‘Emilia Pérez’, la película de la que habla todo el mundo: ¿Es tan buena como dicen o es una estafa?
Crítica de Emilia Pérez, la película de la que habla todo el mundo: ¿Es tan buena como dicen o es una estafa? La cinta de Jacques Audiar ha sido nominada a diez Globos de Oro y es una de las favoritas para alzarse con los Oscar más importantes. Se podría decir que se trata de un narcomusical transgénero, una locura muy arriesgada y novedosa que recuerda al Almodóvar de los 80, aquel que rompía tabúes y no se dedicaba a dirigir películas de gente hablando sin parar, tal y como hace ahora. Emilia Pérez es un viaje surrealista y emocional. En realidad, la historia es típica de telenovela pero disfrazada de experimento artístico. Es muy valiente rodar algo así ahora mismo, de eso no cabe duda. Las protagonistas son Zoe Saldana, Selena Gomez y la española, Karla Sofía Gascón (quien podría ser la primera mujer trans en ser nominada a un Oscar). Pero la película no es perfecta y hay que advertir de algo: va a gustar más a aquellos que no hablen español.
Basada (más bien inspirada) en la novela de Boris Razon, Écoute, Jacques Audiar, director de maravillas como Un profeta y De óxido y hueso, sigue con sus acrobacias artísticas creando una película, a priori, imposible. La trama es la siguiente: una abogada mexicana sobrecualificada y menospreciada por su bufete recibe una oferta tan extraña como inesperada. El temido jefe de un cuartel de la droga quiere retirarse del mundo criminal y convertirse en la mujer que siempre ha soñado ser. A todo esto hay que añadirle números musicales en los momentos más inesperados que se balancean entre lo glorioso y lo ridículo.
Ya solo por la premisa, Emilia Pérez es un manjar. Es un más es más, una sobrecarga de estímulos que no está vacía. De hecho, el exceso es lo que, paradójicamente, hace que uno pueda entrar en la historia. Creerse una trama así, en la que un narco asesino cambia se sexo y después decide redimirse y hacer el bien por la sociedad a la que ha castigado durante décadas, es más fácil si te dicen, desde el principio, que lo estás viendo es una fantasía, una locura con canciones y números musicales (algunos muy gratuitos).
Lo mejor que se puede decir de Emilia Pérez es que es entretenida y emociona. Hay momentos brillantes: la escena en la consulta del cirujano, la de la protagonista acostando a su hijo o el número musical de Emilia con su amante- estupenda Adriana Paz-. Es ahí donde es imposible no conectar sentimentalmente con la historia y por lo que uno aguanta el atropellado conjunto.
Emila Pérez, más allá de sus fuegos artificiales, reflexiona sobre la redención, sobre si los humanos podemos cambiar o sólo fingimos que somos otros. Habla de la prostitución moral y de las segundas oportunidades. Jacques Audiar también se moja a nivel político, mostrando una sociedad mexicana que se ahoga con el drama de los desaparecidos por el narcotráfico. En este sentido, la película es demasiado brusca e incluso incoherente. Sin hacer spoilers, decir que el final puede interpretarse como algo contrario al mensaje anti violencia que nos han vendido durante dos horas. Si el director hubiese optado por algo de ironía podría entenderse, pero no es el caso.
Lo peor: el sonido
También hay que aplaudir el trabajo de Karla Sofía Gascón y de Zoe Saldana como actrices. Lo de ser cantantes es otra cuestión. Aquí es donde falla Emilia Pérez.
Para un hispanohablante, que Selena Gómez sea nominada a algún premio es un insulto. Entiendo, desde casting, la decisión de contar con esta estrella estadounidense, de hecho, físicamente, es perfecta para su personaje. El problema es que no se la entiende al hablar, ni a ella ni a casi nadie dentro de los números musicales. Audiar ha creado un artefacto visual estupendo pero terrible en lo auditivo. El espectador que no hable español y lea subtítulos disfrutará mucho más de la experiencia. Y no es una cuestión de acentos, es un chapuza de sonido y de arreglos musicales.
¿Se merece Emilia Pérez el Oscar? Cinematográficamente hablando, hay opciones mejores este año (Anora o Wicked, por ejemplo), pero es verdad que su sola existencia y su repercusión social abre puertas a un tipo de arte que hace mucho que no se ve.