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Diez propuestas en la exposición de finalistas de los premios Ciutat de Palma Antoni Gelabert 2022

La muestra del Casal Solleric acoge con equilibrio las distintas sensibilidades y géneros que palpitan en el arte actual

La obra ganadora ha sido la titulada Habeas corpus, que está datada en 2011 y se debe a Patricia Gómez y María Jesús González

premios Ciutat de Palma Antoni Gelabert
Diez propuestas seleccionadas componen la exposición de finalistas de esta edición.

En la planta baja y entresuelo del Casal Solleric de Palma puede verse en estos días la selección de obras finalistas al premio Ciutat de Palma de artes visuales Antoni Gelabert 2022. Se trata de diez propuestas de once artistas, dado que una de ellas, que además es la que finalmente resultó ganadora, es debida a la autoría compartida por dos artistas, Patricia Gómez y María Jesús González.

La selección de esta edición es realmente atractiva y equilibrada, y creo que es un buen reflejo de lo que de verdad palpita en el arte en estos momentos, que no es, pese a que muchas instituciones se empeñen en ello, única y exclusivamente el mensaje transgénero y la memoria de la guerra civil (es descacharrante, por cierto y por ejemplo, contemplar exposiciones fake en los que un artista de treinta años repasa la memoria de la guerra que acabó hace más de ochenta años, en una actitud de arrodillamiento al estamento político que si algo tiene que ver no es desde luego con el arte).

Ello no significa que estos temas no estén presentes, sino que no agotan y acorralan la totalidad de la exhibición. La obra de Paloma Polo, sin ir más lejos, una de las finalistas, el denominado proyecto Dulcinea, «busca resituar y repensar la genealogía dominante del feminismo en España desde su emergencia durante la dictadura franquista», como puede leerse en la cartela correspondiente, pero es una entre diez, una proporción que tal vez haga justicia a la realidad del pálpito artístico del momento.

Otras obras seleccionadas tocan también el tema político, aunque desde perspectivas más universales, es decir, con menos sesgo anecdótico y cuasi electoral. Es el caso de la instalación de Alán Carrasco, donde se indaga en los misterios y flecos simbólicos que aún perduran respecto al asesinato de Aldo Moro en Italia. O la debida a la artista Gala Knörr, que reflexiona en su propuesta Ningún hombre es una isla sobre el Brexit y sus consecuencias posibles de aislamiento para muchas personas afectadas en segunda derivada (una muy interesante obra, por cierto, realizada inspirándose «en los objetos y la cultura clásica que forman parte de la colección permanente del Museo Británico», donde la artista trabajó durante nueve meses antes de regresar a España).

El jurado, compuesto por Peio Aguirre, Montserrat Badia, Semíramis González, Amparo Sard y Ángel Calvo Ulloa, ha realizado un magnífico trabajo, a la luz de la exposición de finalistas que comentamos. Incluso desde la perspectiva de los géneros la muestra presenta equilibrio: podemos encontrar tanto pintura como fotografía, vídeo arte, instalación, escultura, propuestas de corte conceptual e incluso el legado de una acción performática como es el caso de La fuga, de Fermín Jiménez Landa, que recoge en formato de documentación plástica la construcción de un muro circular que termina por encerrar a sus propios constructores.

La obra ganadora ha sido la titulada Habeas corpus, que está datada en 2011 y se debe a Patricia Gómez y María Jesús González. Versa sobre el «tiempo detenido» que puede hallarse en las celdas de la antigua prisión de Palma, y se debe a un proyecto germinado en 2011, como he dicho, impulsado en su día por la Fundación Pilar i Joan Miró a Mallorca (¡eran otros tiempos!). Se plasma en seis fotografías analógicas de maravillosa factura que recogen el estado exacto en que quedaron las celdas el último día antes de ser desalojada la prisión. El espacio devenido naturaleza muerta es indicado en el mismo título, dado que la expresión habeas corpus denota la necesaria presencia de la persona arrestada y esas celdas, abandonadas ahora a su suerte, carecen de esa condición.

Buena muestra, por consiguiente, en mi opinión, que puede visitarse atravesando el vestíbulo del Casal Solleric, en el centro de Palma, tristemente abandonado en la actualidad, donde la antigua librería permanece cerrada, las instalaciones del bar, antaño un lugar de encuentro mítico en la ciudad, también se muestran cerradas a cal y canto, y un aire que pide déjà vu se amansa en torno al patio silencioso que parece añorar otros tiempos tal vez más ufanos para el arte contemporáneo.

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