Despotismo No ilustrado

Despotismo No ilustrado

Es conocida la fórmula política denominada como «Despotismo Ilustrado», que caracterizó al gobierno de la Monarquia absoluta del Antiguo Régimen durante gran parte del siglo XVIII. Era el «Siglo de las luces», se imponían los principios de la Ilustración, y relevantes monarcas de la época—desde Carlos III en España a Luis XIV en Francia, pasando por Federico de Prusia o Catalina II de Rusia, entre otros—, quisieron mejorar la eficiencia  de sus gobiernos delegando el poder en personas cualificadas —«ilustradas»—, para efectuar una reforma «de arriba hacia abajo». Este estilo de gobierno fue criticado por «paternalista» por los enciclopedistas, ya que —según ellos— pretendía mejorar la vida de los ciudadanos, pero sin contar con ellos para nada. De aquí surgió el lema «todo para el pueblo, pero sin el pueblo».

Personajes como el Marqués de Pombal en Portugal o Gaspar Melchor de Jovellanos en España, responden a ese modelo de gobierno, que se vio truncado por la Revolución francesa, que derrocó la Monarquia absoluta y daría nacimiento —con el impulso de intectuales como  Rousseau, Montesquieu o Hobbes—, al Estado liberal. Las vicisitudes históricas de ese tránsito a lo largo del siglo XIX en Europa en general, y en España en particular, son por todos conocidas.

He querido detenerme —aunque sucintamente— en el relato de esa  época de la Historia, para encuadrar el modelo en el que parece nos vamos adentrando en la actualidad. Por supuesto que no estamos en aquellos tiempos, y que hoy la forma de Estado en España es la Monarquía parlamentaria, pero las maneras de estos gobernantes, parecen más propias de aquel modelo que del actual. En nuestra Monarquía, «el rey reina pero no gobierna», pero ello no obsta a que, como como Jefe del Estado, además de asumir la relevante responsabilidad de ser el garante de la «unidad y continuidad de la Patria», y ostentar otras no menores atribuciones que la Constitución le otorga —en particular en las relaciones con la Comunidad Iberoamericana de Naciones o la Jefatura suprema de las Fuerzas Armadas— no obsta —decíamos— para que no pueda ni deba ser considerado como un Jefe del Estado meramente representativo. Todo ello sin perjuicio de la auctoritas del Rey, que trasciende y supera determinadas potestas.

Si aquel Despotismo Ilustrado quería, en ejercicio de un paternalismo gubernamental, «todo para el pueblo sin contar con él»,  al menos su pátina ilustrada suavizaba las formas. Ahora no solo no hay en nuestros dirigentes y gobernantes pátina alguna de Ilustración comparable a un Jovellanos —por ejemplo—, sino que el nivel de desarrollo y formación del pueblo español en la actualidad, tampoco es comparable al de la España de entonces.

Una clara muestra de ese talante —entre paternalista y despótico— es que Sánchez convoque al máximo órgano de su partido entre congresos —el Comité federal— más de tres meses después de firmar con Iglesias el pacto para el gobierno de coalición, en una decisión tomada por sí y ante sí, contradiciendo todas y cada una de las promesas que había efectuado reiteradamente hasta cuatro días antes. Así también se permite convocar a una reunión al líder del principal partido de la oposición, al tiempo que le falta públicamente al respeto, y establece un cordón sanitario absoluto con la tercera formación política del Congreso. Si su partido y sus votantes no le merecen consideración, está claro que los demás no pueden esperar más de él.

Es una opinión significativa que, ante ese estado de cosas, Felipe González afirme que prefiere la actual Monarquía «republicana» a la «republiqueta»  que Sánchez parece querer instaurar, con la colaboración especial de Iglesias y Junqueras. El talante acreditado al negarse a pedir disculpas, y ni siquiera comparecer por el caso de corrupción de los ERE —por ejemplo—; unido a las públicas mentiras vertidas ahora sobre el conocido como Delcygate, son signos más que preocupantes de una deriva autoritaria impropia de una Monarquía parlamentaria como la española.

Lo dicho: Despotismo No ilustrado.

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