El crecimiento del PIB no logra despejar las vulnerabilidades en la deuda, el déficit y el paro
Francisco Coll es economista y analista del servicio de estudios del Think Tank Civismo.
Estos días hemos sido testigos de un elenco de publicaciones en las que, al fin, se publicaban los datos oficiales de las tasas reales de crecimiento de las distintas economías del mundo. Entre ellas, hemos podido conocer la evolución negativa de países como Francia o Italia, o ese mejor, dentro de la rebaja en las perspectivas, comportamiento de la economía germana a final de año, que le situaba en el 0,6%. También conocíamos las cifras de España. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística (INE), la economía española ha cerrado el año en mínimos del último lustro, pero con un crecimiento superior al resto de homólogos europeos.
Atendiendo a las cifras oficiales, el 2019, que proyectaba para España crecimientos del 2,1%, ha acabado cerrando el año en el 2%. Es decir, una décima menos de lo esperado. Sin embargo, sí han acertado otras perspectivas como las que arrojaba el Banco de España o el Fondo Monetario Internacional, los cuales proyectaban -desde hace tiempo- esa moderación que situaría los niveles en el 2%. Tampoco acertaron, por otra parte, los compañeros de Funcas, que preveían un mayor deterioro del último trimestre, situando el nivel definitivo en el 1,9%.
Estas cifras de crecimiento, pese a ser, como decíamos, las peores de los últimos cinco años, acusan su situación a la mejora que han vivido las exportaciones en el último trimestre del año. Las perspectivas que se manejaban nos daban indicios de que la economía terminaría cerrando el año en el 1,9%, tras el deterioro que estaba viviendo la producción en el país, así como otras variables. Sin embargo, ese repunte de las exportaciones a final de año, marcando incluso récords, ha acabado situando el nivel en el 2%, confirmando así el último pronóstico emitido por la ministra Nadia Calviño.
De acuerdo con el INE, como podíamos confirmar, la caída que ha vivido la demanda interna ha provocado que su aportación al PIB se vea menos reflejada que en años anteriores -en 2018 lo hacía de forma más ensanchada-. Sin embargo, sí podemos observar esa mayor aportación del sector exterior, la demanda externa, ya que, como hablábamos, las exportaciones tuvieron un muy buen comportamiento durante el último trimestre del año, aportando la variable ese último empujón que situaba el indicador en ese 2% definitivo.
Si atendemos a las perspectivas de crecimiento del Fondo Monetario Internacional (FMI), continuará la senda descendente que lleva experimentando la economía española desde 2015, donde los crecimientos se situaban en el 3,8%. El avance de la actividad, desde entonces, no han dejado de moderarse, rebajando su volumen con el paso de los años. Además, de acuerdo con las perspectivas para el 2020 y 2021, los crecimientos pretenden continuar esa senda descendente, la cual le llevará a registrar, si se cumpliesen las expectativas, tasas reales de crecimiento del 1,6% para los próximos dos años.
Unas tasas de crecimiento que, en contraste con otros países, siguen siendo superiores al promedio de la zona euro, así como a sus principales economías. Sin embargo, no está de mal el recordar, ya no tanto los indicadores macroeconómicos, sino otras variables en las que España, pese a crecer al 2%, no está pudiendo corregir. Por ejemplo, los niveles de deuda en el país cercanos al 100% del PIB; el déficit excesivo del país, o los niveles de desempleo, donde sí superamos a todos los países de Europa, salvo a Grecia.
Alemania, Reino Unido o, incluso, el conjunto de los países, están logrando avances que, en el caso de España, no están siendo apreciables. Si observamos y desagregamos el desempleo europeo por países, Francia, Italia y España asumen el 50% del desempleo total de la Unión Europea entre los tres. Entre ellos, el peor parado es España, según Eurostat. Alemania, por ejemplo, dentro de los parámetros de pleno empleo, está reduciendo aún más su desempleo. Mientras tanto, en conjunto, el mercado laboral de Europa está registrando sus mejores registros de la serie histórica. Mientras, otras economías como Francia, siguen reduciendo su empleo a buen ritmo.
España, por el contrario, con un crecimiento del 2%, sigue creando empleo de forma extremadamente gradual, en contraste con la tasa de desempleo presente. Estamos hablando de una reducción en el desempleo en la que, además, se puede observar un elevado grado de vulnerabilidad. Un empleo de baja calidad y muy frágil. El enfriamiento en la creación de empleo es cada vez más notable, mientras que la desigualdad entre territorios en el país afea el resultado. Una situación que debería llevarnos a no caer en autocomplacencias.
Crecer a un ritmo del 2% podría considerarse un éxito si a ello le acompaña la reducción de otros factores arriesgados como la salud financiera del país, los niveles de deuda, el desempleo, así como otros variables tan influyentes en la economía nacional. Sin embargo, salvo en el PIB, España sigue engordando su relación de vulnerabilidades que le deben impedir caer en el beneplácito de autopremiarse por los resultados.