La lluvia resucita a Nadal en Roma y le devuelve el número uno
Da igual que juegue bien, mal o regular. Rafael Nadal es el rey de la tierra batida y no admite discusión sobre su dominio. Alexander Zverev estuvo a un tris de arrebatarle el reinado de forma momentánea en Roma, pero la inteligencia y la experiencia de Rafa, unidas a una lluvia santa que cayó sobre el Foro Itálico le otorgaron a Nadal la posibilidad de reconquistar la ciudad eterna y con este título, el número uno del mundo. No desaprovechó la ocasión y tras cerrar la final (6-1, 1-6, 6-3), lo más alto del ránking volverá, a partir del lunes, a tener un inquilino español en su terreno.
Impulsado por la euforia derivada de su gran racha de juego, Zverev se puso en marcha en el partido haciendo algo que sorprendió a casi todos. El alemán rompía el saque de Nadal de salida y lo hacía con unos golpes notables pero sin necesidad de forzar la máquina. El número dos del mundo había comenzado dormido, pero no iba a tardar en despertar. Sascha celebraba y bien podía aprovecharlo.
La maquinaria de Rafa no tardaría en engrasarse para volver a centrar un objetivo categórico con premio doble. La reconquista de Roma devolvería a Nadal el número uno, y ello convertía el partido del Foro Itálico en una oportunidad que no podía dejar escapar. Devuelto el break sin dar opción a Zverev de confirmarlo, el español comenzó a poner más peso en sus golpes y a jugar tácticamente a un nivel al que el joven alemán no puede llegar.
Un nuevo break convirtió un inicio prometedor en una tortura para el vigente campeón en Roma, que estaba viendo como un enfrentamiento directo con el rey de la tierra es una lucha totalmente opuesta a todas las que había afrontado en su carrera. Ya le pasó en Valencia, en Copa Davis, y la frustración volvía a llegar. Del 1-0 al 1-6. Un rosco oculto que no podía tapar el naranja de la camiseta de Rafa directo a la reconquista de Roma.
Sin embargo, quedaba un set y Zverev iba a volver a estrenarse con éxito, despejando fantasmas y dejando claro a Nadal que no iba a rendirse así de fácil. Como por arte de magia, el manacorense vio como su brazo se apagaba y su mente dejaba de funcionar. Un parcial casi perfecto había dado paso a la nada, con errores impropios en un revés que había marcado diferencias y la incapacidad de evitar el arma de destrucción masiva que suponía el revés de Sascha.
Impresionado y extramotivado por lo que estaba sucediendo, Zverev siguió subiendo su nivel y sumando juegos hasta incluso amenazar con un rosco al rey en su tierra. Nadal estaba contra las cuerdas y aunque tirando de orgullo consiguió evitar el 6-0, sólo pudo sumar un juego. La decisión se marchaba al tercer set y un nuevo apagón de Rafael, como ocurrió en cuartos con Fognini, preocupaba a sus incondicionales.
Ni de piernas, ni de golpes, ni de cabeza. A Nadal no le estaba funcionando nada sobre la pista central romana, y para colmo Zverev encontraba en las cañas y las líneas aliados con los que sumar más puntos. Un primer break después de interminables y agónicos minutos de tenis ponían la primera losa para Nadal en el set decisivo.
El encuentro había pasado a jugarse sobre mojado, embarrando más si cabe el juego de un desconocido Nadal. La rotura que jugaba en su contra amagaba con ser decisiva, teniendo en cuenta la incapacidad de Rafa para leer los servicios de Zverev. Después de diez minutos el juez de silla, Damian Steiner, entraba en razón y paraba el partido, con 3-1 desfavorable a un Nadal que marchaba a vestuarios en busca del milagro.
Lluvia, milagro, título y número uno
No fue un parón largo, suficiente para cambiarse y poco más, y la lluvia ni siquiera cedió en su totalidad, por lo que de nuevo había que frenar el juego, con los jugadores en vestuarios durante más de media hora. El partido se convertía en un sprint en el que Nadal tenía que pelear por el rebufo para después adelantar a su rival. Una misión en el grado anterior a lo imposible, pero que Rafa había comenzado con acierto manteniendo su saque con rabia, esfuerzo, y una casi imperceptible pero suficiente mejora en su juego.
El turno en la segunda reanudación era para Zverev, al que habría que ver si podía completar el pleno de triunfos en finales de Masters 1000 en territorio Nadal. En la primera al servicio, un jarro de agua fría caía para el alemán, al que dos errores condenaron a la igualdad, viendo como la figura del siete veces campeón en Roma se agrandaba.
La táctica de Nadal volvía a mandar en el partido y la desesperación llegaba al unísono al juego de Zverev. Las dejadas del alemán no eran óptimas ante la ferocidad de Rafael, fresco de mente y piernas después del parón. El manacorense volvía a romper en este partido de extremos, dando la vuelta a un 3-1 para servir por el partido, el título, y el número uno. No iba a fallar, poniendo fin a una historia que acaba con el emperador reconquistando Roma y la joven promesa cediendo el trono hasta una próxima batalla.