Historia y curiosidades de la torrija, la reina de la Semana Santa
Hablar de Semana Santa para muchos es hablar de comidas especiales. Dejando de lado la parte religiosa originaria de esta festividad, hay mucha gente que la tiene marcada en el calendario por sus platos. Pero entre todos hay uno que destaca por encima de todos, y esas son las torrijas. Hoy queremos desentrañar el origen de la torrija, sus curiosidades y las claves para hacer una buena torrija.
La primera vez que se recuerda hablar de este postre es en la época de los romanos. El gastrónomo romano Marcus Gavius Apicius ya hablaba en sus recetas del siglo I d.C. de un dulce muy similar. Pero si de verdad nos queremos acercar al plato que encontramos hoy en día en pastelerías y restaurantes, hay que ir al siglo XV. Aunque lo más sorprendente de todo es saber que no guardaba relación con la Semana Santa.
En un principio se usaban para favorecer la recuperación de las mujeres tras el postparto, en el año 1600. La receta era la misma: pan duro, huevos, azúcar y leche o vino. Entonces, ¿por qué se empezó a tomar en Semana Santa? No hay ninguna respuesta ni motivo escrito o dictado. Las teorías sitúan qué, al tener un elevado aporte calórico y ser saciante, se utilizaba para contrarrestar la abstinencia de determinados alimentos.
Torrijas por el mundo
La clave para hacer una buena torrija, según los expertos, está en el tipo de pan. Se recomienda que sea un pan duro, con dos o tres días. Leche entera con un poco de azúcar y una rama de canela es lo único que necesitas para empaparla. Tras ello, pasar por el huevo y a la sartén. No hay que olvidar colar el aceite cada cierto tiempo para eliminar la rebaba del huevo y evitar malos sabores.
Aunque es un plato que ha cobrado gran importancia en España, son muchos los países donde también se consumen. En América del Sur tiene gran presencia en Argentina, Uruguay, Chile, Colombia, Perú, partes de México y Guatemala, entre otros países. Su elaboración encuentra variantes, pero la base de pan suele ser la misma. En Europa se ha popularizado como la tostada francesa, que no se reboza y se cocina con mantequilla o poco aceite.