Escenas de Sotogrande

Escenas de Sotogrande
Escenas de Sotogrande

Les voy a contar una historia que puede quedar algo debilitada por la distancia de nuestro modificado gusto. Pueden entenderla como una mezcla de preciosas cosas exóticas y de otras sagradas profanadas, o simplemente de ambición y buen gusto, ustedes deciden. Alfredo Melián y Zóbel (1916-1991) era hijo de un conde canario, Antonio Melián y Pavía, conde de Peracamps, y de Margarita Zóbel y Ayala, perteneciente a dos familias hispanofilipinas muy arraigadas. Tras enviudar de un primer matrimonio con la alemana Almudt Schmidt, Fredy Melián regresó a Filipinas con un niño de meses, del que se ocupó su madre.

Entonces, conoció a una chica de Tennessee que, tras pasar por la Universidad en Estados Unidos, trabajaba en el Foreign Services de la CIA, estando destinada provisionalmente en ese exótico lugar, Mary Randolph. Fue la única mujer que viajó, junto a varios hombres, con la primera misión económica americana que se hizo a los países de Asia oriental tras la II Guerra Mundial. Tras un año viajando por todo oriente, le preguntaron por el lugar en que quería quedarse destinada y ella escogió Manila. Su vida cambió para siempre al enamorarse y casarse con Fredy Melián.

El matrimonio tuvo cuatro hijos, los hermanos Melián Randolph: Arturo, Victoria, que es quien me contó esta historia en el salón de su céntrica casa madrileña poco antes de morir, Eugenia, que vive en San Francisco y trabaja como agente de fotógrafos de moda, y Sylvia, decoradora. A mediados de los años sesenta, la poderosa empresa de la familia en Filipinas, la Sociedad Ayala, decidió construir una urbanización como inversión en Europa. Joseph McMicking, uno de los directivos de aquel holding gigantesco, estaba casado con Mercedes Zóbel de Ayala, prima de Fredy. Al tener éste pasaporte español, le pidieron que fuera a España a ocuparse de buscar el terreno idóneo para urbanizar. Dio vueltas por todos lados, se paseó por toda la costa española en moto durante una larga temporada, hasta que encontró las fincas que constituyen Sotogrande, uno de los lugares más elitistas del actual veraneo europeo.

La familia Melián Randolph se fue allí a vivir en cuanto pudieron construir su maravillosa casa, la primera de todas, en el hoyo 6 del Golf, para que Fredy se ocupara de todo el trasiego de las construcciones de carreteras, campos de golf, de polo, playas, etc. Antes estuvieron en la cercana Marbella, donde hicieron un grupo de amigos, en el que no podía faltar el otro mítico promotor de la zona: Alfonso de Hohenlohe-Langenburg, el fundador del célebre Marbella Club. Si Alfredo fue más aficionado al golf, Alfonso lo fue al polo. Ambos suponían los dos grandes eslabones del tráfico social que se estaba gestando entonces entre Marbella y Sotogrande. Mary Randolph, la espectacular americana, formó su propia pandilla de pintores, decoradores, paisajistas, entre los que destacó Jaime Parladé y Sanjuanena, marqués de Apezteguía, que decoró, entre muchísimas otras, la casa marbellí de Cayetana Fitz-James Stuart, duquesa de Alba. Por allí pasó todo el mundo, entendiendo el “todo el mundo” de la manera más frívola posible.

Otro íntimo amigo de Melián fue Javier Benjumea Puigcerver, marqués de Puebla de Cazalla. Ambos solían ir juntos a hacer retiros espirituales. Fue uno de los primeros en comprarse una casa en Sotogrande. Con los años, sus numerosos nietos iban a casa de Fredy y Mary, que era un terreno enorme, la mitad salvaje, con árboles cuyas raíces parecían casas. “Siempre había helados de chocolate para los niños Benjumea”, me contaba Victoria entre divertida y melancólica, “se paseaban viendo la fuente con los peces, se subían a los árboles, jugaban con los puercoespines, algunas serpientes, allí eran completamente libres. A veces, en alguna corrida de toros, se me ha acercado un joven bien parecido a saludarme, identificándose como uno de los niños Benjumea que iba todas las tardes a casa de mi madre, Mary”.

Aquellos años que vivieron en Sotogrande viajaban mucho a Sevilla, que era el centro neurálgico de la zona sur para ir de compras. Su familia tenía un piso en la plaza de Pilatos, que se conocía como “la casa de los ganaderos”, porque, quitándolos a ellos y al pintor Fernando Zóbel, primo hermano de su padre, todos los demás residentes en aquel edificio eran criadores de ganado. La casa estaba enfrente del palacio de Pilatos, una de las joyas artísticas de la ciudad, propiedad de los Medinaceli. Era difícil no percatarse de aquella espectacular americana de 1,80 m de altura, que hablaba francamente mal el español. Cuanto menos debía ser sujeto de curiosidad.

Victoria, la hija mayor de Fredy y Mary, era una jovencita muy bien situada en el mundo, que trabajaba en Loewe, segura, simpática, rubia y estilosa. Una de sus íntimas amigas por entonces era Sylvia Polakov, la conocida fotógrafa que recogió con su cámara las fiestas de Pachá, la Guache Divine y los mejores años de Marbella, una gran fotógrafa de moda. Salía Victoria por entonces con Luis Marsans Astoreca, cuya familia era la dueña de Viajes Marsans, una empresa floreciente que vendía paquetes turísticos en una época en que viajar empezaba a ser una obligación imperiosa para la pujante clase media.

Luis y Victoria decidieron que el 2 de junio de 1984 se casarían en la capillita de Sotogrande. La boda iba a ser discreta. Los invitados serían pocos, pero muy selectos, dentro de la crême mundial. En este momento de la conversación, Victoria, fallecida hace unos meses, me entregó el álbum de fotos de su boda. Yo sonreí y sentí una franca emoción por poder visualizar todo lo que me acababa de contar.

La encontré guapísima de novia, con muchísima clase y personalidad en aquellos años ochenta. Entre los invitados estuvieron el príncipe de Brasil, la princesa Bismarck, madre de la mediática Gunilla, el director internacional de Loewe, el presidente internacional de la prestigiosa casa de subastas de arte Christie´s, Rudy Graf von Schönburg, conde Rudi, Jimmy Ortiz Patiño, amigos de los novios del Líbano y de Harvard, etc. Una historia que toca las cuerdas de una sensualidad integral que se ha extinguido o, mejor dicho, metamorfoseado. Y aquí concluyo hoy, porque me estoy excediendo en espacio, no porque no tenga más cosas que contarles.

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