¡Y ahora el tipo nos suplica!

 ¡Y ahora el tipo nos suplica!

Compungidamente, al estilo Fernando VII que se presentaba siempre como el gran hacedor de España, ha aparecido en las televisiones (cada vez menos porque los canales no infectados huyen de sus chapas) para suplicarnos prudencia. Eso, el mismo día en que los “antifas” hispánicos ocupaban de nuevo la Puerta del Sol, y, acompañados de algunos afroamericanos de importación, se agolpaban, abigarradamente en los aledaños de una Embajada presuntamente amiga: la de Estados Unidos de América. En su insoportable y desde luego no póstuma, ya lo verán, cotorrera semanal, cariacontecido como una damisela del XVIII, nos rogó prudencia porque el maldito virus sigue pasando la primavera más espantosa que recordarse pueda, en España. Es decir: él, que nos a ha mentido con pertinacia, que nos tiene secuestrados desde hace tres meses, que nos ha arruinado, que se ha aliado con el comunismo más soviético, que ha destrozado la Guardia Civil, que se ha apropiado de instituciones básicas del Estado como La Fiscalía y la Abogacía General del Estado, que ha dejado morir sin protección a nuestros amigos y ha puesto en peligro nuestras propias vidas, ahora, casi lloroso ¡nos suplica prudencia! Ello, repito, el mismo día en que su Gobierno dejaba que los “antifas” se juntaran codo con codo, y hasta besándose, en un par de concentraciones que, no se engañen, no estaban dirigidas contra la brutal Policía de Minneapolis, ni siquiera contra el estrambótico Trump, sino contra la propia democracia universal de la que es primer apoyo la Constitución de Estados Unidos de 1787.

Porque estas protestas virales empiezan a sonar a viejas, antiguallas leninistas, que aquí, en España, ha entendido y alentado muy bien Pedro Sánchez. Son tan carcamales estos bufidos que parecen ser trasuntos de aquel que, en plena Guerra Civil, el fisiólogo Juan Negrín, agente de Stalin y ladrón de nuestro oro y de la numismática ancestral de nuestro Patrimonio, le propinaba, como exigencia, al timorato Azaña: “Se trata de constituir una dictadura con formas democráticas con el fin de preparar al pueblo para el futuro”. Y, ¿cuál era ese futuro que preconizaba el aventajado discípulo (él, al cabo, era un intelectual) del golpista Largo Caballero? Pues nada menos que una franquicia en la que España fuera sólo la enésima república de la criminal Unión Soviética, del asesino y padrecito Stalin que, así para empezar a contar, mató a más de veinte millones de personas.

La dictadura que pretenden ahora se ha iniciado con el control absoluto de las instituciones y con la adquisición, vía cesión tras cesión, de partidos aprovechados como el PNV al que todo lo que ocurra en España le importa una higa, y ya desde luego, de Ciudadanos que, en su huida hacia la izquierda en la que se sitúa el socialista Garicano y el angelito Bal, no repara en barras y pacta con Sánchez por ¡medio metro de distancia social! Esa es la formidable conquista que le han arrancado al mentiroso Sánchez. Ciudadanos en descomposición (a la naranja ya no le va quedando ni la cáscara) se ha convertido en cómplice directo de todas las fechorías del aún presidente, por ejemplo, en amenguar la posible pena del rebelde Trapero y dejar su concomitancia con los peores independentistas catalanes en su sólo una pequeña chiquillada. Si Torra convoca elecciones catalanas en noviembre, ¿con qué argumentos antinacionalistas van a concurrir en el Principado los chicos de Arrimadas? Estos que, según parece, están que echan las muelas con el giro de su presidenta. Ciudadanos, que nació para ser el gran frontón en que se estrellara el secesionismo, es ahora compañero de viaje de los que están a punto de romper España. ¡Bien por ellos! Si Rivera levantara la cabeza en su cómodo despacho, se la volvería a esconder entre las manos para no sentir la vergüenza que ahora manifiestan Girauta, De Quinto y toda la pléyade de políticos de élite que ahora no quieren ni rozarse con el socialista Garicano o con el jefe de los serafines del país, el abogado de Estado, laminado por este Gobierno, Edmundo Bal.

Ahora Sánchez nos tiene, como los resistentes de Esquilache, embozados mientras es seguro que alguien está negociando o forrándose el riñón con las mascarillas chinas. Hace un par de días, un piloto de Iberia denunciaba -y nadie le ha hecho caso- que él viaja de la propia China a Madrid, escalas de por medio, con la bodega repleta de estos incómodos artefactos faciales; pues bien, el avión aterriza, cambia la tripulación y seguidamente despega con destino a no se sabe dónde. ¿De quién son estas mascarillas? ¿a dónde van?, ¿quién entre la decena de perillanes que han actuado durante la pandemia, se está beneficiando del chollo? Ábalos lo sabe. Tendrá amigos en este sarao, presumo yo. Ahora, su jefe Sánchez, tras confundirnos mil veces con la protección, ha decretado que todos sigamos tapados hasta tanto no llegue la vacuna que, ya lo digo, va para largo. Nos lo dice a los españoles que cumplimos las reglas y mira a otro lado con los que se festejan en mil botellones o bullen en manifestaciones antifas que pueden ser fuente de contagios. Pero, ¿quién se cree este hombre para pedirnos más sacrificios, otro secuestro prolongado. Es un candidato a la felonía histórica que, con sus patosas artimañas y con la joroba del soviético Iglesias siempre al lado, pretende transformar este Estado, con la ayuda de los mercaderes del PNV y Ciudadanos, en esa democracia de tránsito hacia la dictadura de lo peor de la sociedad, que pregonaba Negrín. Esta España ya parece una sucursal, es una sucursal de Maduro. Por eso, personalmente lo escribiré así: no me doy por suplicado, a otra Arrimadas con ese hueso.

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