La delirante deriva de Sánchez

Sánchez

Sánchez, en su enésima huida hacia delante al convocar anticipadamente elecciones cuando antes aborrecía de dicha idea, ha evitado que su propio partido pueda recriminarle y reprocharle el desastre al que los ha llevado. Es más, ni siquiera han podido exponer si el presidente del Gobierno es el candidato que necesitan, porque si hubiesen podido opinar la reprimenda a Sánchez habría sido importantísima y es posible que una gran parte de su partido lo rechazase como candidato. Luego, se ha rodeado de un grupo de aduladores, como se vio en la reunión que mantuvo con diputados y senadores, donde aplaudían todos fervorosamente, pensando, quizás, en que los aplausos marcarían su posición en las listas y, por tanto, su sustento.

Tras eso, ahora en el Gobierno se inventan un nuevo mantra: la «ola reaccionaria». Tratan de hacer ver que los resultados que el domingo pasado se dieron, fruto de la elección de los ciudadanos con su voto, se deben a una especie de plaga que hace que la extrema derecha vaya a apoderarse de España. No hay una ola reaccionaria, sino una ola contra el sanchismo y su forma de hacer política. A eso, Sánchez se refiere como «extrema derecha y derecha extrema», como dijo en su discurso con su grupo más de una docena de veces.

Nada de eso. En España, afortunadamente, no hay extrema derecha. Puede haber posiciones de derecha más intensas que otras, pero no es extrema derecha. Extrema izquierda, por el contrario, sí que hay, incluso miembros del Gobierno pertenecen a ella, así como sus aliados herederos del antiguo brazo político de ETA.

Sánchez ha tratado de resucitar a Franco para sus intereses electorales, pero ese truco ya no le funciona. Por eso, deben de estar muy desesperados cuando han empezado a repetir que ha llegado a España una ola reaccionaria que ellos quieren parar. Y esa desesperación llega hasta el punto de que han sacado un vídeo para atacar al PP donde recuperan temas de hace muchos años, como el Prestige, la guerra de Irak o el 11-M, las mismas manipulaciones de entonces de la izquierda, pero ya caducas.

Sánchez está desesperado tratando de ganar o de perder de una manera más decorosa, pero, en el camino, está perdiendo todo decoro y el respeto que merece tener él mismo hacia su propio puesto. Se ha envuelto en una bandera populista, más extremista, incluso, que Podemos. Su discurso está guiado por el odio, originado porque los ciudadanos no le han votado tanto como le gustaría. Está demostrando que no sabe perder, básico en democracia. Llega a insinuar que querrán detenerlo, en una fantasía de alucinaciones. Sus gestos, sus palabras, son más propios de Maduro que de un jefe de gobierno de una democracia occidental. Comenta cada cuestión por Twitter con un lenguaje agresivo, además de retorcer cualquier noticia. Ha llegado al delirio de insinuar que el PP y Vox no están en contra del trabajo infantil, y cosas absurdas similares. En su peligrosa actitud, hasta está apoyando un boicot en Alemania contra la fresa de Huelva, en lugar de defender los intereses españoles.

Su tono es el de provocar el enfrentamiento, el odio, el resentimiento, para ver si en ese triste escenario puede tener más posibilidades. En palabras de Nicolás Redondo Terreros, el PSOE «ha iniciado una época discursiva propia de los años treinta y estamos en el XXI», a raíz del discurso de Sánchez, que calificó de «insoportable», así como el «aplauso soviético» de los diputados. Como Redondo, se han manifestado destacados antiguos dirigentes del PSOE, como Ibarra, Corcuera, Fernández Marugán o Leguina, además del que fuera secretario general de UGT, Cándido Méndez.

Quizás piense que puede ganar, porque su soberbia le ciega, pero lo más probable es que trate de buscar una salida en un momento en el que le puede encajar la elección del Secretario General de la OTAN -aunque no cabe en cabeza humana que pueda ser elegido para ese puesto-, porque con su actitud soportará una derrota más fuerte de la que ya sufriría ahora mismo.

Sánchez, como un niño malcriado, patalea y se enfada porque no votan por él, emplea ese discurso lleno de odio, pero no se da cuenta de que está cavando su propia tumba política, la del PSOE, al que va a arrastrar al abismo, como no se rebelen contra él pronto. La imagen que transmite no es la de un presidente del Gobierno, sino la de una persona que está fuera de sí ante la derrota contundente que ha sufrido y, sobre todo, la que sufrirá, salvo que el centro-derecha se distraiga, cosa que no debe hacer, porque echar a Sánchez y derogar el sanchismo es algo vital para España y, para poder hacerlo, hay que derrotarlo con contundencia en las elecciones generales que, en su capricho, Sánchez ha situado en uno de los momentos más calurosos del año, el 23 de julio.

Es un cadáver político que llama a las barricadas con un lenguaje felizmente superado, lleno de resentimiento. Pronto, esperemos que pierda y sea una triste anécdota en la política española, donde será recordado por alimentar el enfrentamiento y atacar permanentemente la reconciliación de la Transición.

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