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Crisis alimentaria: la extrema fragilidad humana

Ucrania
Crisis alimentaria: la extrema fragilidad humana

Hoy tenemos tantos problemas que atentan directamente contra nuestra supervivencia en el planeta tierra, que si comenzáramos a enumerarlos, tardaríamos un largo tiempo en mencionarlos y más de uno se sumiría en un profundo pesimismo.

Pero como está de moda hacer listas, quisiera aventurarme en este desafío, apuntando algunos grandes conflictos que subrayan la fragilidad humana:

1. El cambio climático (y derivado de éste, todos los problemas que afectan al agua: derretimiento de los polos, sequías e inundaciones).
2. El avance imparable de la tecnología.
3. La sobrepoblación y el envejecimiento.

Aunque a primera vista pareciera que la lista es muy corta, creo que en estos puntos se condensan muchas de nuestras preocupaciones. Si únicamente nos enfocáramos hoy en buscar soluciones reales y concretas para estas tres cuestiones, no bastaría una generación para resolverlas.

Pero a partir de este año hay un nuevo elemento en nuestra lista, igual de inesperado que la pandemia, y que es la guerra. Nadie se imaginó que, en pleno siglo XXI, fuéramos a ser testigos de la invasión de un país sin el más mínimo pudor por el agresor, y que, debido a esto, hoy nos encontráramos con un problema casi tan grave como la invasión, y que será la muy probable falta de alimentos en los próximos meses.

Ucrania y Rusia suministran el 25% del trigo a nivel mundial, y en este momento se encuentran bloqueadas en Ucrania más de 20 millones de toneladas, sin forma de sacarlas de forma segura. Y por si esto fuera poco, si la guerra continúa es posible que no haya una próxima cosecha, porque muchos de los que intervienen en la cadena de valor de la alimentación tienen miedo de regresar a casa sin un acuerdo de paz firmado.

¿Estamos a las puertas de una hambruna, como ya está alertando la Unesco? No lo creo. El ingenio del hombre es inagotable, y el caso del desarrollo agrícola es un ejemplo de ello. Pensemos, por ejemplo, que, en 1830, un agricultor con una cuadrilla de 100 personas producía 2.700 kilos de trigo, trabajando 12 horas diarias durante 225 días. Hoy, gracias al desarrollo tecnológico, esa misma cantidad la puede producir una sola persona con 3 ó 4 horas de trabajo diarias en 5 meses, utilizando un 90% menos de fuerza física.

Todo este desarrollo tecnológico agrícola permitió que la producción de alimentos fuera cada día más grande, y que se abarataran los costes de producción. De hecho, si hoy no contáramos con la tecnología agrícola que tenemos, y dependiéramos de la agricultura tradicional, no seríamos capaces alimentar al mundo. Una vez más, superamos a la naturaleza con nuestra inteligencia.

Pero como no hay nada gratis en la vida, para que la cultura agrícola se desarrollara de esta manera, tuvimos que utilizar más agua, más energía, más tecnología, más fertilizantes (Rusia es el mayor productor a nivel mundial), desarrollar semillas transgénicas, alterar los ciclos de crecimiento y cosecha, crear climas artificiales que contaminan, etc. Y todo ello sin tener en cuenta todos los puestos de trabajo que se eliminaron.

Debemos interiorizar que cada decisión que tomemos, por más altruista que ésta sea, tiene consecuencias éticas, políticas, económicas y ambientales, que aumentan nuestra fragilidad. Hoy, por ejemplo, cuando se aplaude tanto la cultura orgánica en la alimentación, resulta que este tipo de cultivos gasta cinco veces más agua que un cultivo tradicional.

En la situación actual, ¿qué va a pasar si Ucrania no logra exportar su trigo? ¿Se lo vamos a comprar a Rusia, lo que sería una inmoralidad? Si no le compramos el trigo a Rusia, una gran parte de la industria alimenticia y ganadera mundial se verá gravemente afectada, y como siempre, seremos los ciudadanos de a pie los que afrontaremos las consecuencias económicas.

Estoy segura de que encontraremos una solución para esta crisis, pero tenemos que ser conscientes de que ésta tendrá importantes consecuencias que deberemos asumir, y es aquí donde me pregunto ¿estamos dispuestos a tomar esas decisiones a costa de incrementar nuestra fragilidad? ¿Puede el planeta sufrir más excesos sin acercarnos inexorablemente al punto de no retorno?

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