Cuixart, no tomes el nombre de Parks en vano

Cuixart, no tomes el nombre de Parks en vano

Una de las frases más viralizadas de la declaración de Jordi Cuixart en el Tribunal Supremo ha sido la de “yo soy hijo de una carnicera murciana. También soy medio español”. Y no es que su autor tuviera el más mínimo interés en reivindicar sus raíces carnico-hispanas, apelar a la nostalgia de ser hijo de la Paqui que en julio veranea en Totana como oropel o inspirar lástima o empatía al Alto Tribunal por ser un español a medio cocer. No, lo hizo porque la realidad es que ‘El Jordi’ ha sido, y todavía es desde el presidio, el mentor de patrullas civiles en Cataluña diseñadas para rodear en la calle a periodistas extranjeros nacidos en Madrid, el ejecutor de planes de acoso y seguimiento a Policías y Guardia Civiles desde la puerta de sus hoteles. Ha sido el instigador de planes de segregación en las escuelas para evitar hasta la consanguinidad entre los hijos de la inmersión y los vástagos de la benemérita asediados hasta el grado de tener que emigrar a otras comunidades autónomas. ¿Y por qué? Sólo por ser españoles, como su madre. Una mujer de la que, por cierto, interesaría testimonio para saber si ser la madre de uno de los padres del nuevo hombre de la nación catalana, la ha convertido a la fuerza en una Rufián de la vida o, si como parece tras las palabras de Cuixart, ha sido un hándicap genético superado por su propio hijo a la hora de convertirse en un hombre hecho a sí mismo frente al Estado español. Algo así como ser una estrella del rugby o un icono sexual de conejitas Play Boy, a pesar de sufrir enanismo hipofisario.

Ante el juez Marchena, Cuixart se ayudó de Rosa Parks porque había que compensar con algo de épica la paradoja de ser un “empresario de éxito” que pide un préstamo de “500.000 euros para longanizas” al Estado que quiere volar por los aires. La epopeya para superar la plebeya realidad de ser el hijo de la carnicera, oficio materno dignísimo para cualquiera que no sea ‘El Arnold Schwarzenegger de Laboratorio’ de la delirante república catalana atrapado en el cuerpo psicopático de Ted Bundy o Albert Fish, pero todavía más enano. De Ghandi, al que también utilizó, sin duda, ha copiado su cualidad innata para empujar a los demás a vivir como mendigos para ser dignos. Algunos de ellos se postraban el martes en la calle diputación de Barcelona para seguir la declaración de Cuixart con la misma pulsión de los catalanes de los 60 y los 70 que recibían a Franco como si fueran las cheerleaders de los Boston Celtics.

En su testimonio, el absurdo de este tipejo alcanzó la cota máxima del desvarío cuando ante Marchena cuando citó a Parks. Ésta, una figura vital en los 50 por haberse negado a ceder el asiento a un hombre blanco y moverse a la parte trasera del autobús cuando la segregación racial tenía categoría de ley en el Estado de Alabama. Entonces, la Constitución de EEUU sacó a la activista de la cárcel y la protegió como la Constitución española protege a las Parks contemporáneas.

Porque Rosa Parks es la familia de Balaguer acosada desde 2015 por pedir educación bilingüe para sus hijos. Porque Rosa Parks es Dolores Agenjo, la directora del instituto que no cedió las llaves del instituto para celebrar el referéndum ilegal del 9-N. Porque Rosa Parks también son los propietarios de pequeñas tiendas multados por no rotular en catalán. Rosa Parks son, además, las dos seguidoras de la Selección Española agredidas en Barcelona al grito de “putas españolas, fuera de aquí os vamos a matar”. Porque Rosa Parks son las mujeres de los Guardias Civiles de Calella que consuelan a sus hijos después de que los profesores llamen a sus padres “asesinos” frente a todos sus compañeros de clase. Todas esas víctimas de la segregación étnica decretada por Òmnium y la ANC que gracias a su estoicidad han logrado que este par de engendros estén siendo gozosamente sometidos al imperio de la ley. Cuixart, no tomes el nombre de Parks en vano. 

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