Columnas de humo

Hay mañanas en Palma en las que el aire huele a pan recién hecho y a pancarta. No se sabe si es el horno del barrio o la convocatoria de los sindicatos, siempre prestos a poner el grito en el cielo por causas que, curiosamente, no rozan la acera que pisan. Hoy, el motivo es el llamado «genocidio en Palestina», un drama que, como todos los dramas lejanos, se convierte aquí en una excusa para no ir a trabajar.
Una huelga -qué palabra tan vieja, tan de otro siglo- ha sido convocada por los de siempre: los sindicatos mayoritarios (UGT, CC.OO), esos que en Baleares se presentan como guardianes de la justicia universal mientras negocian subvenciones con la misma soltura con la que reparten octavillas. Uno los ve desfilar por Jaime III y no puede evitar pensar que tal vez se equivocaron de calle, que deberían estar frente a la sede de la Delegación de Gobierno exigiendo que las familias puedan pagar la luz o el alquiler o la compra, en lugar de ondear banderas de territorios que apenas sabrían ubicar en el mapa.
El discurso es previsible: Palestina sufre, Israel es el demonio y España -cómo no- tiene la obligación moral de pararlo todo para mostrar su indignación. Ni una palabra sobre Hamás, ni sobre las víctimas israelíes, ni sobre los intereses que se esconden tras esos lemas tan redondos que caben justo en un cartel. En Baleares, la huelga se viste de causa justa, pero suena a consigna vieja. A postureo con megáfono.
Mientras tanto, los hosteleros miran el calendario con resignación: octubre aún deja caer algunos turistas rezagados y cerrar por una huelga ideológica les cuesta dinero. Los autónomos, que no pueden permitirse parar ni un día, observan con cierto sarcasmo la épica sindical. Y los padres, esos héroes discretos que tratan de llegar a fin de mes, se preguntan si la justicia internacional también se mide en horas perdidas de trabajo.
No se trata de no sentir compasión. Cualquiera con un mínimo de humanidad se estremece ante las imágenes de guerra. Pero hay una diferencia entre la empatía y el exhibicionismo moral. Y en estas islas, donde el metro cuadrado cuesta lo que una luna de miel en París, donde los hospitales no dan abasto y donde los jóvenes emigran porque aquí ya no queda horizonte, lo que hace falta es sentido común, no pancartas solidarias con kilómetros de distancia.
Vox lo dice sin rodeos: no se puede instrumentalizar el dolor ajeno para alimentar la vieja maquinaria ideológica de la izquierda. Ni aquí ni en ninguna parte. El sindicalismo que hoy llama a la huelga no defiende al trabajador balear, lo utiliza. Lo convierte en figurante de una obra ajena. En Baleares, la justicia social empieza por bajar impuestos, garantizar la seguridad y respetar la libertad de quien quiere trabajar. No por paralizar centros de trabajo en nombre de causas importadas.
Esta mañana, mientras los manifestantes repiten consignas, un panadero abre su horno a las seis, una enfermera toma el primer bus, un pescador se adentra en el puerto. Ninguno de ellos necesita una pancarta para saber lo que es la dignidad. Y quizá, si los sindicatos levantaran la vista del cartel y miraran la realidad de estas islas, entenderían que la verdadera solidaridad empieza por casa.
- David Gil de Paz es portavoz adjunto de Vox en el Consell de Mallorca.