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‘Van Gogh: a las puertas de la eternidad’ no emociona, pero Willem Dafoe sí lo hace

'Van Gogh: a las puertas de la eternidad' se estrena este viernes 1 de marzo

'Van Gogh: A las puertas de la eternidad'
Van Gogh - A las puertas de la eternidad

El pintor holandés post-impresionista, Van Gogh, se mudó en 1886 a Francia, donde vivió un tiempo conociendo a miembros de la vanguardia incluyendo a Paul Gauguin. Una época en la que pintó las obras maestras espectaculares que son reconocibles en todo el mundo hoy en día.

Empecemos poniendo por escrito lo complicado que es, en 2019, llevar a la pantalla una nueva historia que tiene como protagonista a Vincent Van Gogh. Se ha escrito de todo, se ha mostrado de todo, se ha hablado de todo, hemos leído de todo de uno de los artistas más importantes de la historia. Siendo así, es complicado ofrecer algo nuevo, por lo que conseguirlo tendrá mucho que ver con una mirada personal. Y en esto se ha apoyado Julian Schnabel, su director.

No soy una experta en la figura de Vincent Van Gogh, ni mucho menos, pero sí puedo decir que he intentado acercarme a su obra y su vida de numerosas maneras y en numerosas ocasiones. Siendo esto así, puedo hablar desde un cierto conocimiento. Quizá desde un cierto sentimiento esté mejor dicho, porque lo que sobre todo guardo cuando se trata de Van Gogh no es información sino emociones, que es precisamente a lo que él se entregó durante toda su vida.

Partiendo de esta base, lo que más llama la atención de ‘Van Gogh: a las puertas de la eternidad’ es una escasa capacidad para emocionar. Quien esté familiarizado con el cine de Julian Schnabel, sabrá que sus métodos y sus proyectos pueden llegar a resultar fríos por la intensidad que pretende imprimirlos.

El sonido, la fotografía y en general todos los elementos que apelan a los cinco sentidos del espectador funcionan en muchas de las escenas, pero fallan cuando tienen que interactuar no solo con el público sino también con el personaje. Es decir: cuando Schnabel nos muestra los campos de trigo por los que paseaba Van Gogh casi podemos sentirnos allí, precisamente sintiendo lo que él debió de sentir. Pero cuando pretende mostrarnos lo que Van Gogh sintió el efecto se pierde. No funciona.

Con tanta intensidad (torpemente) pretendida, por momentos solo se consigue dejarnos con esa sensación: demasiada intensidad pretendida. Y esto nos lleva al gran problema de ‘Van Gogh: a las puertas de la eternidad’: no emociona. No conmueve, no termina de llegarnos. No conectamos con lo que Van Gogh sentía. Queda claro, la información está ahí, pero no hay conexión. Yo, la arriba firmante, soy una llorona de manual, y no se me escapó una sola lágrima con esta película. Siendo Van Gogh una de las figuras que más ha emocionado en la historia, puede concluirse que este es un fallo grande.

Y teniendo en cuenta lo bien que está Willem Dafoe resulta hasta increíble. Willem es capaz de darle al Van Gogh de esta película la acertada intensidad que el director no consigue darle a la historia, quizá porque el actor se apoya también en la naturalidad y en una cierta contención. No necesita de recursos exagerados para resultar inmenso, ni necesita mostrarlo todo para expresarlo todo.

Willem Dafoe

La interpretación de Willem está llena de pequeños detalles y también de contradicciones acertadas. Como el propio Van Gogh. Y de emociones. Como el propio Van Gogh. Nominado al Premio Oscar en la pasada edición en la categoría de mejor actor, esta interpretación es, junto a la de Viggo Mortensen en ‘Green Book’, la mejor del año. Y solo por eso merece la pena ver esta película.

Una película que, por resumir de alguna manera, tiene muchas sombras en su concepción, narración y presentación, pero a la que Willem Dafoe llena también de mucha luz. Está en cines desde este mismo viernes 1 de marzo.

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