10 poemas de amor para mandar en San Valentín
Un bonito poema de amor es una de las mejores opciones para poder felicitar el días de San Valentín
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San Valentín es el día del año ideal para celebrar el amor, ese momento en el que agradecemos todo lo que tenemos ha llegado. Un poema es la mejor manera de conseguir celebrar el amor y sorprender a nuestra pareja. No cuesta nada y es de lo más personal. Un pequeño recordatorio del amor puro que sentimos en el día más esperado para los enamorados. Toma nota de los 10 poemas de amor que puedes mandar en San Valentín en este día, el regalo perfecto para aquellos que quieren gastar poco y demostrar mucho sus sentimientos.
Poemas para tu pareja en San Valentín
Si quieres celebrar este San Valentín de una forma romántica y especial, nada como sorprender a tu amada o amado con uno de los bonitos poemas de amor de la literatura y de autores tan populares como Rafael Alberti, Luis Cernuda o Rubén Darío. Tenemos para ti una selección de diez poemas, algunos de ellos con pocas estrofas por lo que te pueden servir también para que lo escribas como dedicatoria en una tarjeta de San Valentín.
Amor Eterno, de Gustavo Adolfo Becquer
“Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal.
¡todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor.”
Como si cada beso, de Fernando Pessoa
Como si cada beso
Fuera de despedida,
Cloé mía, besémonos, amando.
Tal vez ya nos toque
En el hombro la mano que llama
A la barca que no viene sino vacía;
Y que en el mismo haz
Ata lo que fuimos mutuamente
Y la ajena suma universal de la vida.
Cúbreme, amor, el cielo de la boca, de Rafael Alberti
Cúbreme, amor, el cielo de la boca
con esa arrebatada espuma extrema,
que es jazmín del que sabe y del que quema,
brotado en punta de coral de roca.
Alóquemelo, amor, su sal, aloca
Tu lancinante aguda flor suprema,
Doblando su furor en la diadema
del mordiente clavel que la desboca.
¡Oh ceñido fluir, amor, oh bello
borbotar temperado de la nieve
por tan estrecha gruta en carne viva,
para mirar cómo tu fino cuello
se te resbala, amor, y se te llueve
de jazmines y estrellas de saliva!
Contigo, de Luis Cernuda
¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.
¿Mi gente?
Mi gente eres tú.
El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú.
¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?
Amor constante más allá de la muerte, de Quevedo
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;
mas no, de es otra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejarán, no su cuidado; serán ceniza,
mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado.
Lo fatal de Rubén Darío
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra
y por lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos!…
Soneto de la dulce queja, de Lorca
Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua y el acento
que de noche me pone en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.
Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas; y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.
Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío,
no me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi otoño enajenado.
Los novios, de Octavio Paz
Tendidos en la yerba
una muchacha y un muchacho.
Comen naranjas, cambian besos
como las olas cambian sus espumas.
Tendidos en la playa
una muchacha y un muchacho.
Comen limones, cambian besos
como las nubes cambian espumas.
Tendidos bajo tierra
una muchacha y un muchacho.
No dicen nada, no se besan,
cambian silencio por silencio.
Entre dos fuegos lanzado, de Jorge Manrique
“Entre dos fuegos lanzado,
Donde amor es repartido,
Del uno soy encendido,
Del otro cerca quemado;
Y no sé yo bien pensar
Cuál será mejor hacer;
Dejarme más encender
O acabarme de quemar:
Decid qué debo tomar.”
Amantes, de Alejandra Pizarnik
“Una flor
no lejos de la noche
mi cuerpo mudo
se abre
a la delicada urgencia del rocío”
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