Caciquismo del siglo XXI

Caciquismo

En la Restauración, obra que debemos a Cánovas del Castillo, principalmente, el sistema electoral, sin embargo, no fue el más limpio que podía darse, ya que en muchos casos se amañaban actas electorales -cosa que, por ejemplo, como demuestra el profesor Álvarez Tardío, también sucedió en las elecciones de febrero de 1936 que ganó el Frente Popular tras muchas actas irregulares y fraudulentas-; se llenaban pucheros de votos para añadirlos después a las urnas -de ahí, el término, pucherazo, no muy distante de esconder una urna tras una cortina-; o se compraban votos por parte de los caciques locales, bien para ellos, bien para el candidato al Congreso para el que trabajaban. Eso desvirtuaba los resultados. Eran imperfecciones propias de unos años donde el sistema parlamentario se iba abriendo paso en España.

Es obvio que todo eso está superado -la urna tras una cortina reapareció hace pocos años, pero en el seno de una votación de un partido político, no en unas elecciones, y, además, hicieron dimitir a quien tuvo ese proceder-. Ahora bien, una cosa es que ahora no se compren votos directamente, como en la Restauración, y otra que no se trate de atraer voluntades con múltiples promesas electorales.

El problema es que las promesas electorales han pasado ya a ser actuaciones realizadas desde el poder ejecutivo como anuncios electorales destinados a todo tipo de grupos. Es cierto que todos los gobiernos pueden tener la tentación de orientar ciertas políticas para tratar de tener rédito político, pero ninguno ha llegado al desparpajo del presidente Sánchez a la hora de anunciarlas y aplicarlas.

Así, Sánchez, en lugar de realizar una promesa en el programa electoral, adopta una medida antes de las elecciones, en plena campaña electoral, la vende y, además, la anuncia en un mitin, antes de llevarla al Consejo de Ministros. Les paga el 50% del interraíl a los jóvenes o el 90% de los traslados interiores; otorga subvenciones al campo sólo cuando está contra las cuerdas; o, ahora, subvenciona el cine para que los jubilados vayan a él por dos euros.

Lleva ya anunciadas o aprobadas actuaciones por más de 12.000 millones de euros. Hace meses, dije en OKDIARIO que siendo mucho el gasto, déficit y deuda que Sánchez había provocado, yendo detrás en las encuestas y sin tener que someterse todavía a las reglas fiscales, cabía la probabilidad de que Sánchez acelerase el gasto en la precampaña y campaña electorales. Eso es lo que ha hecho.

Esto es terrible: con el dinero de todos, como si se reeditase un caciquismo felizmente superado, ahora en formato de siglo XXI, Sánchez trata de atraer voluntades y votos con los que llenar las urnas, que parece que se muestran contrarias a sus intereses. Ese dinero sale del esfuerzo de todos los ciudadanos y debería ser más respetuoso con él y dedicarlo a cuestiones necesarias, no a pagar viajes de ocio o entradas de cine. Muy desesperado tiene que estar para llevar a cabo estas acciones, pero el gasto, el déficit y la deuda de sus reclamos electorales los pagamos todos, y entre ellos, muchas personas necesitadas, que ven cómo pagan impuestos para que disfruten de esas actuaciones otros grupos de mayor nivel de renta, por lo que, además de despilfarro y unas prácticas de atracción de voto censurables, se trata de una política regresiva, como muchas de las que hace Sánchez con su política económica.

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