EL CUADERNO DE PEDRO PAN

‘La Mort i la Donzella’, un hallazgo poco usual en la danza contemporánea española

La coreografía de Asun Noales, representada en el Teatre Principal, es una obra maestra que honra la voz de una coreógrafa que decidió regresar a su tierra y generar una propuesta que merece profundo reconocimiento

la mort i la donzella
Un momento de la coreografía 'La Mort i la Donzella' en el Teatre Principal.

Muy pocas veces ocurre encontrarse ante el hallazgo nada usual en la danza contemporánea española de un espectáculo, nacido en la periferia, que bien merece reconocimiento internacional. Me refiero a La Mort i la Donzella, una coreografía de Asun Noales, con inspirada escenografía de Luis Crespo estrenada el año 2020 y que ha sido reconocida con tres Premios Max, entre ellos mejor coreografía y mejor espectáculo de danza.

Acabamos de verlo en el Teatre Principal de Palma, siendo sobrecogedor el impacto que causa en el espectador presenciar la generosa potencia estética que destila una coreografía que toma como referencia el lied de Schubert, La muerte y la doncella, a su vez el punto de partida para su Cuarteto de Cuerda número 14. Precisamente, el lied es el protagonista del segundo movimiento, Andante con moto, cuyo texto en efecto sobrevuela la idea que define la excelencia de estos pasos de danza. La doncella: «¡Déjame, ay, déjame! ¡Vete, feroz esqueleto! ¡Vete, soy joven aun! ¡No me toques!» A lo que responde La Muerte: «Dame tu mano, hermosa y tierna criatura, soy tu amiga y no vengo para apenarte. ¡Ten valor! No soy cruel, vas a dormir dulcemente en mis brazos». Es importante tener presente el relato del clérigo Matthias Claudius y que en 1817 inspiró a Schubert para crear su célebre lied. Siete años después, en 1824, al tener conocimiento de la inminencia de su muerte, regresa al lied para componer el cuarteto.

Para acercarse en propiedad a La muerte y la doncella hay que remontarse a la Grecia Antigua, al mito de Hades, el dios de los infiernos y Perséfone, la hija de Zeus: rapto de Perséfone que será llevada al infierno para que Hades la convierta en su esposa. Lo que lleva a considerar el intramundo como un acertado equivalente a la muerte al tiempo que convierte ese tránsito en una experiencia extrema. Le debemos a Franz Schubert, la actualización en el primer tercio del siglo XIX de este mito ahora transformado en la reflexión a propósito de la cercanía de su muerte prematura. Falleció a los 31 años.

Asun Noales tiene una formación tanto en ballet y en danza contemporánea, que ha sido reconocida por sus maestros en los años de formación, además de haber perfeccionado su técnica de la mano, ente otros, de Víctor Ullate y Mikhail Baryshnikov. Es importante este detalle, porque cuando decide que se siente cautivada por el lenguaje coreográfico ya parte del hecho de tener un conocimiento apropiado para, como diría ella, «hacer hablar a los cuerpos en toda su dimensión», algo que se aprecia transparentemente en esta obra.

La musicología identifica que la melodía que Schubert utiliza en el cuarteto es en realidad la introducción a cargo del piano (del italiano, suave) que la muerte se aproxima. Es un elemento imprescindible a la hora de apreciar el trabajo del colectivo Telemans Rec, eminentemente minimalista, pues de lo contrario hablaríamos de un sacrilegio en opinión de la melomanía.

Asun Noales presenta al personaje de la muerte con «un carácter felino que está marcando territorio» y desde luego su presencia en escena, acosando a la doncella, recrea unos maravillosos pas de deux de una mágica belleza, a pesar de estar librándose el duelo que va a decidir el final de la doncella en su intento de no acabar en el averno, lo que en cierto modo nos regresará al mito original de la Grecia Antigua, donde Perséfone se casa con Hades. El vals de la despedida, la muerte bailando con la doncella hasta desvanecerse más allá del muro, así parece presagiarlo, sea o no sea intencionadamente.

Me atrevería a decir que la danza contemporánea con esta coreografía llega a cuajar, al fin, un lenguaje próximo al espectador que le hermana en cierto sentido con los ballets completos que hicieron las delicias del público en el siglo XIX. Sus pasos de danza en todo momento generan magnetismo y no desconectan en absoluto de la trama, algo que resulta corriente en no pocos espectáculos que buscan epatar, antes que narrar emociones. Movimientos tan precisos, generando interacciones sublimes, llevan al aforo, aunque no entienda gran cosa, a dejar volar su imaginación e identificarse con cuanto suceso tiene lugar en las tablas, y siempre con la escenografía, el muro que hace impenetrable el presente con el más allá como testigo necesario.

El cuadro de solistas y lo que podríamos llamar cuerpo de baile merece la atención, poner en valor su trabajo identificándoles. Por ello, y esto es una confesión personal, ante mi desconocimiento de quién era quién solicité los datos para identificarles a la coreógrafa y fundadora de Otra Danza. Lo que no me esperaba era recibir una respuesta tan bella, en mi opinión, que bien merece la pena reproducirla, obviamente con el consentimiento de ella: «Te pongo el nombre de todos, ya que en contemporáneo no consideramos esos roles y jerarquías. Pero es cierto que hay intérpretes que tienen mucho más peso y presencia en la obra. Creo que como solistas te refieres a los tres primeros. Eduardo Zúñiga, papel de la muerte, es el que tiene esa cualidad de felino y merodea todo el tiempo a la doncella. Su solo inicial está mimetizado con el muro, camaleónico. Carmela García, es el alma de la doncella, la que hace el dúo del principio con Eduardo a modo de prólogo, con esa cualidad de humo, liviana, vaporosa, como si fuera agua o pulmón respirando todo el tiempo. Vuelve a aparecer en la pieza del sarcófago, va vestida de verde. Eila Valls es la doncella, joven, bella, insegura y fuerte a la vez, va vestida de crudo. Salvador Rocher, el que está cavando la tumba, encima del muro al principio, y que junto a Rosanna Freda y Eduardo completan la tríada de la muerte, que atormenta a la doncella. Salvador y Rosanna también tienen un dúo conectados con el muro y la tiza que escribe el destino irreversible de la doncella. Alexander Espinoza y Mauricio Pérez son los dos bailarines vestidos de crudo que van saliendo desnudos por el muro, como bichos que van de la oscuridad a la luz”.

Deliciosa descripción, que además permite al espectador entender mejor la puesta en escena y entrar de lleno. Gracias, muchas gracias Asun Noales.

La Mort i la Donzella sencillamente es una obra maestra que honra la voz de una coreógrafa que decidió regresar a su tierra y desde ese localismo de fuertes raíces generar una propuesta que merece profundo reconocimiento.

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