Un español sin complejos al frente de Barcelona

Un español sin complejos al frente de Barcelona

La posibilidad de que Manuel Valls sea el candidato de Ciudadanos a la alcaldía de Barcelona ha encendido las alarmas de sus partidos rivales, desde Barcelona en Comú al PSC. Sólo así se explica la virulencia con que sus líderes se han despachado estos días con el ex primer ministro de Francia. “Segundo plato”, “reaccionario”, “facha”, “fracasado”… son sólo algunos de los apelativos que el coro de munícipes le ha dedicado. Y se entiende. En primer lugar, porque se trataría de una candidatura ganadora —la primera que presenta un partido declaradamente no nacionalista al Ayuntamiento de la Ciudad Condal—, que entroncaría, además, con la tradición del mejor Maragall, el que desbarató en los años 90 todos y cada uno de los intentos de CiU de convertir Barcelona en una suerte de Ripoll con ínfulas.

“¡Viene de fuera!”, claman sus más que probables adversarios, sin pararse a pensar no sólo en la velada xenofobia que destila semejante argumento, sino también en la arcaica lectura del mundo que de él se desprende. En su aldeana cerrazón, ignoran que Europa ya no es una aglomeración de hostilidades más o menos manifiestas, sino un mismo espacio político y, sobre todo, moral. Por lo demás, no parece —y menos en tiempos de Internet— que su condición de parisién haya impedido a Valls estar al corriente de la realidad barcelonesa. En particular, porque la degradación de la marca Barcelona, y los despropósitos del actual equipo de gobierno empiezan a ser sobradamente conocidos en el ancho mundo.  En todo caso, que Ada Colau —quien no escatima un solo tuit a la hora de exhibir su amistad con su homóloga de París, Anne Hidalgo, nacida en San Fernando, Cádiz— acuse a un hombre como Valls —natural, recordemos, del barcelonés barrio de Horta— de desconocer Barcelona clama al cielo.

De su abisal ignorancia de casi todo, por cierto, hemos vuelto a tener noticia estos días. Sabrá el lector que, en su afán de expurgar el paisaje de fachas, y semanas antes de que descabezara al almirante Cervera del callejero barcelonés, Colau ordenó la retirada de la estatua de Antonio López, una intervención que vinculó con la necesidad de reformar urbanísticamente la Vía Layetana. El caso es que, en un encuentro con los medios con ocasión de Sant Jordi, un periodista barcelonés le conminó a proseguir esa reforma retirando también la estatua de Francesc Cambó, sita al pie del edificio neogótico de La Caixa proyectado por Enric Sagnier en 1917 —para más señas: Layetana esquina Junqueras—“¡Cambó, financiador de la Guerra Civil! ¡Y tiene monumento! Atrévase con Cambó, señora alcaldesa”, le espetó el periodista a la alcaldesaAnte lo cual, Colau repuso: “Me informaré, me informaré”, mientras un asesor tomaba unas notas, probablemente para recordarle que se informara, que se informara.

Pero, volviendo a Valls, su candidatura supondría un paso adelante en el proceso de transnacionalización de las listas electorales, un espaldarazo al desarrollo supranacional de la UE, una apuesta por esa Europa de los ciudadanos de la que hablaba Ulrich Beck o por la esfera pública europea de Jürgen Habermas. Y, por qué no, la expectativa de que los partidos tendieran a ser verdaderamente europeos y fueran dejando atrás las particularidades nacionales. Nada sería tan eficaz para conjurar las amenazas nacionalista y populista, ante las que cualquier prevención es poca.

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