El atraso económico que supuso la II República
Este domingo se cumplieron noventa y tres años de la proclamación de la II República, un régimen que comenzó con un golpe de Estado y terminó con otro, con, al menos, dos intentos más en medio. Y es que la proclamación de la II República no se produjo por cauces democráticos, pues el doce de abril de 1931 no se celebraba un referéndum entre monarquía o república, sino unas elecciones municipales. Dichas elecciones, además, fueron ganadas por las candidaturas monárquicas en el conjunto de España, pero como el resultado en las grandes ciudades fue más favorable a los republicanos, la presión hizo que penetrase la idea de que España entera era fervorosamente republicana, cuando no era así. El Rey suspendió el ejercicio del poder real para evitar un derramamiento de sangre, pero la torpeza de la República, que se transformó, casi desde el principio, en una revolución soviética, provocó la horrible Guerra Civil, que se inicia con el otro golpe de Estado, el del dieciocho de julio de 1936. Los otros dos intentos de golpe fueron “la Sanjurjada” de 1932 y la revolución de 1934.
Pues bien, la República lo tenía todo para haber hecho prosperar a España, pues venía de una tendencia económica positiva del reinado de Alfonso XIII, una vez superada la guerra de Marruecos: España había empezado a modernizarse, se habían creado las grandes compañías, como Telefónica, Iberia, Campsa, y empezaba a brotar una incipiente clase media. La República sólo tenía que generar confianza tras la caída de la dictadura de Berenguer y del almirante Aznar, apareciendo como un régimen democrático alternativo a la monarquía, como en Francia, por ejemplo, y profundizar en las reformas del reinado de Alfonso XIII.
Sin embargo, nada de eso se hizo, porque se primó el dogmatismo político a los argumentos de progreso técnico. La expropiación de tierras que se produjo no fue con el objeto de movilizarlas para la producción eficiente, como en la desamortización de Mendizábal del siglo anterior, por ejemplo, sino como ataque político a los Grandes de España.
Tampoco se impulsó la clase media, que fue perseguida en muchas ocasiones por motivos religiosos, sino que el régimen republicano, virado cada vez más hacia la revolución comunista, impedía su participación efectiva, pues no reconocía a los partidos de centro-derecha como legítimos para poder gobernar, pese a ganar las elecciones. Junto a ello, sembró el resentimiento entre las capas más bajas de la sociedad, que en cuanto estalló la guerra quedó al descubierto.
No completó el plan hidrológico nacional, ni vertebró España con una buena red de carreteras. Tardó en acabar el proyecto de Ciudad Universitaria impulsado por Alfonso XIII y sumió al país en el desorden y en la inseguridad, que son dos elementos enemigos de la economía.
La inestabilidad política, con una veintena de gobiernos, estados de alarma y de guerra, junto con alrededor de 4.000 huelgas, con la pérdida de casi cuarenta jornadas de trabajo, minaron a la economía, que retrocedió en todos los índices económicos. Las series económicas analizadas por Gabriel Tortella son concluyentes: la producción de acero pasó de 1.000.000 de toneladas en 1930 a poco más de la mitad en el mejor año de la República; el consumo de cemento pasó de 1,8 millones de toneladas en 1930 hasta 1,46 millones de toneladas en 1935; la industrialización por habitante de 1930 no se volvió a alcanzar hasta 1952; el PIB a precios de mercado no logró superar las cifras de 1929, siendo los años del bienio radical-cedista los únicos que crecieron. Por su parte, la agricultura nunca recuperó los niveles anteriores a 1930 y las exportaciones pasaron del 10% del PIB en dicho año al 4% en 1935. El número de parados pasó de 339.000 personas en 1932 a 821.000 personas en 1936. Ése es el desastre económico que provocó la II República.
Y, lo peor, de todo, con su actitud, provocó una horrorosa guerra civil que dividió a los españoles -división que ahora la izquierda resucita- y que arruinó la economía española, con una posterior dictadura que, en su primera parte, hundió todavía más la economía fruto del dominio de Falange, tan intervencionista como la izquierda. La miseria de la guerra es fruto directo de la II República, pues la guerra es consecuencia de sus desmanes, al renunciar al ser un régimen democrático y tratar de imponer la revolución comunista.
España salió de la República más pobre de lo que entró, sin futuro y con una dictadura que supuso una asfixia más en la economía nacional. Por tanto, no hay nada que celebrar en los aniversarios de la II República; si acaso, que, gracias a Dios, sus efectos -entre los que se encuentra la dictadura- se disiparon y dieron paso, cuarenta años después, a la Monarquía de todos, que ha impulsado el crecimiento español como nunca antes, con el prólogo del final del franquismo, que se adaptó por necesidad y permitió que los tecnócratas empezasen a liberalizar la economía.
Escasez de inversiones, desolación económica y falta de impulso inversor por primar aspectos políticos revolucionarios es lo que provocó la II República en la economía: un gran atraso económico.
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