Contra el magnánimo alevoso, todos a Colón

Contra el magnánimo alevoso, todos a Colón

Ahora se hace a sí mismo un remedo de aquel Alfonso V de Aragón llamado impropiamente, según los más certeros historiadores, “El Magnánimo” porque no fue precisamente un generoso monarca ni con los árabes, ni con los genoveses, ni especialmente contra su cuñado (y primo) Juan II de Castilla. Al final, Pedro Sánchez, que de esto tampoco sabe una sola palabra, se ha apropiado de un término tan filantrópico como la “magnanimidad” para, con su faz de buenismo hipócrita, pedirnos a los españoles que seamos caritativos con los que han querido terminar con nosotros, que seamos desinteresados con los que, ya indultados (eso no lo dudan más que los estultos) volverán a colocar al Estado español al borde de una secesión histórica sin precedentes en la Historia reciente de Europa.

Claro está que esta apelación cínica a la “magnanimidad” ha sido trufada en su boca de insultos, imprecaciones y descalificaciones a quien en un momento dado, octubre de 2017, quiso pactar con él, con Sánchez, una respuesta al asalto que habían perpetrado a la legalidad constitucional los independentistas. Ha volcado sobre el Gobierno y el Partido Popular de Mariano Rajoy, la culpabilidad, ni siquiera la responsabilidad, de todo lo que está ocurriendo en Cataluña. Desde luego en los aledaños de Rajoy la acusación ha sido tomada -me dicen- con un auténtico atentado a la verdad histórica, como un ejercicio de deslealtad con quien, en todo momento y al minuto, se preocupó de consensuar con él y con su partido, una contestación pautada y sin estridencias a los sucesos protagonizados por el dúo Puigdemont-Junqueras. Es más: hasta ahora Rajoy viene guardando un muy prudente, casi estólido silencio, sobre la conducta de Sánchez en aquellas fechas y más concretamente en el día en que el entonces presidente de la Generalidad, Carlos Puigdemont, contra todos los pronósticos, se negó a convocar elecciones anticipadas y apoyó la disgregadora DUI, la Declaración Unilateral de Independencia. Pues bien, durante toda aquella mañana, según aseguran a este cronista colaboradores cercanísimos a Rajoy, Sánchez se colgó literalmente del teléfono para denunciar a Puigdemont que él no estaba de acuerdo con el 155 y que, además, había conseguido impedir que Rajoy interviniera el órgano principal e imprescindible de la propaganda independendista: la televisión autonómica TV3. Así se las gastaba ya entonces el susodicho.

Ahora se cisca políticamente en Rajoy en la seguridad de que éste, un hombre de Estado aún con enormes claroscuros, no le va a responder adecuadamente. La estrategia de este “magnánimo alevoso” no es otra que ésta: convertir a todos los que nos oponemos a los indultos en unos seres facciosos que soliviantan la estabilidad del Estado, que, en nuestra opulencia fascista, desdeñamos cualquier posibilidad de acuerdo para resolver el “conflicto” de Cataluña. O sea, un oprobio que, curiosamente y como ocurre con las especies envenenadas en nuestro país, tiene bastante aceptación. La estrategia no es una fake, una clamorosa mentira, es una táctica de disimulo procaz para disimular la enorme desautorización que, sobre los indultos ha realizado el Tribunal Supremo. Tal parece que el auto de la Sala Segunda ya no tenga importancia alguna aunque resulte, en sí mismo, una extraordinaria denuncia de lo que pretende hacer Sánchez en esta próxima semana.

Sánchez es un artista, un prestidigitador de la verdad, perito en decolorar sus propósitos como si fueran auténticas necesidades de Estado, propuestas de “utilidad pública”, las denomina el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, un magistrado que ya ha manchado su toga para la eternidad. Con este tipo de martingalas despista al personal, al tiempo que, esto es lo malo, se aprovecha de la crónica desunión del centro derecha español.

Tanto es así que, apenas a cuarenta horas de la nueva Manifestación de Colón lo que más se observa son las discrepancias entre los llamados; unos porque, ¡vaya idiotez! “no vaya a ser que me retraten con Abascal”, otros, porque “tengo compromisos anteriores que no puedo desatender”, los más, porque el estigma de la primera “foto de Colón” les resulta insoportable. La propaganda oficial, cada día más agobiante y repulsiva, ha logrado, además, que los verdaderos convocantes de esta nueva concentración de protesta, estén pasando desapercibidos. Sánchez y su gurucillo Redondo aún no tienen la desvergüenza de llamar fascistas a Fernando Savater o Rosa Díez, por eso les han borrado del mapa de las descalificaciones: los realmente facinerosos de la derecha son el PP y Vox. Y la gente, desdichadamente, ha tragado con eso.

Pero este país no se puede permitir el lujo de que los ardides malvados de la Moncloa perjudiquen el éxito de la convocatoria de este domingo. Están en juego no ya los perversos indultos, sino el futuro como nación, libre e indivisible, de la España que todo hemos conocido. Junqueras, un golfo hábil en el regate y en el embuste, ha realizado una especie de jugada para aceptar, sin pedir perdón del todo, el indulto. Pero, ¿y, los demás? Ni siquiera han efectuado un ejercicio de embeleco como ese. Entonces, ¿por qué entran en el saco masivo de los indultos? Es igual, todo el pescado está vendido, pero es penoso: las artimañas de Sánchez han cuajado y ya hay quien las ha hecho suyas, como si tuviera pena por no ser magnánimo. Por todo, contra ellos, también contra los pusilánimes, contra el magnánimo alevoso, todos a Colón. Todos.

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