El auge de AfD en Alemania y la lección para España
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Alemania ha hablado. Y lo ha hecho alto y claro, pese a los esfuerzos de la aristocracia moral de Bruselas y sus vasallos mediáticos. El cordón sanitario, ese castillo de naipes con el que los autodenominados demócratas pretendían aislar a los impuros, ha demostrado ser tan efectivo como un paraguas en un huracán. AfD ha duplicado resultados y la CDU, a pesar de su victoria, observa con inquietud cómo su hegemonía se resquebraja ante el ascenso imparable de lo que hay a su derecha.
Hablemos claro: el cordón sanitario es el equivalente político de una niñera histérica que tapa los oídos del niño para que no escuche palabrotas. La realidad, sin embargo, es testaruda. Puedes negarte a ver la ola, pero eso no evitará que te moje. La estrategia de ignorar, demonizar y censurar a millones de votantes no solo es antidemocrática, sino suicida. Cada vez que se levanta un cordón sanitario, crece la energía del excluido y se convierte en un huracán electoral.
Lo que ha ocurrido en Alemania es el mismo síntoma de desgaste que ya se está viendo en otros países de Europa. Y en España, donde el sanchismo ha hecho de la exclusión su manual de resistencia, la factura también llegará. Sánchez, con su retórica de trinchera y su pacto con los más radicales, ha convertido la democracia en una partida amañada, donde solo caben los suyos. Pero el truco del miedo tiene fecha de caducidad. La realidad es que cada vez más españoles miran con recelo su circo de mentiras y su obsesión por cercar a la oposición con estrategias de lawfare, censura y persecución judicial.
Es irónico que quienes se llenan la boca con la palabra “democracia” sean los primeros en pisotearla cuando los resultados no les favorecen. Alemania, con su pulsómetro histórico siempre tan fino para detectar lo que viene, está marcando tendencia. Lo de AfD no es un fenómeno aislado; es la demostración de que el truco del miedo ya no cuela. La censura y la exclusión no reducen el descontento, lo multiplican.
Elon Musk, que de ingenuo tiene lo mismo que de pobre, lo ha entendido antes que muchos. Cuando el cordón sanitario se convierte en un chiste, los pragmáticos toman la iniciativa. Musk llama a Weidel para felicitarla, y la reacción de los guardianes de la ortodoxia es la previsible: escándalo, injerencia, conspiraciones. Como si la voluntad popular fuera un programa informático que se puede parchear desde un ministerio.
Y aquí viene la pregunta del millón: ¿cómo planean estos arquitectos del veto evitar la próxima derrota? Porque la tendencia es clara, y si siguen con su estrategia de mirar hacia otro lado, un día abrirán los ojos y el cordón sanitario será una soga en su propio cuello. No se puede gobernar a base de negar la realidad. Y la realidad es que los partidos demonizados por la maquinaria progre están ganando peso en toda Europa.
Que nadie se equivoque. Si la CDU cree que puede mantenerse en el poder sin mirar de reojo a su derecha, está jugando a la ruleta rusa con todas las balas en el tambor. Si el “cordón sanitario” fuera tan eficaz, hoy no estaríamos hablando de AfD como la segunda fuerza del país, y la alternativa a los que han convertido la política alemana en un catecismo ecologista. Cada elección que pase sin que la derecha tradicional rectifique será un paso más hacia su obsolescencia.
Los cordones sanitarios son una falacia con fecha de caducidad. No es una cuestión de ideología, sino de matemáticas: si sigues restando, acabarás sin nada. Y en Alemania, como en el resto de Europa, el que quiera gobernar en el futuro hará bien en dejar de fingir que la mitad del electorado no existe.
En España, Sánchez y sus aliados llevan años utilizando esta misma táctica para sostenerse en el poder. La diferencia es que aquí no solo han intentado aislar a la oposición, sino que han transformado el Estado en un arma partidista.
Desde la Fiscalía hasta el CIS, pasando por el Tribunal Constitucional, todo se ha convertido en un instrumento al servicio del PSOE. Pero ni siquiera el control institucional podrá frenar la realidad. Porque cuando el cordón sanitario fracasa, el golpe electoral es aún mayor. Y en Alemania ya se ha visto la primera grieta de un muro que no tardará en derrumbarse también en España.