Roldán: el chivo expiatorio del felipismo
Conocí a Luis Roldán en los momentos más dulces y más amargos de su vida. En pleno apogeo, cuando dirigía a 60.000 guardias civiles y era el mayor azote de la banda terrorista ETA, y en su ocaso, cuando lo entrevisté en Paris en abril de 1994 antes de su fuga y cuando lo visité varias veces en la cárcel de Brieva (Ávila) donde cumplía su condena para escribir mi libro sobre Paesa.
La última vez que hablé con él fue en las pasadas Navidades. Ya se hallaba entonces en un estado lamentable con un severo cáncer galopante que lo consumía. Los médicos le daban, según me dijo con total serenidad, un año de vida. Pero la muerte le ha llegado antes. Su esposa Natacha, que también padecía un carcinoma, había fallecido hacía dos meses. El cáncer se había cebado con una pareja que, en silencio y dignidad, había luchado para recomponer las costuras de sus respectivas vidas.
Roldán fue condenado a 28 años de cárcel por malversación, cohecho, fraude fiscal y estafa, sentencia que el Tribunal Supremo elevó en última instancia a 31. Permaneció entre rejas 15 años: 10 hasta que le concedieron el tercer grado y otros cinco más para obtener la libertad plena. Una barbaridad si tenemos en cuenta el currículum carcelario de algunos etarras, narcos, violadores, pederastas o asesinos que ven la calle con más celeridad. Se podría decir que Roldán pagó los platos rotos del festín del post-felipismo de finales de los años 80 y comienzo de los 90, en una España de Rinconete y Cortadillo.
Pero ni aún así, tras convertirse en un icono de la corrupción política, jamás recibió un insulto o agresión cuando paseaba libremente por la calle. Yo mismo lo comprobé junto a él tanto en Zaragoza como en Madrid paseando por la calle. Los transeúntes lo saludaban más por pena que por odio. Roldán no fue ni un Robin Hood ni un bandolero como El Tempranillo, pero pidió perdón a la sociedad cuando salió de la cárcel. Reconoció sus fechorías y pagó por ellas, mientras otros compañeros seudo-socialistas de fatigas se habían hecho millonarios llenando el zurrón con monedas de plata de la ceca pública. Para retratar aquellos años de parranda podríamos echar mano a la histórica frase de Francisco de Rojas Zorrilla: “Del Rey abajo, ninguno”. Pero sin excluir a nadie.
¿Fue un corrupto Roldán? Sí. No se puede ocultar. Él mismo lo reconoció. Desde su cargo de director de la Guardia Civil se benefició de millonarias comisiones por los contratos de obras del Instituto Armado y de los sobresueldos de fondos reservados del Ministerio del Interior hasta completar un convoluto de casi 2.000 millones de las antiguas pesetas (unos 12 millones de euros). ¿Y por qué un tipo que dirigía con mano de hierro a los del tricornio se dejaba tentar para meter la mano en el cazo? Al margen de consideraciones psicológicas, Roldán se convirtió en un personaje más del patio de Monipodio del felipismo, que luego convirtieron en un chivo expiatorio.
¿Cobró sobornos? Sí. ¿Cobró fondos reservados? Sí. ¿Traicionó a la Guardia Civil? Sí. ¿Engañó a los españoles y a los votantes honrados del PSOE? Sí. ¿Amasó una incalculable fortuna? Sí. En este recordatorio sobre Roldán no puede haber ni un gramo de post-verdad y, por supuesto, hay que huir del cinismo y la hipocresía.
Metástasis de corrupción
Roldán se lucró en una España en descomposición, contagiada por la metástasis de la corrupción: la económica y la política. Viendo de madrugada el pasado jueves un documental de Cuéntame en La 1 de TVE -me lo esperaba y decliné su invitación para ser entrevistado- estallaron mis meninges cerebrales cuando escuchaba al ex biministro Juan Alberto Belloch afirmar con contundencia que su Gobierno no negociaba con delincuentes y a José Bono -una vez más- dar lecciones en público de honradez.
Cada vez que escucho a algún político, de los del clan de los emboscados, dando lecciones de moralidad, honestidad e integridad recuerdo aquellas sabias palabras de Julio Anguita -quizás el líder más íntegro de la Transición- en la presentación del libro del juez Navarro Palacio de Injusticia: “Son personajes de patio de Monipodio, de Rinconete y Cortadillo, pero quieren que los tratemos como personajes del país de los Nibelungos”. Ni niquelado.
En estos días, tras su muerte, algunos compañeros una vez más han insistido en la leyenda sobre los secretos que Roldán se ha podido llevar a la tumba. Aunque parezca soso y antiperiodístico, el ex director de la Guardia Civil no se ha podido llevar ningún enigma a su nicho porque se vació y me lo contó todo a pecho descubierto en diversas entrevistas en El Mundo, en Interviú, en Telemadrid, en Antena 3, en Telecinco, en OKDIARIO y en otros medios.
Posiblemente, queda por contar -al menos, eso creo yo- una anécdota de su vida que me confesó en varias ocasiones: de cómo le robaron en 1994 de la caja fuerte de su domicilio en la calle Platería de Madrid unos documentos que afectaban al entonces Rey Juan Carlos I. Me aseguró que se habían llevado las cartas de agradecimiento de Su Majestad, con anotaciones manuscritas, en las que le daba las gracias por su colaboración en algunos turbios asuntos, que algún día revelaré con más detalles.
Para un reducido número de compañeros, otra de las asignaturas pendientes de Roldán es conocer el destino final del botín de los dos mil millones de pesetas que logró reunir en bancos suizos y en propiedades en España y en el extranjero. Incluso, después de muerto, algunos insisten en que el dinero también se lo ha llevado a la tumba. Sigo sin entender esa obcecación de profesionales brillantes cuando ha quedado demostrado cuál fue el destino final de la pasta: se la quedó el encantador de serpientes Francisco Paesa Sánchez. Si leen las dos ediciones de mi libro Paesa, El espía de las mil caras (2005 y 2016) o si ven la excelente versión cinematográfica, El hombre de las mil caras, dirigida por Alberto Rodríguez, queda suficientemente demostrado que el botín fue a los bolsillos de Paesa.
La máquina de la verdad
Y si les queda alguna duda busquen en la hemeroteca del Grupo Z el polígrafo (máquina de la verdad) al que sometimos a Luis Roldán en mi etapa de director de la revista Interviú. Contratamos al mejor experto en la materia y todo se realizó con seriedad y transparencia. ¿Tras conectarle los cables, saben cuál fue el resultado a la pregunta sobre si se había quedado con el dinero?: que él no lo tenía ni lo había disfrutado. Paesa, en la entrevista que le hice en París cuando se hacía el muerto, me aseguró cínicamente que el botín se había difuminado en gastos.
Desde que abandonó la cárcel en 2010, basta comprobar cómo vivió Roldán con su tercera esposa Natacha en un modesto piso de protección oficial en el centro de Zaragoza, que heredó de su madre, para darse cuenta de que ni el lujo ni la abundancia lo acompañaron en sus últimos años de vida. Cobraba poco más de 600 euros de pensión y su mujer unos 400, en rublos. Con mil euros se apañaban de manera digna. ¿Creen ustedes que después de 15 años en la cárcel alguien, por muy trastornado que esté, no coge el dinero del botín y se marcha a una playa del Caribe a darse un lujazo de vida?
El equipo de Crónicas de una generación, una serie que produjo El Mundo TV para Antena 3, fue testigo en 2002 de un hecho que demostraba la economía de guerra de Roldán. Le tuvimos que comprar en el Corte Inglés una camisa nueva y una corbata para que pudiera posar con decoro ante los objetivos. En el fondo de armario no encontramos nada que conciliara con las lentes de las cámaras.
Roldán cuando abandonó la cárcel de Brieva, en Ávila, donde se las hicieron pasar canutas, asumió sus errores, pero nunca pudo demostrar su verdad. Quedó estigmatizado por la vileza de sus delitos y por la campaña que emprendió contra él la brunete mediática de Ferraz y Moncloa. Los papeles de Laos, el Informe Crillon, el saqueo de los fondos reservados, la guerra sucia contra ETA, las filesas socialistas y otros sonoros casos de corrupción cayeron en saco roto. Lo curioso es que ni Belloch ni Bono -BB- se enteraran de tales atrocidades.
En torno a la vida carcelaria de Roldán sobresale otra anécdota histórica: la primera intervención parlamentaria de un joven político vallisoletano llamado José Luis Rodríguez Zapatero. Al diputado socialista, que luego llegaría a ser presidente del Gobierno, le tocó defender en el Congreso una ley para que la policía pudiera vigilar y proteger a Luis Roldán en el interior de la cárcel abulense.
El azote de ETA
En sus últimos años de vida a Roldán sólo le importaban sus hijos. Los adoraba tanto, tanto, tanto, que desde su colaboración con Sánchez Dragó para la redacción del mejor libro que se ha escrito sobre él –La canción de Roldán- se negó a participar en proyectos televisivos y editoriales. Me contó no hace mucho que había recibido una buena oferta económica de Mediapro y Jaume Roures para realizar un biopic sobre él, pero que se negó para no perjudicar a sus vástagos. Fue la misma respuesta que recibí cuando hablé con él en noviembre y le propuse un proyecto similar.
“Entiéndelo. Me cuesta decirte que no, pero no quiero exponerme públicamente por mis hijos. Ellos sufren cada vez que me ven en la tele o leen algo sobre mí. Me niego a alterarles sus vidas”, me dijo.
Espero que este obituario no les perturbe. Su padre será recordado por algunos como el paradigma de la corrupción de los años 90, pero también por otros como el delegado del Gobierno en Navarra y el primer director civil de la Guardia Civil que se jugó el tipo por combatir a ETA. Nunca faltó a un sepelio por el guardia civil de turno abatido por la banda asesina ni se calló cuando tenía que enfrentarse al PNV o a la filoetarra Herri Batasuna (Unidad Popular), los progenitores de Bildu.
Luis Roldán cayó por su mano larga cuando estaba a punto de ser nombrado ministro del Interior en sustitución de José Luis Corcuera, pero también es justo reconocer que se estrelló tras ser empujado. ¿Su error? Colaborar con Baltasar Garzón en la limpia de un grupo de oficiales corruptos de la UCIFA, la unidad antidroga de la Guardia Civil, que nunca se lo perdonaron y no pararon hasta lograr las pruebas de su chiringuito. Otros de sus errores estratégicos fue competir con Rafael Vera por la titularidad del Ministerio. El ex secretario de Estado de Seguridad anduvo más listo y contó con el apoyo de un grupo de quintacolumnistas en el benemérito Cuerpo.
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