Begoña Gómez, ese ‘bien de Estado’

Begoña Gómez

Comprendo que para una señora sin estudios, ni preparación técnica, le cueste mucho entender el elemental principio ético –y hasta legal– que censura el uso privado de lo público. Pero para eso, para que lo entienda, tiene miles de asesores de todo tipo a su alrededor que cuestan un riñón y parte del otro a los sufridos y esquilmados contribuyentes. Comprendo que para la esposa de un presidente del Gobierno que usa falcons, audis blindados a 500.000 euros cada uno y superpumas mientras presume de invertir 40 millones para que los españoles de a pie utilicen la bicicleta, le sea muy difícil entender que hay cosas de las que no pueda gozar, incluso aunque no tengan relevancia penal. ¡Es la ética, señora!

Lejos de arredrarse, por lo que parece, con las imputaciones judiciales de las que es objeto, se fue a Bristol con su hija en un viaje privado utilizando la sala de autoridades del aeropuerto Adolfo Suárez y dando para la casilla «datos factura» los del Ministerio de la Presidencia. ¡No aprenden!

Escrito de otro modo. Horas después de que su marido alcanzara el poder, el matrimonio se subió a un falcon oficial para irse a un concierto en Alicante; era el preludio de lo que llegó después. Estos «progresistas» (sic) ya creían que los bienes del Estado les pertenecían, es más, ellos mismos se convirtieron en bienes de Estado.

Seis años después, gracias al coraje de la prensa libre, Gómez está sentada como imputada y con ganas, al parecer, de cobrarse venganza. Por de pronto, ha dejado a la Universidad Complutense con una reputación por los suelos y todo aquel lugar donde pasó el platillo se ha convertido en apestado.

La única ventaja es que, a su paso, aquellos que luchan por la verdad y la limpieza se han convertido en auténticos héroes, el juez Peinado en primera fila.

Olvidaron al día siguiente de dormir en Moncloa que habían llegado hasta allí por un caso de corrupción de otros.

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