuestro PIB estiraba a un ritmo del 1,6%, lo cual demuestra más allá de toda duda razonable que este personaje es un peligro también en términos económicos. Vamos, que en menos de dos años de Gobierno se ha cargado la mitad de la creación de riqueza. Ni más ni menos, ni menos ni más.

Lo único cierto es que nos vamos a los cinco millones de parados, es decir, 1,6 millones más que en estos momentos

Los augurios del Servicio de Estudios del Fondo Monetario Internacional (FMI) son aterradores para el Reino de España. Habla de una caída media del PIB a nivel mundial del 3%, del 7,5% de la zona euro y de un 8% en nuestro país, la peor de las grandes economías excepción hecha de Italia —el consuelo de los tontos: hay alguien peor—. Los del Banco de España son peores aún: habla de un retracción del 6,6% en el mejor escenario y de dos dígitos, del 13% para ser más exactos, en el más desolador de todos. El banco más poderoso del mundo, Goldman Sachs, ha pasado de cifrar el desplome del PIB en el 1,3% a mediados de marzo al 9,7% del que hablaba en un informe hecho público hace tres semanas. Sea como fuere, acierten los unos, los otros o los de más allá, lo único cierto es que nos vamos a los 5 millones de parados, es decir, 1,6 millones más que en estos momentos. Una tragedia económica y, sobre todo, social, que nos retrotrae a una España peor que ésa de Zapatero de tan triste recuerdo.

Como indiqué en el día 1 del estado de alarma, hace ya seis semanas, estamos “en las peores manos en el peor momento”. Dos de las tres anteriores crisis las afrontamos con Felipe González al timón y con José María Aznar en el puente de mando. Con sus peculiaridades, con sus cosas buenas y malas, dos gigantes al lado del chisgarabís que ocupa La Moncloa en este momento y que ha hecho bueno —quién lo iba a decir— a otro que tal baila, José Luis Rodríguez Zapatero. Los vicepresidentes eran tipos de la talla de Narcís Serra, Álvarez-Cascos o Mariano Rajoy, gente sensata y extraterrestre al lado del alocado, resentido, sectario y violento Pablo Iglesias, que con 35 escaños manda más que Sánchez con 120, Casado con 91 y Abascal con 52. En Economía ahora hay una persona que sabe y mucho, Nadia Calviño, y otra que controla, María Jesús Montero, pero que están maniatadas por imposición del presidente de facto, que es ese comunista financiado por el narcodictador Nicolás Maduro.

Estos dos sujetos ni siquiera han tenido la decencia que sí ha exhibido Emmanuel Macron, que pidió perdón a los ciudadanos franceses. Y eso que en muertos desgraciadamente somos los número 1 per cápita del mundo por culpa de un Sánchez que permitió que Iglesias e Irena Montera se salieran con la suya autorizando un 8-M que todos los expertos desaconsejaban desesperadamente. Sería aconsejable, por tanto, que abandonen su letal soberbia e imiten el ejemplo italiano. El primer ministro, Giuseppe Conte, ha encargado la dirección de la fase 2, la de la desescalada, a un gestor. Al que pasa por ser seguramente el mejor ejecutivo de Italia. Un triunfador llamado Vittorio Colao, ex CEO mundial de Vodafone, antiguo gerifalte de Unilever y máximo responsable de 2004 a 2006 de RCS, empresa propietaria de El Mundo, donde tuve la suerte de conocerle. Un tipo formado en la Universidad Bocconi, la misma donde estudió el megacrack Mario Draghi, y en Harvard.

Sánchez jamás tenderá la mano a gente como Isla, Florentino o Ana Botín que tienen setenta veces siete más talento que él 

¿No sería mejor?, pregunto humildemente, ¿sopesar siquiera la posibilidad de poner al frente de la vuelta a la normalidad a un Pablo Isla, CEO de Inditex, a Florentino Pérez, a Ana Botín, a Pallete, Sánchez Galán o a Juan Roig? Por no hablar de Amancio Ortega, una autoridad moral y, obviamente, empresarial pero que dada su afición a las bambalinas seguro declinaría la oferta. Lo digo porque es gente creíble intra y extramuros, dentro de nuestras fronteras y urbi et orbi. Pero, como quiera que padecemos la vulgar partitocracia, Pedro Sánchez jamás tenderá la mano a ninguno de estos tipos que tienen setenta veces siete más talento que él y no digamos que el vulgar profesor interino de Políticas que es Pablo Iglesias. Un Pablo Iglesias que jamás permitiría que tipos que han demostrado que saben gestionar equipos y generar riqueza le den lecciones de nada, entre otras cosas, porque si algo tiene meridianamente claro el capo de Podemos es que resulta más conveniente en términos egoístamente prácticos gobernar sobre pobres subsidiados que hacerlo sobre una clase media ilustrada.

Con Los Picapiedra al frente del Titanic, que apuntó esta semana Pablo Casado en acertadísima metáfora, tenemos todos los boletos para acabar esnafrados contra el iceberg. Que el coronavirus va a cambiar nuestras vidas, es obvio. Que el sistema económico se transformará, seguro. Y que tras esta etapa de dolor vendrá otra de prosperidad no es algo que afirme un optimista patológico como yo. Lo suscribe la historia: a la peste negra, que se llevó decenas de millones de vidas, le siguió el Renacimiento casi un siglo después, y la tan mal llamada como pavorosa gripe española de 1918 tuvo una maravillosa continuación que fueron los Felices Años 20, una etapa de crecimiento económico brutal en muchísimos países, especialmente entre los ganadores de la Primera Guerra Mundial.

Con Pedro y Pablo al frente de ese trasatlántico que aún es España me temo lo peor no, lo siguiente. Porque a la etapa de apocalíptica crisis que estamos experimentando le sucederá otra de gran prosperidad a nivel mundial. Y, como siempre en la historia, habrá ganadores y perdedores. Y con estos indocumentados mucho me temo que acabaremos rescatados, intervenidos y con los hombres de negro que jamás llegaron con Rajoy ejerciendo una suerte de protectorado que nos situará a toda una generación más cerca de Marruecos que de Francia. Una situación excepcional como ésta requiere de hombres y mujeres excepcionales, no de piernas de tres al cuarto con ideas que han arruinado para décadas si no para siempre a naciones como Venezuela, teóricamente mucho más ricas que la nuestra de aquí a Sebastopol o de aquí a Caracas. Con los mismos, no haremos lo mismo, sino algo infinitamente peor, un pan con unas hostias. Y entonces no tendremos ni pañuelos con los que apaciguar nuestras lágrimas ni pastillas con las que frenar nuestra depresión.

Lo último en Opinión

Últimas noticias