Un estado neo-confesional

Pedro Sánchez
Estado neoconfesal

La rendición final de la ciudadela constitucional al acoso secesionista y a la ambición del felón, perpetrada el pasado viernes, ha retirado el foco del inexorable avance de las leyes socio-populistas, que forma parte, junto con las otras dos amenazas, del tridente que va a pinchar el globo de la convivencia social y democrática en un estado de derecho. España nunca más se reconocerá en el artículo primero de la Carta Magna.

Ahora se sorprenden muchos de aquéllos que hablaban de exageración conspiranoica, cuando, simplemente, no eran capaces de entender que la trayectoria de Pedro Sánchez, ya desde aquel episodio de las papeletas falsas detrás de las cortinas, retrataba al personaje. Y todavía les queda por ver cosas que, como escribió James Malcolm Rymer y le dijo a Patxi López la madre de Joseba Pagaza, les helará la sangre, porque la terrorífica trama de la película va a hacer llorar hasta al acomodador: Sánchez no está rindiéndose a los golpistas o a Podemos, sino que los está utilizando para simular que lo que está haciendo lo hace para conseguir que le dejen gobernar, cuando en realidad está ejecutando el programa constituyente del sanchismo.

Por eso, lo mismo que, con la excusa de asegurar que no se van a revocar las medidas de su pseudo pacificación de Cataluña, se está desmontando el entramado de contrapesos y garantías constitucionales, está consiguiendo avanzar en su modelo de Estado (neo-feminista y animalista) dejándoles a los podemitas implantar en imparable aluvión las leyes que él no se atreve a apadrinar.

El problema es que toda esta estrambótica legislación se acompaña con la lluvia fina del pensamiento woke cayendo sobre nuestras ingenuas cabecitas y que, al igual que ocurrió con las de Zapatero, convierten los derechos o las libertades perdidas en tierra quemada, y terminamos dando definitivamente por bueno un acercamiento sectario al feminismo y al ecologismo que los desdibujan de lo que antes eran, buenos principios o valiosas actitudes.

Así, el feminismo del siglo XX, que luchaba por suprimir las discriminaciones e injusticias que sufrían y aún sufren las mujeres, ha sido sobrepasado, y ya se ha impuesto una versión degenerada que obliga a aceptar un sistema de arbitrarias ventajas que traslada las discriminaciones y las injusticias a otros sujetos pasivos. Leyes y reglamentos, por un lado, y normas y procedimientos en las empresas por otro, han consolidado y consagrado este inaceptable modo de entender el feminismo, sin darse cuenta que cualquier privilegio por razón de sexo supone, al otro lado del espejo, una discriminación por el mismo motivo. Olvidando, además, que perjudica a las mujeres que son capaces de conseguir por sus propios méritos lo que otras solo consiguen por su condición de género.

Esta realidad ya es irreversible, y la zapa se concreta ahora en implantar un revisionismo de doble efecto, que, por un lado, aborrece de cualquiera que, según su criterio, era machista, y que, por otro, hace pagar a la generación actual por el comportamiento de hombres de otra época o de otras geografías. Su depuración no respetará nada ni a nadie; ya han cancelado a Picasso, y terminarán sobrándoles la poesía de Lope de Vega, los dramas de Shakespeare, las óperas de Puccini y hasta las afroditas de Praxíteles.

Igualmente injusto resulta el actual ecologismo animalista que, sin embargo, la política ha reconocido y la sociedad ha adoptado. Los activistas radicales de ayer, que ahora son legisladores y gobernantes, han impuesto una visión reduccionista y neo-creacionista de la naturaleza. Han decidido que nadie puede sacar provecho de ella, salvo los falsos proteccionistas que viven del cuento y de asustar y amenazar a la humanidad con su desaparición, y salvo algunos grupos sociales a los que dejan satisfacer su utilitarismo egoísta y cursi.

Hacen leyes reconociendo a los animales derechos propios del hombre porque su ignorancia no les permite comprender que este tema ya está muy acotado por la filosofía y por la ética: tratar como personas a los animales es una desconsideración para los humanos e implica una degradación moral en quienes lo realizan. Es inevitable, y seguramente deseable, cuidar y querer a las mascotas o a los animales con los que se convive o trabaja, pero el trato humanizado solo es aceptable a nivel personal, y no se puede reconocer y menos exigir en el cuerpo legal. No se puede hacer igual categoría de los cuidados a los animales que de los derechos de cualquier persona, ni ser objeto de protección del mismo nivel.

Comentar, por último, que la contestación a estas imposiciones, que atacan profundamente a la moral natural y a la visión humanista del cristianismo, debería ser misión urgente y exigente de la Iglesia, entre otras cosas porque el nuevo feminismo está a punto de otorgarse un derecho exclusivo e ilimitado sobre la procreación. Sin embargo, en los púlpitos las referencias son escasas y en la escuela directamente inexistentes. Al contrario, los planes de estudio de religión en los colegios concertados católicos, que por lo visto vienen orientados desde allende el Mediterráneo, hacen suya la agenda 2030 y poco hablan de doctrina y de catecismo. Los niños salen del colegio siendo muy beligerantes con el maltrato animal o con el cambio climático y no tanto, o directamente nada, con el aborto.

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