Él, ella, ¿elle?

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Los voceros de la política identitaria quieren politizarlo absolutamente todo. Empezaron con reivindicaciones “trampa”, es decir, reclamaron algo que ya de por sí protegía nuestro ordenamiento jurídico, como es la igualdad de género u orientación sexual, para intentar construir una realidad distópica en la que todos creyéramos vivir en una realidad distinta. Ahora tratan de volver a desandar lo andado. Su última ocurrencia ha sido la creación de un nuevo pronombre, “elle”, para identificar a las personas de género que definen como no binario, desconocido, o mixto. Ya lo han presentado ante la Real Academia de la Lengua para que lo someta a examen y pueda quizás un día ser introducido en los manuales de gramática española.

Intentar manipular las reglas del idioma no tiene otro objetivo que dividir, incendiar e inflamar. Ya se ha manifestado en más de una ocasión la RAE en contra del llamado “lenguaje inclusivo”, además de oponerse abiertamente a colocar el idioma español al servicio de presiones políticas. Ya ocurrió cuando la vicepresidenta Calvo sugirió una modificación de la Constitución para introducir los sustantivos en género femenino. La RAE se opuso alegando que el masculino gramatical funciona en nuestra lengua como en otras, es decir, como término inclusivo para aludir a colectivos mixtos.

Pero los promotores del desvarío no se conforman y si no lo consiguieron con la Constitución ahora quieren que se cree el pronombre con nombre de cabecera de revista, con la misma morfología que el pronombre femenino francés, con el mismo sonido que la olvidada decimocuarta letra del alfabeto español, y todo con el objetivo de diseccionar nuestra sociedad en diferentes grupos de interés organizados por sexos, razas, orientación sexual, etc. Son los nuevos profetas del marxismo gestando nuevas batallas en el siglo XXI con bandos ganadores y bandos perdedores.

No habrá mayor igualdad porque se pretenda transformar un idioma a conveniencia de los neo-marxistas. La igualdad la garantizan las leyes y los tribunales, por lo que cualquier persona sensata sabe que no hay ningún lugar del mundo donde los derechos de las personas a vivir su vida están tan protegidos como en los países occidentales. Es de alma-cangrejos aspirar a una mayor igualdad cambiando el idioma que hablamos, escribimos y escuchamos, pisoteándolo, en resumidas cuentas. Resulta bochornoso que quienes tratan de aleccionarnos sobre igualdad en nuestro país callan, sin embargo, cuando se trata de hablar de cuestiones de discriminación en los países sobre los que ellos se miran al espejo (Venezuela, Cuba, China o Irán). Es una demostración de su mentalidad exigua y contradictoria. Las mismas contradicciones que esta semana ha exhibido la mal llamada ministra de Igualdad, Irene Montero, a quien sólo le preocupan las discriminaciones cometidas fuera de su ámbito personal e ideológico. Igual le da que su compañera en Andalucía, Teresa Rodríguez, sea despedida del grupo parlamentario de Podemos durante su embarazo e “igual-da” que un juez haya dicho que su ‘macho alfa’ se haya convertido en ‘falócrata omega’ por el caso Dina.

Como dice Douglas Murray de los nuevos marxistas “si no pueden gobernar una sociedad pueden hacer otras cosas. Pueden elegir una sociedad sensible a sus propios defectos y sembrar en ella la duda, la división, la discordia y el miedo. Lo principal es hacer que la gente dude de absolutamente todo: que dude de las bondades de su sociedad en general; que dude de si se la trata con justicia; que dude de si existen entidades tales como los hombres y las mujeres; que dude de casi todo”.

Y esta clase de experimentos son los que tratan de imponernos en nuestro país. Quienes no se adscriban a su credo serán tratados como herejes, escrachados físicamente si se trata de políticos o virtualmente si son ciudadanos anónimos.

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