Apuntes Incorrectos

De Draghi a Sánchez: arriba y abajo en economía y política

De Draghi a Sánchez: arriba y abajo en economía y política
De Draghi a Sánchez: arriba y abajo en economía y política

La gran Amalia Blanco, que sólo tiene el defecto de ser una fanática del Atlético de Madrid, se pregunta en redes por qué la economía española crece menos que la italiana y nuestra inflación es más elevada. No sé si seré capaz de explicarlo porque la inteligencia de Amalia me supera de largo y porque en el fondo ella sabe mejor que yo la respuesta. Se llama Mario Draghi, el primer ministro de allí, al que admira tanto como yo. Con gran experiencia en banca de inversión y presidente del BCE durante los últimos seis años, Draghi es el ejemplo de líder diametralmente opuesto a nuestro mandarín Sánchez, aupado al Gobierno a través de una moción de censura impropia del espíritu constitucional con el que fue concebida, un personaje sin oficio ni beneficio, trabajando desde joven para el partido, que no ha visto una cuenta de resultados en la vida, que copió su tesis doctoral y que es un perfecto incompetente.

La biografía es muy importante a la hora de tomar las riendas de una nación. La de Sánchez es pésima, la de Draghi exuberante. El italiano ha gestionado mejor la pandemia que nuestro gobierno -allí la actividad también se deprimió intensamente, pero dos puntos menos que en España- y ya después, tuvo la decencia de nombrar una comisión técnica para impulsar la reconstrucción del país y gestionar los eventuales fondos que llegarían de Bruselas, a cuyo frente está Vitorio Colao, uno de los principales ejecutivos del mundo de los negocios.

Pero si la economía italiana crece más que la española y la inflación es menor es porque Draghi no ha perdido el tiempo. Ha desplegado un programa legislativo ejemplar, que ha pasado por una reducción de los impuestos, por una reforma radical de la Administración, a fin de rebajar el peso de la burocracia buscando paralelamente su eficacia, así como por un plan de expansión del gasto limitado exclusivamente a aquel que pueda impulsar potencialmente el PIB.

Es verdad que Italia cuenta con una ventaja en relación con nosotros, y es que su deuda, que es más elevada, está mayoritariamente en poder de ciudadanos e instituciones domésticas y que, en consecuencia, está menos expuesta al juicio de los inversores internacionales sobre su viabilidad y solvencia. No hay riesgo de que aumente la prima de riesgo, o de que, en caso de que lo haga, desate las consecuencias perniciosas que tendrá sobre España si el actual Gobierno continúa haciendo las cosas tan mal. El caso es que, después de una década, Italia crece más que España y que todo indica que así seguirá siendo en el futuro. En cuanto a la inflación, las comparaciones son odiosas, pues frente al 2,6% de allí, nosotros rebasamos el 5%. La política económica de Draghi atrae a los inversores internacionales y ha reconciliado a los empresarios y consumidores nativos con su Gobierno. Aquí Sánchez está haciendo todo lo posible para expulsarlos, castigarlos y ofenderlos.

Nunca el grado de descontento de la clase empresarial española había sido tan elevado como en estos momentos por parte de destacados líderes del Ibex o de los prebostes de la empresa familiar. Y es natural. Sus resultados corren peligro, los accionistas están inquietos, el futuro en general está plagado de incertidumbres y su patrimonio va a menos. Lo peor es que todas estas circunstancias degeneran en menor empleo y devastan el bienestar general.

Los masivos apoyos mediáticos que sostienen al presidente, ayunos de conocimientos económicos y de sentido común, no reparan en que nada es gratis en la vida. Ignoran que gobernar con comunistas pasa factura y que las discrepancias recurrentes entre las lugartenientes Calviño y Díaz no son inocuas. En Italia, el Gobierno genera confianza y no está dirigido por un sectario. En España, el Gobierno está dirigido por un sectario que no piensa en el confort general del país, sino en conservar su puesto el mayor tiempo posible.

La gestión deficiente de la crisis energética, la ley de vivienda camino de la expropiación y del control de alquileres, los devaneos públicos con la eventual derogación de la reforma laboral ante la mirada atónita de la Comisión Europea, los aumentos reiterados del salario mínimo más la subida brutal de impuestos en los últimos meses son acontecimientos que no pasan desapercibidos, ni para los consumidores ni para los inversores. Nos penalizan gravemente, algo que no sucede, por suerte para ellos, en Italia. Por eso seremos los últimos en recuperar la actividad anterior a la pandemia, si es que esto sucede a corto plazo.

La economía funciona, a mejor o peor, en función de las expectativas. Si los mensajes que lanza el Gobierno es que los impuestos van a subir todavía más, que el gasto va a seguir aumentando, que la transición ecológica proseguirá a ritmo frenético para ganar una medalla ridícula a pesar de sus efectos nocivos sobre el crecimiento, lo normal es que los consumidores retrasen su propensión a gastar y que los inversores busquen destinos menos hostiles para su capital. Las expectativas, y los incentivos ligados a las mismas, son fundamentales de cara a conseguir resultados favorables. Las que genera Sánchez y su equipo son infundadas o, lo que es peor, negativas.

Además de la propia alianza perversa instalada en la Moncloa, depender de Esquerra catalana o del PNV, probablemente el partido más pérfido de toda la historia contemporánea, por no hablar de los filoterroristas de Bildu, se paga, y además de manera casi instantánea. Por eso los costes de oportunidad en que estamos incurriendo son tremendos en comparación con el resto de los países de la UE, y desde luego con Italia. España padece un grave trastorno institucional, Italia goza en estos momentos de una apoteosis institucional. Si las instituciones no se respetan a sí mismas cumpliendo las normas, los procedimientos y las reglas se está debilitando al Estado.

Desde luego que Podemos es la pieza criminal de este escenario, pues la grey iletrada y tóxica dirigida ahora por la señora Díaz ni conoce ni tiene interés alguno por el funcionamiento institucional y menos por el orden, solo por la revolución, que en este caso es el derribo del andamiaje constitucional de 1978 y la liquidación de la Transición. El responsable de todo, sin embargo, es el presidente. Él es el primero que no siente amor institucional alguno, ni gusto por la jerarquía ni respeto por las leyes ni desde luego devoción por la democracia. Si tuviera un mínimo de dignidad, hace tiempo que debería haber dimitido después de las dos sentencias del Constitucional contrarias al estado de alarma. Por eso la comparación con Draghi es insostenible. Por eso, querida Amalia Blanco, hemos perdido en PIB per capita un 5% más que Italia, pero igualmente un 6,5% más que Francia, otro 5% más que Alemania e incluso un 3,5% más que Portugal.

Puede que los apoyos mediáticos masivos que sostienen a este Gobierno acaricien la idea de que se puede esconder estas realidades palmarias, pero lo que muestran los datos estadísticos es que los ciudadanos son bastante más inteligentes de lo que las élites creen, y de lo que la izquierda divina cavila. Y por eso están reaccionando de la única manera que pueden: dejando progresivamente de comprar, ahorrando más a pesar de la inflación y desde luego pensando en cada momento el destino ideal para invertir, lejos de este país al mando de un Gobierno y de un presidente incompatibles con una nación que merecería un destino a la altura de su historia.

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