Democracia populista

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Madrid es esa ciudad en la que lo mismo te cruzas a tu ex que te encuentras a la progresía debatiendo sobre axiomas incorrectos elevados a categoría de ley. Me llegan en las últimas fechas invitaciones a leer determinados blogs y tribunas, o bien para asistir a numerosos foros, donde el marco de discusión es, de parte inicial, falaz: «¿Democracia o populismo?, titulan la mayoría, sabedores de la resonancia que, entre los muy cafeteros, tiene ese debate. En un ejercicio comprensible de atracción sobre el ciudadano polarizado, nada mejor que exacerbar los conceptos.

Sin embargo, si tomamos el pulso a la política actual, veremos que no hay nada ahora más populista que la propia organización de los partidos bajo el sistema de una democracia parlamentaria. Todos, sin excepción, juegan al tuit facilón, al desasosiego de las promesas, al debate acalorado y premeditado, a titular la noticia como no debe titularse la noticia. Si el populismo es la homeopatía de la política, la democracia es ahora mismo la rebotica donde el populismo expide sus recetas falsarias.

Los diferentes partidos compiten por un elector maleable, tendente a aceptar premisas imposibles de cumplir, pero que calman conciencias indignadas. A uno y otro lado del espectro político, y a pesar de la propaganda oficial, se comprueba que sus concomitancias van más allá del normal rechazo a un contexto determinado (sistema) y adhesiones a causas ideológicas concretas (antisistema). El establishment y la casta han dejado paso en el argumentario populista al globalismo y las élites.

El consenso ha sido sustituido por la batalla cultural (necesaria y pertinente). Y la razón, que casi nunca fue motivo de lucha por ver quién la impone en la mesa de discusión, hace tiempo que es la convidada de piedra en el combate de zascas poligoneros. Todos se disputan, también, el espectro de voto indefinido, bucean en la indefinición ideológica y alimentan el victimismo mediante la construcción de sujetos colectivos abstractos (pueblo, patria) y antagonismos políticos muy identificables (casta, banca, sistema).

En esta crisis colectiva de identidades que la izquierda está sabiendo azuzar con aberrante frivolidad y desconocimiento, la apelación a necesidades personales insatisfechas, en un marco de desigualdad creciente, pone en peligro las ventajas y los derechos adquiridos que supuso desde 1945 la construcción de una democracia liberal en Europa. El populismo, consustancial a la política, se define mejor por las etiquetas y adjetivos que a continuación le ponen sus detractores o analistas: demagógico, nacionalista, comunista, de izquierdas o derechas.

Ante una crisis evidente de un sistema muerto, han alimentado muy bien los instintos menos educados del votante: su visceral irracionalidad para tomar decisiones cuando vislumbra el culpable de su situación y de su pérdida en la calidad de vida. Es así como asaltan la democracia y acaban parasitando toda institución susceptible de convertirse en coto privado para el aterrizaje de enchufados a la causa. España, capital de Hispanoamérica, es el laboratorio perfecto donde se dan cita los diferentes mejunjes de la sinrazón.

La España que quiere el PSOE acaba soltando violadores mientras sus soflamas mitineras aguantan entre el rebaño convencido. La España que el PP ansía sustituye la apelación al votante propio por la seducción transversal de la construcción global: ese «entre todos» recuerda a aquel eslogan de 2011 «Súmate el cambio», un sound-byte incluyente, positivo, recordable, resonante y aterrizado a un contexto que lo demandaba y que no buscaba ahondar en las trincheras ideológicas. El socialismo, rehén de sus huestes, prefirió ahormar aquella campaña bajo el eslogan «Pelea por lo que quieres», dirigiéndose sólo a un tipo de ciudadano: militante, comprometido, ideologizado, de carnet y partido. El suyo. El de siempre. No siempre lo que funciona, conviene.

En ambos partidos la democracia juega, pero el populismo también. Porque todos los políticos son, en mayor o menor medida, populistas. En sus mensajes, explicaciones, comentarios y metáforas. Este año no será diferente. Así que, el debate de tertulia, más o menos académica, no debería situarse entre democracia y populismo, sino que la reflexión tiene que ir más allá y preguntarnos qué grado de populismo estamos dispuestos a aceptar hoy en la corrupta e imperfecta, pero indispensable, democracia liberal.

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