Sánchez, monstruoso blanqueador de todos los jefes de ETA

Pedro Sánchez
Pedro Sánchez
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Estuve presente en el entierro del senador socialista Enrique Casas en febrero de 1984. Dos pistoleros de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, una facción especialmente sanguinaria de la banda terrorista ETA, le dispararon dos tiros mortales de necesidad. Los criminales habían articulado entonces una estrategia: la “socialización del sufrimiento” que se inventó el que hoy es en Navarra interlocutor preferente de Chivite, la presidenta del Viejo Reino. Se llamaba, y se llama, este tipo repugnante Adolfo Araiz y durante mucho tiempo comprobó satisfecho cómo su macabro ingenio triunfaba matando a gentes de toda condición. El PSOE de entonces, que gobernaba absolutamente Felipe González, prometió en aquel entierro una réplica total a la vesania de los terroristas; allí, en aquel acto, se puede decir que nació el GAL. Uno de sus diseñadores, Ricardo García Damborenea, nos dijo a cuatro periodistas: “Esto no puede quedar sin respuesta”.

Y así sucedió hasta que primero Zapatero y ahora este individuo sin escrúpulos, Pedro Sánchez Castejón, decidieron, cada uno en su día, blanquear a ETA. El último episodio de esta operación se ha cumplido sólo hace unos días: el Gobierno del todavía presidente se ha negado a investigar a todos los jefes de la banda, a los terroristas que, año tras año, liquidaron exactamente a 855 personas, las dos primeras en 1968, el guardia civil José Pardines y el policía Melitón Manzanas; la última, curiosamente, un gendarme francés, Jean-Serge Nerín. Con su negativa a escudriñar en toda la pérfida trayectoria del terrorismo atroz que durante 42 años asoló España, Sánchez no sólo ha enjalbegado la biografía de 42 jefes de la banda, si no que les ha ensalzado tal y como le han exigido sus socios parlamentarios del momento: el complejo Bildu. Como este sujeto que ahora está en el poder, Pedro Sánchez Castejón, es, aparte de un traidor patológico, un ágrafo en la historia de nuestro país, este cronista le recuerda aquí a los 42 jefes de ETA que él ha transformado en gudaris respetables, cuando no en víctimas de dos estados “represores”: España y, en menor medida, Francia.

Los jefes de ETA, ya cómplices de Sánchez, han sido éstos: José Antonio Echevarrieta, Federico Krutwig, José Alvarez Emparanza (“Txillardegui”), Juan José Echave, Ignacio Múgica Arregui, Miguel Ángel Apalategui (“Apala”), José Miguel Beñaran (“Argala”), Arnaldo Otegui, Domingo Iturbe Abásolo (“Txomin”), Eugenio Echeveste (“Antxon”), Santiago Arróspide Sarasola (“Santi Potros”), José Javier Zabaleta (“Baldo”), José Luis Arrieta (“Azkoiti”), José Antonio Urruticoechea (“Josu Ternera”), José Luis Alvarez Santacristina (“Txelis”), Félix Alberto López de la Calle (“Mobutu”), Mikel Albisu (“Mikel Antza”), Soledad Iparraguirre (“Anboto”), Ignacio Gracia Arregui (“Iñaki de Rentería”), Valentín Lasarte y Javier Harcía Gaztelu (“Txapote”). A esta tétrica relación hay que añadir desde luego a David Plá, que tras dirigir a los pistoleros de la banda un tiempo, presentó como propio de la maganimiadad de la banda el hecho incontrovertible de su derrota policial. Ahora tiene un cargo de responsabilidad en Sortu que forma parte de la coalición genérica Bildu.

Les contaré un apunte mínimo de cada uno de estos miserables. Echevarrieta, autor de la fusión de las Juventudes del PNV con las nacientes de ETA, ideólogo también de la mal llamada “lucha armada”, y hermano de Javier, muerto en un tiroteo con la Guardia Civil; Federico Krutwig, el “intelectual” de ETA, autor de un libro absolutamente xenófobo, Vasconia, e inspirador del documento de 300 curas vascos titulado, Defensa de los derechos del pueblo vasco. José Alvarez Emparanza (“Txillardegui”) uno de los fundadores de la organización terrorista y creador de su denominación, ETA. Ingeniero de profesión, no era muy delicado en sus manifestacines, por ejemplo: “Antes hijo puta que español”. Eustakio Mendizábal, monje benedictino que se pasó al terrorismo secuestrando al industrial Lorenzo Zabakla, ladrón después de las tres toneladas de dinamita que sirvieron, entre otras acciones, para asesinar a Carrero Blanco. Ignacio Múgica Arregui, de tontear con el PNV a integrarse en ETA de la mano de un tipejo infecto, “El Cabra”. Múgica siempre estuvo enfrentado con el poder de la banda; Miguel Angel Apalategui, (“Apala”) líder de los facciosos “comandos berezis”, secuestrador frustrado del conde de Barcelona, asesino de Angel Berazadi y probablemente de su colega Eduardo Moreno Bergareche (“Pertur”); José Miguel Beñaran (“Argala”), el “motor cerebral” (así le denominaba “Egin”) de ETA en los años 70, participó activamente en el asesinato del vicepresidente Carrero, murió en 1978 víctima del contraterrorismo de Estado al explotarle una bomba preparada por el Batallón Vasco Español; Juan Lorenzo Lasa Michelena (“Txikierdi”) fue durante mucho tiempo negociador con las diferentes delegaciones del Gobierno Español que hablaron con ETA, fue también responsable de un grupo muy singularmente violento: el “Vizcaya”, y pasó más tiempo encarcelado en Francia que en España; Domingo Iturbe Abásolo (“Txomin”), en los años 70 fue sin duda alguna el principal dirigente de la organización, se encuadró en la ETA más brutal y más negociadora. Francia le exilió a Argel y allí preparó un acuerdo de paz, luego sin virtualidad, con los enviados especiales de González. Falleció allí, en Argel, según la versión oficial, caído desde un tejado; Santiago Arróspide Sarasola (“Santi Potros”), el patrón del coche-bomba que lo mandó utilizar en un sinfín de acciones de ETA, en un momento la banda abjuró de él porque se le incautó una gran documentación que propició la detención de un centenar de colabarores. José Javier Zabaleta Elosegui (“Baldo”) fue el sustituto de “Potros” en la dirección etarra, mandó en un “comando” terrible: el “Goyerri-Urolacosta”, fue apresado en Francia y enviado a España donde ha gozado de todos los posibles beneficios penitenciarios; Jose Luis Arrieta Zubimendi (“Azkoiti”), famoso porque era el celador de la casa en Sokoa donde la banda acumulaba datos sobre sus finanzas y la captación de nuevos terroristas, murió en julio de 2001; José Antonio Urruticoechea (“Josu Ternera”) es quizás el etarra más conocido, responsable mil veces de los asesinatos más crueles, condenado en Francia y en España por pertenencia a banda armada y hasta parlamentario, defensor de Derechos Humanos en Vitoria; Mikel Albizu (“Mikel Antza”) presente en la reunión con los tres enviados de Aznar, jefe del “aparato militar”, impulsor de una tregua fallida en 1998 porque Gaztelu y Soledad Iparaguirre decidieron regresar a su partircular “lucha armada”. Ignacio Gracia (“Iñaki de Rentería”) entró en la dirección de ETA cuando todos sus colegas estaban en la cárcel, durante su mandato ETA secuestró a Ortega Lara y mató a Miguel Ángel Blanco; y Javier Garcia Gaztelu (“Txapote”), activo en la “kale” borroka desde la que accedió directamente a la cúpula de la banda, jefe de los “Donosti”, asesino de Fernando Múgica y de Blanco, huido en Francia aún sigue, creemos que por poco tiempo gracias a Sánchez y Marlaska, en prisión.

Son todos, o casi todos, los jefe de ETA a los que Sánchez ahora ha blanqueado negándose siquiera a investigar sus tremendas biografías. Tienen todos una trayectoria de crímenes que ahora se quieren perdonar o en el mejor de los casos, olvidar. Nadie les conoció mejor que Carmen Gurruchaga en su libro precisamente titulado Los jefes de ETA.

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