El declinar de la economía y la sociedad

El declinar de la economía y la sociedad

Desde hace décadas, se produce un paulatino deterioro de la economía y la sociedad, que declinan cada vez de manera más intensa. Economía y sociedad, sociedad y economía, se estrangulan a base de asumir postulados, posiciones y planteamientos en muchos casos absurdos, imposibles de cumplir en la mayoría de las ocasiones y dañinos en la práctica totalidad de su aplicación.

No se trata de vivir con nostalgia ni con melancolía, ni de aseverar que todo tiempo pasado fue mejor, pues cada momento tiene sus cosas buenas y malas, pero sí que se constata un empeoramiento desde el punto de vista de la eficiencia económica, de la libertad individual y de la capacidad de pensamiento crítico, todo ello anulado por la verdad establecida de la “religión verde”, el buenismo y la insensatez.

Desde la II Guerra Mundial, pese a que se perdieron valores de otro tiempo, buenos valores, se conservó un conjunto de ellos que permitió, bajo el esfuerzo, el sacrificio y el compromiso, un desarrollo eficiente durante los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Tras la crisis del petróleo de los años setenta y un resquebrajamiento de algunos valores, al final de dicha década de los setenta del siglo pasado y en todos los años ochenta e incluso durante la década de los noventa, se recuperaron algunos de ellos, coincidiendo con los mandatos de Reagan en Estados Unidos y de Thatcher en el Reino Unido.

En la economía, se trataba de ser eficiente, se abrían las puertas de la libertad para que las empresas y los profesionales prosperasen, se adecuaban los marcos normativos para que quien quisiese invertir pudiese hacerlo. Ahora, en muchas ocasiones, se levantan barreras absurdas, se ponen trabas y se obliga a asumir una serie de costes que los desincentivan.

Energéticamente, se trazaba una política eficiente, que trataba de respetar el medio ambiente, pero sin impedir el progreso ni empobrecer a la sociedad. Hoy en día, en nombre del ecologismo, que en muchos casos tiene más de negocio que de cuidado medioambiental, se impide el uso de la energía nuclear, se prescinde de fuentes de energía sin alternativa y se provoca el incremento de los costes, que hace que las familias no puedan utilizar la calefacción o el aire acondicionado y que las industrias tengan que parar parte de su producción, con repercusión, todo ello, en los precios, que hacen que los agentes económicos pierdan todavía más poder adquisitivo.

Presupuestariamente, si bien era complicado lograr alcanzar el equilibrio presupuestario en muchas ocasiones, hubo un empeño en los años ochenta y noventa para evitar grandes desviaciones e introducir una disciplina presupuestaria, como cuando se creó la moneda única europea. Ahora, incumplimiento tras incumplimiento, las reglas se flexibilizan y el gasto continúa aumentando, con graves problemas para la sostenibilidad.

En la vida cotidiana, viajar era un placer, una experiencia, donde la amabilidad imperaba. Cada persona, lo hacía en función de sus posibilidades, al igual que ahora, pero era tratada con respeto y deferencia, sin tener que introducir sus equipajes de mano en artilugios de medida de volumen en los vuelos o sin tener que amontonarse en filas, pudiendo ir a despedir y a recibir a los viajeros en las estaciones de tren, siendo posible, incluso, tomar un café en la zona cercana a las puertas de embarque mientras se esperaba o despedía a un familiar o amigo. Se viajaba para disfrutar, para enriquecerse culturalmente, para descansar. Hoy en día, en muchos casos, parece que se viaja para rellenar una lista de lugares visitados, para mostrar fotos en las redes sociales, para no parecer que socialmente se queda una persona marginada. Ahora se viaja más, pero se disfruta menos de los viajes que antes.

En las ciudades, convivían tranquila y armoniosamente los coches y los peatones, sin necesidad de peatonalizar calles, de agrandar, como ahora, las aceras en las curvas de las intersecciones haciendo peligrosos los giros, sin impedimentos constantes para entrar en la parte antigua de las ciudades, que sólo empobrece y coarta la libertad, otra vez bajo la excusa del ecologismo, sin obras permanentes, en horas de máxima intensidad del tráfico, sino que se realizaban por la noche y en agosto, y si se realizaba un trabajo de mantenimiento en una mediana, no se cortaba un carril y medio, sino que se trabajaba exclusivamente en su espacio. Antes, se trataba de hacer la vida fácil a los ciudadanos, a su desarrollo personal, profesional y económico y ahora se les hace la vida casi imposible, sorteando una suerte de yincana.

En los restaurantes, tanto en los caros como en los sencillos, no había dobles o triples turnos. Se iba a comer, a celebrar, a disfrutar, no a ser vistos o a aparentar en el turno correspondiente de una hora y media. Además, uno comía lo que quería, sin contar calorías, sin que nos dijesen que tomásemos o no una bebida azucarada o sin azucarar, si que nos tratasen de obligar a seguir una dieta, cosa que antes sólo ocurría en las personas que, por diversas circunstancias, tenían que seguir regímenes estrictos. Antes no se hacían barbaridades, pero se disfrutaba de la comida sin volvernos robots obsesionados por las clases de alimentos.

Convivían armónicamente fumadores y no fumadores, con el entendimiento a través de la buena educación y el respeto. Nunca he fumado, pero he defendido la libertad de poder elegir y de entenderse aplicando, como digo, la buena educación. Ahora, además de la pérdida de horas de trabajo y, por tanto, de productividad y competitividad de la economía, por los ratos dedicados a bajar a fumar, los fumadores parecen personas apestadas, marginadas, que tienen que salir a la calle con frío y con lluvia. Las entradas de las oficinas, pese a los ceniceros instalados, son una colección de colillas amontonadas donde antes no había ese problema de suciedad. Entonces, en la vida imperaba la sencillez, la buena educación y la elegancia, frente al desdén actual que hay por todo ello.

Antes se leía y, con ello, se aprendía un amplio vocabulario, se mejoraba, al leer, la comprensión, y se evitaban, con la lectura, muchas faltas de ortografía al escribir. Se disfrutaba de un libro y la imaginación del lector a través de dicho libro se desarrollaba, al igual que crecía la capacidad crítica y el criterio de las personas. Ahora, los libros están casi desterrados y el vocabulario que se maneja es muy escaso, con muchas faltas ortográficas a la hora de escribir.

En las universidades, el profesor era una autoridad y se trataba a los alumnos como adultos, dejándoles la libertad de ir o no a clase, con la correspondiente asunción por ellos mismos de sus éxitos y fracasos. Se les hacía estudiar y esforzarse para superar la materia en lugar de un cúmulo de trabajos, asistencias y pseudojuegos que enseñan poco, distraen mucho y retrasan la madurez personal e intelectual.

Del mismo modo, en el estadio educativo previo, en los colegios e institutos, se enseñaba con rigor y disciplina una buena base de Matemáticas, Historia, Geografía, Química, Física, Geometría, Latín, Lengua o Literatura, mientras que ahora las leyes educativas existentes desde hace mucho tiempo hacen casi imposible impartir una buena formación.

Los políticos, hasta no hace muchos años, eran, por lo general, personas muy preparadas, con buena formación, con experiencia previa, que sabían tomar decisiones, más o menos acertadas, con las que se podía estar o no de acuerdo, pero sobre una base establecida con criterio y fundamentos. Ahora, en una gran parte de los casos, no tienen la formación adecuada y viven en la política de simulación que conforman las redes sociales, envueltos en un buenismo inoperante.

Ni mucho menos critico ni la tecnología ni el progreso, esenciales, fundamentales y motores del desarrollo humano. Yo mismo no podría realizar todas las actividades profesionales que realizo si no fuese por la tecnología y los avances técnicos. Lo que digo es que debemos saber emplear la tecnología, la técnica, el progreso, para prosperar, no para encorsetarnos y abandonar el pensamiento, la capacidad crítica, que son lo que nos hacen humanos y no máquinas. Desgraciadamente, cada vez parecemos menos personas y más máquinas insensibles, incapaces de indicar y acompañar a una persona que busca una calle en nuestra ciudad, porque esa capacidad ha desaparecido o porque el propio espíritu de ayuda se ha desvanecido.

Todo ello, como digo, lleva a la economía y a la sociedad a un lento declinar, a una pérdida de la libertad individual, a un adocenamiento perjudicial, a un empobrecimiento de las personas, tanto material como intelectualmente, que llega hasta el extremo de fomentar populismos que amenazan a la democracia, a la libertad, a la convivencia.

Debe recuperarse la sensatez, el espíritu de sacrificio, el esfuerzo, la eficiencia, el rigor y el coraje para revertir este declinar, para impedir que se pierdan la libertad y la prosperidad y para evitar que un día nos encontremos en un régimen menos parecido a una democracia y más cercano a una dictadura, donde la democracia, la libertad y la prosperidad no sean más que un bonito recuerdo.

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