Sociedad política vs sociedad civil

Pedro Sánchez

Hace tres lustros, los jóvenes demostraban su descontento con aquel «no nos representan», convertido hoy en docilidad subvencionada. El 15M fue el aviso que la España joven dio a la España casposa, reunida en siglas de transición demasiado apegadas a un poder que ya no podían ni debían gestionar. Aquello promocionó la aparición de nuevas fuerzas políticas que dotaron al sistema de inestabilidad, por un lado (Podemos) y reforma y revuelta por otro (Ciudadanos y Vox). Más de una década después, el problema no se ha reproducido porque ya estaba, sólo ha mutado a gravedad metastásica hasta hacer inviable cualquier solución que pase por las mismas manos de siempre. Nada funciona en España, salvo la España que trinca y miente, costra sistémica de la que ya avisó Franco antes de irse sin oposición.

Es triste comprobar cómo la alternativa política en España al sanchismo es, cada vez más, una mera alternancia. Quítate tú, o ya te quitarán las circunstancias, que me pongo yo, si esas circunstancias siguen siendo fieles a lo que pactamos hace cuarenta años, parecen reflexionar los atribulados garantes del cambio. Una alternancia de intereses, puestos y retribuciones. Y así, es imposible ilusionarse con nada. La España que no vive del presupuesto público y mantiene a quienes sí lo hacen convocó una manifestación el pasado sábado contra todo lo malo que representa ahora mismo la política, el poder y el gobierno. La respuesta de los ciudadanos estuvo a la altura de lo que demanda el contexto. Pero es imposible construir una alternativa a Sánchez si quienes deben liderarla dedican más tiempo a tacticismos políticos que a unir intereses y voluntades. España no espera a estrategas confusos y tampoco merece mercadeos baratos.

Ni Abascal ni Feijóo estuvieron presentes en la convocatoria de fin de semana en la que la sociedad civil acudió a la plaza de Colón en Madrid para pedir elecciones anticipadas, exigir la dimisión de Sánchez y defender la dignidad de España, tres casus belli que los dos partidos que opositan al poder reivindican en cada comparecencia. Vox confirmó con los organizadores su apoyo nada más conocer la fecha de la misma, pero apenas si envió a representantes, al igual que el PP, que se unió a última hora a la protesta. Tampoco en sus canales oficiales se informaba de lo que acontecía en la mítica plaza en la que se exigía al presidente más corrupto de la democracia «hasta aquí hemos llegado». Ambos partidos se miran de reojo hasta para decidir quién se levanta un sábado a ondear la bandera de la regeneración, la reforma y la alternativa real a un sistema podrido y necesitado de motosierra. Cuando confirmaron que sus primeros espadas no acuden a nada que no convoquen sus respectivos partidos, empezamos a entender ciertas encuestas. De nuevo, la sociedad política por debajo de lo que requiere y exige la sociedad civil.

Por eso, es preciso que nos preguntemos, a riesgo de ser devorado por los hunos a sueldo y los hotros en nómina, si la alternativa verdadera, la que debe transformar España desde los cimientos, la que no alberga dudas sobre la necesidad de dar la batalla cultural, la que tiene bien claro la historia criminal del PSOE y el socialismo, la que no se acompleja ante el pasado de su nación ni limita sus apariciones públicas para explicar a los españoles por qué sobran chiringuitos ideológicos, y ministerios, y funcionarios, y políticos, esa alternativa que parece no encontrarse en quienes no saben juntarse para sumar, aún está por llegar, presentarse y decirle a la sociedad civil, ahora sí, «queremos representaros de verdad». Tal milagro no llegará a suceder, pero si sucediera, ya veríamos como no habrá lluvia exculpatoria, ni exámenes de universitarios comodones, ni medios comprados por el régimen, ni activistas baratos y miedosos, que puedan ocultar ni frenar lo que entonces sería imparable, que es lo que sucede siempre cuando la esperanza o la ilusión deciden desatarse sin miedo. Lo que no pasa ahora.

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