Rotundo fracaso de Javier Tebas

El intento de Javier Tebas de llevar el Villarreal–Barcelona a Miami ha terminado en un rotundo fracaso. No se trata tanto de si tiene sentido o no disputar un partido de LaLiga fuera de España —un debate legítimo y abierto—, sino de cómo el presidente de la patronal ha sido capaz de convertir una idea en una batalla contra todo y contra todos. El resultado: un episodio que deja a Tebas más aislado que nunca, enfrentado a los clubes, a los jugadores, a las instituciones deportivas y al propio Gobierno español.
Desde hace años, Tebas ha insistido en que internacionalizar la competición era una necesidad estratégica para el crecimiento económico del fútbol español. Sobre el papel, su visión podría ser razonable y, por cierto, bastante compatible con esa idea de Florentino de la necesidad de revitalizar el fútbol con la Superliga. Pero lo que ha fracasado no es el objetivo, sino el método. La forma en que ha tratado de imponerlo —sin diálogo, sin consenso, sin respeto por los procedimientos— ha terminado dinamitando cualquier posibilidad de éxito. Intentar organizar un Villarreal–Barcelona en Miami sin contar con la aprobación previa de la Asamblea de Clubes fue un desafío frontal a las propias reglas de la Liga, a su esencia más tradicional, pero también elemental. Y el desenlace, inevitable: la cancelación del partido por parte de la empresa promotora y un nuevo golpe a la credibilidad institucional del campeonato.
Tebas ha conseguido lo que parecía imposible: unir en su contra a casi todos los actores del fútbol español y europeo. La mayoría de clubes de Primera y Segunda han mostrado, de manera pública o privada, su malestar por la falta de transparencia y de consenso. Los jugadores, a través de la Asociación de Futbolistas Españoles, denunciaron la falta de información y llegaron a preparar una protesta que, según denunció la AFE, fue censurada por la propia Liga de manera grotesca. Comparar ese acto con la penosa situación que se vive cada vez que un aficionado salta al césped es penoso. La UEFA, pese a su permiso, y la Unión Europea también se han desmarcado públicamente del proyecto, recordando que cualquier iniciativa de esta naturaleza debe pasar por los cauces institucionales.
El Real Madrid, enemigo declarado de Tebas desde hace años, ha vuelto a ser el más firme opositor. Pero esta vez no ha estado solo: incluso el Gobierno español, a través del Consejo Superior de Deportes, ha criticado abiertamente la forma en que el presidente de LaLiga ha gestionado el intento. Cuando una iniciativa enfrenta simultáneamente a tu propia organización, a tus jugadores, a la UEFA, al Ejecutivo nacional y al club más poderoso del mundo, el problema ya no es la idea: el problema es cómo se ha planteado de una forma muy personalista.
Resulta indudable que Tebas ha hecho cosas muy positivas por la viabilidad de la Liga y que se trata de una persona preparada intelectualmente. Sin embargo, el mismo presume de un modelo de liderazgo basado en la confrontación, en la imposición y en el uso personalista de una institución que debería representar al conjunto de los clubes, de hecho Tebas es su empleado. Tebas ha confundido autoridad con autoritarismo, visión con soberbia. Ha perdido aliados, credibilidad y, sobre todo, la oportunidad de construir un proyecto verdaderamente colectivo para el futuro del fútbol español. Nada habría que reprocharle a la propuesta, aún siendo desestimada, si se hubiera tramitado de la forma correcta. Pero para Tebas dar información y transparencia suponía poner en peligro la iniciativa. Muy significativo esto. Como también ha resultado bastante lamentable comprobar cómo mientras el Villarreal y La Liga aseguraban que no habría incentivo económico para los clubes promovido por La Liga, Laporta presumía ante sus socios que el partido de Miami arreglaría su mala planificación en cuanto a la previsión de ingresos por el estadio. De haber salido adelante, ¿habríamos conocido la verdad?
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