El chequista vomita su Memoria
Como sobrino-nieto de un joven soldado (estoy hablando de 1936) desaparecido, y probablemente enterrado en una incógnita cuneta cavada por milicianos en los primeros tiempos de la incivil guerra española, como amigo íntimo de un dirigente de UCD asesinado por ETA ocho horas después que de que juntos cenáramos en Guetaria, como persona que ha sufrido ¡doce años! la enemiga de la banda asesina, afirmó sin ambages, que la Ley aprobada el miércoles en el Senado llamada de la Memoria Democrática, es el más grave suceso acaecido en España desde que, apenas estallada ilegalmente la II República, las hordas se emplearan a fondo en Madrid y en toda España quemando conventos, “paseando” por ir a misa a todo el que aparentemente no compatilbizaba con su crueldad, y estableciendo un régimen de terror que incluso el pusilánime Ortega y Gasset (lo fue en aquellas primeras semanas republicanas) no pudo por menos que condenar, eso sí, ambiguamente. “No es esto, no es esto”. Tardó tiempo en enterarse.
Ahora, Sánchez y sus secuaces, adornados para la ocasión con lo peor de cada casa, desde sediciosos separatistas a terroristas que aún no han condenado la razzia criminal de ETA durante cuarenta años, ha perpetrado una ley defendida en el Senado por ese oscuro funcionario de las tinieblas llamado Félix Bolaños. ¿De qué familia procede este individuo? Nadie como el aún presidente ha hecho tanto en menos tiempo y no ya para dividir a España en dos mitades parece que ya irreconciliables, sino para sembrar odio en las entretelas de los que, con un desparpajo casi siempre embustero, se dicen herederos de los perdedores del franquismo. Mentira: la mayoría de ellos vivieron en la dictadura afablemente ¿O es que el PNV puede presentar una oposición crucial contra el Caudillo? ¿O es que los socialistas, muchos de los cuales, los de ahora, son nietos de los que, a pesar de ellos, tuvieron que luchar en el bando rojo, nos van a dar lecciones al resto de los españoles de cómo se comportaron nuestros padres en aquella catástrofe del 36-39?
La Ley vomitada por el chequista Sánchez es una provocación, un atentado contra la paz nacional, un ataque desbocado contra los españoles que no quieren saber nada de aquel desastre doméstico que se quiso arrumbar con la Transición. Produce horror comprobar cómo este sujeto sin escrúpulos, sin principios, sin límites ha recibido para su Ley el voto de personajes que, como la filoterrorista Aizpurúa, reclamaban a ETA hace poco más de diez años que ejecutara cuanto antes a los españoles que se oponían a su proyecto letal. ¿Cómo se le puede denominar al acompañante de los delincuentes que, gracias a él, salen de la cárcel y son homenajeados por la tribu de conchabanes que dieron refugio y ayuda a los pistoleros? Toda la Transición urdida con un cuidado exquisito para no supurar heridas antiguas salta por los aires con este bodrio repugnante que el PSOE ha planeado para violentar la relación de las dos Españas. Nadie en este país, salvo gentes del peor jaez como Pablo Iglesias y su cohorte de leninistas, han reclamado nunca la revisión de la amnistía aprobada en la Transición que benefició a criminales de ETA que salieron a la calle y lo que es aún peor, volvieron a empuñar la pistola para matar a todo el que se oponía a su régimen criminal, incluidos, desde luego, muy significados militantes socialistas.
Ya sólo le falta al chequista de La Moncloa que, efectivamente, haga realidad sus deseos y encarcele en los peores zulos a quienes osen contravenir sus propósitos. Es penoso que una cierta derecha se pliegue sin rechistar a que este individuo complazca sus deseos. ¿Cómo es posible que incluso productoras de la televisión que se presentan como liberales hayan puesto en marcha una “egoserie” para bendecir con plácemes humillados la actualidad del todavía presidente? ¿A que no completan su obra e incluyen en las cuatro estaciones la del dolor que los esbirros que soban ahora a Sánchez han causado y están causando ahora mismo en España? ¿A que no? A este tipo ya no le falta -lo digo y lo vuelvo a escribir- más que aherrojar a los disidentes y a los más duros llevarles hasta la trena porque, como dicen los amigos comunistas de Iberoamérica, se oponen al “triunfo revolucionario de las masas». El miércoles, Sánchez, en su búsqueda permanente de nuevos palabros con los que denostar a la oposición encontró y radió uno de inconfundible aroma marxista: “Las clases pudientes”. Los que piensen que estas reflexiones son una exageración del cronista pueden releer a protagonistas de la República como el que en un momento fue ministro de a Gobernación, Miguel Maura, que alertó, sin que nadie quisiera escucharle, de las maldades que podían ocasionar en el lenguaje y en la práctica política los sindicatos de clase que empujaban a los milicianos armados a fusilar al Corazón de Jesús.
Finalmente, ya está tardando Feijóo en prometer que si gana las próximas elecciones una de sus primeras iniciativas, la más importante, será derogar esta Ley miserable, el vómito de Sánchez que, de continuar, convertirá a España en un nuevo cementerio. Esta clase de leyes son las que enervan a una sociedad a pesar de que ahora mismo el país aún sestee y no se movilice ni siquiera cuando se ataca a su misma entraña moral. Falta que los partidos que no han apoyado este bodrio repulsivo alienten a su electorado contra unos impresentables revanchistas de no se sabe qué, que han devuelto a la comunidad hispana a los años más negros de la preguerra civil. Es la obra de un psicópata que convierte su enfermedad en un latigazo contra las que llama, vomitando odio, las “clases pudientes”. Invención marxista donde las haya.
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