La banalidad del mal

Hace unos días conocimos la segunda condena de un concejal del equipo de gobierno del Pacte de izquierdas de Palma, la segunda sentencia judicial, en este último caso, por prevaricar y anular un acto administrativo sin expediente administrativo, en contra del proceso legalmente establecido.
La socialista Pastor continúa imputada por “revelación de secretos” y ahora sabemos que la concejal de Més que dirigió Emaya, además de investigada por los vertidos de aguas fecales a la bahía de Palma, la fiscalía se ha opuesto al archivo y el juez ve indicios de delito en sus actuaciones…
Lejos de pedir perdón o reconocer error alguno, el alcalde de Palma no ha condenado ninguna de las actuaciones que han llevado a los dos primeros a delinquir y la tercera en cuestión, a cesar en sus responsabilidades, habida cuenta del proceso judicial en que será acusada, apreciando el juez indicio de delito en sus actuaciones.
El alcalde de Palma, máximo responsable del equipo de gobierno municipal, jamás ha emitido reproche alguno ante tales atropellos. En la primera ocasión, el edil Molina no dimitió, ni se lo pidió el alcalde, ni con sentencia firme; en la segunda, Hila ha justificado el trabajo de la condenada Jhardi por prevaricación.
Corría el año 1960, cuando el criminal nazi Adolf Eichmann fue apresado en Argentina y juzgado en Israel por sus crímenes como teniente coronel de las SS de Adolf Hitler. Se le llamó «el arquitecto del holocausto» por favorecer, propiciar y permitir el asesinato atroz de millones de personas a las órdenes del tercer reich.
Hannah Arendt trató particularmente el juicio de Jerusalén y su “banalización del mal”, presentando a Eichmann como un hombre corriente, un concepto que afirma que las personas capaces de cometer grandes atrocidades y grandes males pueden ser gente aparente y perfectamente “normal”. Aquel abril de 1961 Eichmann se consideraba inocente y así se declaró ante el tribunal que le juzgaba; él, decía, “hacía su trabajo”, nada más. No pensaba, no construía, no planificaba… «Mi cometido era solo de técnico de transportes», declaró.
La banalidad del mal llega también a nuestros días, cuando la izquierda más radical recuerda que las sentencias y los actos reprochables no son para todos igual. Mientras la derecha tiene la obligación moral de acometer sus tesis desde la más absoluta pulcritud, para la izquierda que defiende el «interés supremo» es lícito cometer delitos en nombre de un supuesto «bien colectivo».
Así las cosas, en Palma, en los últimos siete años, el autodenominado Govern de la gent tiene dos condenados por la justicia. En el más reciente de ellos, de hace escasos días, el alcalde Hila manifestó que la condenada por prevaricación «afrontó un problema histórico». En la actualidad, tres concejales del equipo de gobierno de Palma están investigados por la justicia sin que ninguno tenga la más mínima intención de dimitir, ni su alcalde se lo haya solicitado. Antes al contrario, los mismos concejales socialistas comparecieron la semana pasada para denunciar una «persecución política», que con su acusación «se perjudica la democracia» y que «hay intereses políticos» en su causa. Todas ellas vergonzosas acusaciones sin fundamento alguno, con el beneplácito del alcalde.
Lo vemos con Hila, lo vemos con Armengol… La pillaron de madrugada en un bar de copas cuando todos estábamos confinados… y apareció también Hila, desaparecieron las actas de la policía sobre aquellos hechos y, mientras, cada día da lecciones morales desde el Consolat y esconde los abusos de las menores tuteladas en Baleares.
Como podemos comprobar, la justicia al servicio de la «verdad» relativa del poder se ha apoderado del Ayuntamiento que bochornosamente dirige el peor alcalde la historia palmesana. La izquierda ve sus imputaciones, sus sentencias y las acusaciones sobre sus actuaciones de la fiscalía, dibujando conspiraciones contra una supuesta defensa de un ideal superior (el suyo), que justifica saltarse todas las normas legales, hasta las sentencias judiciales, porque su fin justifica los medios.
Ahora el alcalde, como Eichmann, relata que ellos «hacían su trabajo». Lo hacían cuando tomaban decisiones arbitrarias sobre licencias municipales por las que existen sentencias, lo hacían cuando «los investigados infringieron la normativa protectora del medio ambiente y, a pesar de conocer la situación de la deficiente depuración, no actuaron eficazmente para evitar la continuidad de los vertidos» (de aguas fecales) a la bahía de Palma.
Lo dijo Arendt: «Las mentiras resultan a veces mucho más plausibles, mucho más atractivas a la razón, que la realidad, dado que el que miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia desea o espera oír. Ha preparado su relato para el consumo público con el cuidado de hacerlo verosímil mientras que la realidad tiene la desconcertante costumbre de enfrentarnos con lo inesperado, con aquello para lo que no estamos preparados».
No se trata de poner a la política de Baleares, o de Palma, al servicio de una ideología u otra, la elección es mucho más profunda y moral. Ya saben lo que dijo el filósofo: si en verdad queréis conocer a un hombre (o una mujer, añado), investidle de poder, porque el poder no corrompe, desenmascara.