Opinión

Biden y Putin

Está lejana en el tiempo aquella época en la que con ocasión de recordar hechos para la posteridad —como las Guerras Médicas—, el geógrafo griego Heródoto de Halicarnaso hizo nacer una disciplina hasta entonces nueva, que hoy conocemos como Historia. Eso sucedía a mediados del siglo V a.C. al acometer la ingente tarea de dejar por escrito el resultado de sus investigaciones «para evitar que con el tiempo los hechos humanos queden en el olvido, y que las notables y singulares empresas acometidas por griegos y bárbaros —y, en especial, el motivo de su mutuo enfrentamiento—, queden sin realce». Sin ser consciente de ello, como decimos, Heródoto se convirtió en el primer historiador. Así se lo reconocería el orador romano Cicerón al calificar a la Historia como «maestra de la vida» y a Heródoto como el padre de la disciplina, título que sigue vivo en la actualidad.

Esta introducción viene a cuento para referirnos no a aquellas guerras, sino a una situación enquistada en Europa y que puede precipitar un conflicto de imprevisible alcance entre Rusia y Occidente —concretado en Estados Unidos y la OTAN— con Ucrania como protagonista. Un pueblo que olvida su Historia está abocado a repetirla, especialmente sus errores. La narración de aquellas guerras de la antigüedad entre griegos y persas por la hegemonía del momento, se convierte en una referencia de autoridad para que los bandos enfrentados reflexionen sobre el riesgo que todos estamos asumiendo ante la posibilidad de que «un error de cálculo» precipite una guerra no deseada. Esa expresión fue acuñada por Kennedy y Kruschov durante la crisis de Berlín en 1961 y su correlativa crisis de los misiles de Cuba en 1962, para buscar una interlocución personal y directa entre ellos que evitara la contienda.

Esta semana Putin se reúne con Biden y con el Secretario General de la Alianza Atlántica, el noruego Stontelberg, para hablar de un desarme multilateral, que es el eufemismo para referirse a la posibilidad de una invasión rusa en la ex república soviética hermana. El detonante es la continua expansión de la Alianza hacia las fronteras rusas, que Putin considera que viola el compromiso asumido por EEUU de no expandirse hacia ellas tras la desaparición de la URSS en 1991, y que llega a su culmen al plantearse incluso el mismo ingreso de Ucrania en la OTAN.

En una rueda de prensa la pasada semana, Putin planteó la cuestión en esos términos diciendo que no aceptaría una política de hechos consumados con misiles enemigos rodeando Rusia. La Historia, maestra de la vida, nos enseña que la Rusia de Putin intenta superar la situación creada por la implosión soviética que desvaneció su condición de superpotencia mundial frente a los Estados Unidos, y busca ahora recuperar el orgullo perdido. Cien mil soldados desplegados en la frontera con Ucrania son una seria advertencia acerca de sus propósitos, a la que debe unirse su reciente intervención en Kazajistán, que evoca actuaciones precedentes del Pacto de Varsovia que fueron en la misma línea. Ucrania para Putin es ahora lo mismo que Cuba significó para Kennedy en 1962, y esto no debería olvidarse —sobre todo por Biden—, aunque sí el ardor guerrero de los aliados europeos.

Pero la reciente historia de la caótica desbandada de Kabul no deja tampoco excesivo margen para confiar en una eventual firmeza norteamericana ante su interlocutor ruso, de lo que es plenamente consciente Putin. Por tanto, plantear la incorporación de Ucrania a la OTAN como una «decisión soberana» suya en el ejercicio de su independencia —como afirman portavoces de la misma— no deja de ser retórica voluntarista; frente al hecho de que, sin doctrina Breznev por medio, en realidad se trata de una soberanía limitada.

En última instancia es preciso plantearse una realidad insoslayable: ¿Qué Ucrania quieren incorporar? No olvidemos que Rusia se ha anexionado la península de Crimea y mantiene ocupada toda la región del Dombás. Si se incorporara el resto de Ucrania, significaría un reconocimiento de hecho y de derecho de la fragmentación del país. Heródoto y Cicerón aconsejarían a Biden y Putin que no tensen más la cuerda, porque puede romperse.