Ciudadanos: «No pudo ser»
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Así de contundente se mostró mi amigo Arcadi Espada este pasado domingo al rememorar los 15 años del nacimiento de Ciudadanos, el 8 de julio del 2005.
José Luis Rodríguez Zapatero ha dicho estos días que “el proyecto de Albert Rivera fue de los peores experimentos de la democracia”. Bien, imagino que toma el todo por la parte al relacionar directamente al partido con su ex presidente, pues no lo creó él. Por desgracia Albert Rivera lo convirtió inmediatamente en un proyecto personal, un vehículo al servicio de su propia carrera. Empezaron sus probaturas peligrosas con Libertas, el partido euroescéptico de extrema derecha con el que acudió a las europeas en el 2009. Y en la primavera del 2019, diez años más tarde, esta carrera de supervivencia propia alcanzó su máxima expresión cuando reventó las costuras del partido por su sueño embriagador de auparse a la jefatura de la oposición devorando al PP y materializar así la conquista de su, muy probablemente, más alta cota de incompetencia: la presidencia del gobierno.
Pero si Zapatero se refiere a Ciudadanos como proyecto en sí mismo, afirmo que, al contrario, Ciudadanos fue el mejor “experimento” desde la Transición. Fue el primer partido en democracia en poner, por delante de los posicionamientos en el eje izquierda/derecha (nos declaramos laicos en cuanto religión, nacionalismo e ideología) la estimulante propuesta de seguir los dictados de la razón y del humanismo en un proyecto integrador alrededor de la Constitución y de la unidad de todos los españoles. No me extraña en absoluto que un personaje como Zapatero pueda considerar su aparición como algo temible: el presidente más vacuo de la historia debía sentirse amenazado ante adversarios que pedían respeto a las palabras y a los hechos, que abominaban de la sola sugerencia de que las palabras (la Verdad, en fin) estuvieran al servicio de la política. Es más, yo diría que Ciudadanos era un partido con una esencia radicalmente opuesta la zapaterismo que acabó llegando posteriormente. Su “Némesis”.
Ahora Ciudadanos explora alianzas con el PSOE, y algún intelectual y alguna prensa afín alaba ese movimiento por su posibilidad de “moderar” la deriva hacia el caos de un Sánchez que con su apuesta Frankenstein ha desalojado incluso a Zapatero de su pódium de iniquidad y de evanescencia intelectual (aunque estamos a la espera de noticias del Cono Sur y sus “delcygates”). Menos da una piedra, sí. Pero qué triste nos resulta a quienes vivimos su creación que esa vaya a ser toda la hazaña de nuestro ex partido.
Ciudadanos nació para reunir en un mismo proyecto lo que se denominó el “socialismo democrático” y el “liberalismo progresista”. No todos sus fundadores apreciaron esa voluntad. Algunos aún insisten en la “indefinición” ideológica como principal razón de su decadencia. Sin embargo, nunca se definía mejor Ciudadanos que en su firmeza defendiendo los ideales ilustrados y en la batalla cultural sin complejos. ¿Quién mejor para ello? Ningún partido de corte hegemónico como los tradicionales puede cerrar los ojos a la demoscopia, y el nuestro sí hubiera podido. Pero se requiere reflexión, lecturas y valentía, y eso acabó al poco de tomar las riendas Albert Rivera. El “riverismo” fue la nueva filosofía. Y lo digo con conocimiento de causa: la defensa de los valores que impulsaron sus primeros manifiestos fue lo que me movió en el Parlamento Europeo desde finales del 2015 y no recibí más que ignorancia, desprecio, reproches o, en el mejor de los casos, un silencio incómodo. Nunca era el momento, nunca era oportuno, nunca eran apropiados los eventos o iniciativas sobre las raíces del nacionalismo o los debates en torno a la llamada “violencia de género” en los que me embarqué.
Es posible que Ciudadanos ayude a “moderar” al monstruo desencadenado, y no dudo de que tamaña empresa pudiera procurar un alivio a las tensiones políticas, económicas y sociales que penden sobre nuestras cabezas. Visto así, dejad que moderen. Pero, si se supera esta etapa, no quedará más que un sereno obituario: es un partido que ya no sirve de nada. Al menos para quienes le apoyamos en el 2006. No pudo ser.