¿Por qué se manifiestan los iraquíes?
Las protestas exigen el fin del régimen político, asediado por la corrupción, la inoperancia y el intervencionismo iraní
Más de 110 muertos y 6.000 heridos. Ese es el balance hasta el momento de la oleada de protestas en Irak que estalló hace una semana en la mayor parte del sur del país y en provincias centrales y del norte. Es la consecuencia del enfrentamiento entre los manifestantes y las fuerzas de seguridad, en una escalada de violencia considerada por los analistas como “la peor desde que el grupo terrorista Daesh fuera derrotado hace casi dos años”.
Este martes, el Gobierno del primer ministro Adel Abdul Mahdi anunció el despliegue del segundo paquete de medidas encaminadas a acabar con el descontento social: 12,6 millones de dólares estadounidenses destinados a la extensión de la red eléctrica -solar- a 3.000 familias pobres; la facilitación de los procedimientos para los jóvenes emprendedores, y la ampliación de las oportunidades de trabajo para este sector poblacional que esté desempleado, en empresas de programación, reciclaje y limpieza de residuos. Sin embargo, parece que los esfuerzos del Gobierno para calmar los ánimos del pueblo iraquí siguen sin dar sus frutos.
El interrogante que se plantea en estos momentos es cómo se ha llegado a este escenario. Según la directora de Investigación del Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW, por sus siglas en inglés), Jennifer Cafarella, “las dinámicas que se están desarrollando en la actualidad tienen sus fundamentos en hace años -incluso décadas”, si bien considera que el punto cronológico de inflexión del que se debe partir es el mes de mayo de 2018, cuando el país celebró elecciones legislativas al Consejo de Representantes -las quintas tras la caída de Saddam Hussein y las primeras tras la derrota de Daesh en Mosul-. El resultado de los comicios arrojó la victoria de la coalición Sairún (‘Marchamos’, en español), compuesta, también, por las filas del Partido Comunista iraquí.
La formación está encabezada por el clérigo chií Muqtada al Sadr, quien fuera dirigente de la milicia Mahdi, la cual combatió directamente contra las fuerzas estadounidenses en Najaf y Baghdad en el año 2004. Aunque sus líneas de actuación han ido virando en la última década: de acuerdo con el analista Michael D. Sullivan, “su enfoque pragmático pasó de tratar de cambiar la situación en Irak a través de la violencia física (2003-2008), a comprender el poder de la política y las acciones cívicas (2011-2018)”, uno de los únicos factores que se han mantenido constantes es su animadversión hacia Estados Unidos. Los resultados también colocaron al partido Al Nasr (‘La Victoria’) del que entonces era primer ministro, Haider al-Abadi, en tercera posición, por detrás de la formación pro-iraní Al Fath (‘La Conquista’, en español), de Hadi al-Ameri.
Este mosaico político acarreó implícitos diversos mensajes: en primer lugar, Estados Unidos perdió a su mayor aliado dentro del Gobierno iraquí -Haider al-Abadi-, que se había nutrido del apoyo de tropas norteamericanas para combatir a Daesh. Al mismo tiempo, Al Sadr, con su ideología contraria a la injerencia extranjera, fundamentalmente estadounidense, en Irak, se convertía en la fuerza con más apoyos entre el pueblo y las posiciones políticas favorables a Teherán salían reforzadas con Al Fath.
En este sentido, Cafarella alerta de que “el Gobierno actual es un compuesto de múltiples agentes de poder cuyos intereses y objetivos dentro de Irak a menudo están completamente en desacuerdo entre sí”.
La incapacidad de Mahdi
En consonancia y, en segundo lugar, el primer ministro resultante de los comicios, Adel Abdul-Mahdi, quedaba configurado como “un candidato comprimido entre dos grandes bloques de poder [Sairún y Al Fath]”, explica Cafarella. “Él no tiene su propia base política, por lo que es increíblemente débil”, continúa la experta, que justifica de este modo su planteamiento: “Es incapaz de aprobar la legislación en el Consejo de Representantes, y no tiene músculo político, por así decirlo, para aplicar influencia contra Muqtada al-Sadr, o algunos de los representantes iraníes, o incluso Haider al-Abadi, que sigue involucrado en la esfera política y se ha unido a algunos líderes chiítas adicionales en oposición a este nuevo primer ministro, debido a su incapacidad para cumplir con algunos de los requisitos para contrarrestar la corrupción y la reforma dentro del estado iraquí”.
Así, la inestabilidad en la que Mahdi se ha visto inmerso desde que fuera designado como jefe del Estado en octubre de 2018 -seis meses después de las elecciones- ha derivado en unos efectos devastadores para la -valga la redundancia- estabilidad de Irak. El principal efecto ha sido la paralización del Gobierno central de Baghdad, lo que, a su vez, ha derivado en una ingobernabilidad práctica a la hora de proponer, adoptar e implementar medidas encaminadas a corregir la delicada situación política, económica y social que atraviesa el país.
“Queremos los derechos básicos: electricidad, agua, empleo y medicina, nada más”, declara Mohammed Jassim, un manifestante, a Associated Press. Según datos del Banco Mundial, tasa de desempleo en el país ronda el 8%, un porcentaje que se dispara en el caso juvenil, hasta alcanzar el 25%. El suministro de energía -a pesar de que Irak posee la cuarta mayor reserva de petróleo del mundo, de acuerdo con la OPEP-, junto con el suministro de agua, es totalmente inestable. Las infraestructuras básicas, como carreteras, hospitales, escuelas y otros servicios básicos, llevan sufriendo un deterioro progresivo desde el año 2003, que se catalizó con la guerra contra Daesh. Una consecuencia directa de los enfrentamientos ha sido 1,8 millones de desplazados internos están en necesidad de ayuda humanitaria y, en concreto, de vivienda. En este sentido, según ha estimado el Banco Mundial, “el coste de la reconstrucción en las siete provincias afectadas por la guerra contra Daesh se sitúa en los 90 mil millones de dólares durante, al menos, cinco años”.
La corrupción también se ha convertido en un problema estructural. De acuerdo con el Índice de Percepción de la Corrupción de 2018 de la organización Transparencia Internacional, Irak ocupó el puesto 168 de un total de 180, convirtiéndose en uno de los países más corruptos del mundo.
En esta línea, el analista de Chatham House Renard Mansour explica que “los manifestantes señalan específicamente la forma en que se hacen los nombramientos del gobierno sobre la base de cuotas sectarias o étnicas (un sistema conocido como ‘muhassasa’), en lugar de por mérito. Los iraquíes agraviados dicen que esto ha permitido que los líderes chiítas, kurdos, sunitas y otros abusen de los fondos públicos, se enriquezcan a sí mismos y a sus seguidores y saqueen efectivamente al país de su riqueza con muy pocos beneficios para la mayoría de los ciudadanos”.
La retórica anti-Irán
En tercer lugar, cabe destacar que, si bien Cafarella establece el punto de inflexión en mayo de 2018, otros analistas como Ahmed Twaij abogan por la existencia un detonante más reciente: el despido del general Abdul Wahab al-Saadi a finales del mes de septiembre -recolocado en un puesto administrativo-, quien era reconocido como un “héroe” de las Fuerzas Armadas por la sociedad iraquí por sus contribuciones a la lucha contra Daesh, pues encabezó el Servicio de Contra-Terrorismo Iraki -una unidad creada con el apoyo de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos y que, con el paso del tiempo, ha llegado a aunar nacionalistas multiétnicos y no sectarios, como explica Twaij-. El analista explica que “la medida podría indicar el desmantelamiento efectivo del Ejército iraquí” -y por eso en las protestas se han visto carteles con la cara del general Al-Saadi, junto con mensajes de apoyo tras su destitución-, ya que esto beneficiaría a las aspiraciones de expansionismo de las denominadas Hashd al-Shaabi o Fuerzas de Movilización Popular (PMF, por sus siglas en inglés), un conglomerado paramilitar pro-iraní de 40 milicias, en su mayoría chiíes, que han combatido contra Daesh desde su nacimiento en el año 2014. Según los últimos datos proporcionados por fuentes estadounidenses, su número de efectivos se eleva hasta los 150.000.
Cabe recordar, en este punto, que la relación de Hashd al-Shaabi con Irán viene dada porque, en el terreno, “las milicias están influencias en gran medida por los comandantes locales y el jefe adjunto Abu Mahdi al-Muhandis, el ex jefe de Kata’ib Hezbollah, vinculado a la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán”, según explica The Defense Post.
“Esta campaña más amplia respaldada por Irán ha desencadenado parte de la retórica anti-Irán dentro del movimiento de protesta actual que estamos viendo en Baghdad y en todo el sur de Irak”, señala al respecto Cafarella. Una situación que también estaría tratando de aprovechar Arabia Saudí, que ha visto la oportunidad de contrarrestar la influencia iraní en Irak, un país al que podría llegar a considerar como un potencial aliado si consiguiera posicionarlo en contra de Irán.
Todas estas motivaciones -la incapacidad de Mahdi para solventar la crisis en Irak y el creciente intervencionismo iraní- confluyen, al final, en una sola: los manifestantes exigen “el fin de un sistema político que ha existido desde que la invasión liderada por Estados Unidos derrocó a Saddam Hussien en 2003, un sistema que, según ellos, les ha fallado”, como explica Mansour.
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