OkSalud
¡Cuántas veces impedimos llorar o gritar a nuestros hijos!

Cómo influye nuestra madre a la hora de elegir pareja en la vida adulta

La madre es muy importante para cualquier bebé, durante la vida intrauterina y durante los primeros años de vida, siendo especialmente necesaria mientras el bebé no se pueda valer por sí mismo. Los seres humanos somos muy dependientes de nuestros cuidadores durante mucho tiempo. Durante los primeros años de nuestra vida necesitamos a nuestros padres o sustitutos parentales para sobrevivir.

Cuando nacemos somos puro amor, somos perfectos en nuestra esencia como seres humanos. Cuando somos pequeños, y sobre todo cuando todavía no sabemos hablar, expresamos nuestras necesidades básicas cuando éstas se manifiestan, por ejemplo, lloramos cuando tenemos hambre, estamos irritables cuando tenemos sueño o nos reímos cuando nos sentimos felices. Durante los primeros años de nuestra vida no reprimimos nuestras emociones, vivimos y expresamos sin filtro, por esto lloramos al sentirnos decepcionados por alguna experiencia dolorosa y a los cinco minutos estamos alegres de nuevo. Dejamos que la emoción circule libremente y ésto permite que ésta sea vivida en el cuerpo y se libere.

Esta expresión por parte del bebé de sus necesidades básicas (hambre, sueño, etc…) y afectivas (tristeza, enfado, miedo, alegría, frustración, etc…) no siempre es bienvenida y bien recibida por parte de sus cuidadores, sea la madre, el padre, los educadores o cualquier persona que esté en el entorno más cercano de éste. ¡Cuántas veces impedimos llorar o gritar a nuestros hijos! Todas las emociones que reprimimos, que no expresamos, se quedan retenidas en nuestro cuerpo.

Como niños queremos ser queridos y aprendemos muy rápido que si nos adaptamos a las demandas de nuestros cuidadores, seremos más queridos por éstos. Esto nos lleva a dejar de ser nosotros mismos para ser como se espera de nosotros. Por amor, renunciamos a nuestra esencia, y nos adaptamos a lo que se nos pide. Es un mecanismo muy inteligente que aprendemos muy rápido de manera inconsciente cuando somos pequeños y dependientes para sobrevivir a y en nuestro entorno.

Para adaptarnos a nuestros cuidadores, es necesario que nuestro sistema nervioso esté en un estado de alerta permanente, para que nuestro cerebro pueda escanear y saber lo que éstos esperan y necesitan de nosotros, y nosotros poder tomar las decisiones más o menos conscientes para actuar en consecuencia. Si se trata de nuestra madre biológica, con la que el vínculo es mucho más estrecho y celular, por haber estado en su vientre, estos mecanismos se dan de manera más intensa e inconsciente y nos dejan mucha más huella en el desarrollo de nuestra personalidad y sentido del Yo. No solamente vamos a satisfacer lo que nuestra madre nos demanda, también lo que necesita de nosotros, convirtiéndonos en cuidadores de nuestros cuidadores.

Lo que es un mecanismo de adaptación muy inteligente para sobrevivir de pequeños, nos acaba limitando y dificultando para desarrollar una vida plena como adultos, pues no nos permite vivir desde nuestra esencia, desde nuestro corazón. Renunciamos a nuestra esencia para adaptarnos a lo que se espera de nosotros, aprendiendo a reprimir nuestras emociones y sentimientos, aprendiendo a no estar a la escucha de nuestro corazón, poniendo capas, protecciones y corazas que nos desconectan de nuestro ser más profundo.

Esta desconexión de nosotros mismos nos impide relacionarnos de manera auténtica, no solamente con los demás, sino también con nosotros mismos. Ya no sabemos qué escondemos debajo de tantas adaptaciones y protecciones, no sabemos qué quiere nuestro corazón, no reconocemos nuestras necesidades básicas, afectivas, deseos y anhelos. Esto nos puede dificultar, por ejemplo, entre otras cosas, a la hora de mantener una relación sana, estable y duradera con nuestra pareja. Si no estamos en contacto con nosotros mismos, si no conocemos nuestros deseos y anhelos más profundos, no podremos compartirlos con nuestra pareja, ni tampoco sabremos entender ni ser empáticos con las necesidades y demandas de ésta.

La adaptación al entorno nos ha llevado a proteger nuestro corazón. Renunciar a nuestra esencia es doloroso, pero ya no nos acordamos de este dolor. Nuestro cerebro nos protege muy sabiamente de este dolor, hay estudios que “muestran que la memoria privilegia los recuerdos agradables” . Nuestro cerebro tiende a recordar lo bueno y a olvidar lo malo. Olvidamos el dolor de tener que renunciar a nosotros mismos por pura supervivencia. Esto nos pasa factura en la edad adulta, tanto en la relación con nosotros mismos, como en la relación con los demás, y muy especialmente en las relaciones de pareja, al ser éstas mucho más íntimas.

Cómo haya sido la relación con nuestra madre, es decir, cómo nos hayamos sentido al vincularnos con nuestra madre, va a influenciar la manera en que nos vamos a relacionar con nosotros mismos, con los demás y concretamente con nuestra pareja. En la pareja es donde se reflejan con más intensidad los patrones relacionales que hemos desarrollado en la infancia. Nos sentimos cómodos creando vínculos relacionales con personas que actúan de una forma conocida por nosotros, es decir, que su manera de actuar se parece a la manera de actuar que tenían nuestros cuidadores y especialmente nuestra madre o figura materna.

Si nuestra pareja se parece a nuestra madre o a nuestro padre, podremos utilizar con nuestra pareja los mismos mecanismos relacionales que desarrollamos para sobrevivir de pequeños. Nos mantenemos en nuestra zona de confort. No obstante, este confort supone que también nos mantenemos en un estado de alerta permanente y en un estado relacional de supervivencia con nuestra pareja, es decir, no nos sentimos suficientemente seguros ni con la confianza necesaria para abrir nuestro corazón y mostrarnos de manera auténtica.

Si tenemos la voluntad, el coraje y la determinación, además de la curiosidad, para salir de nuestra zona de confort, es decir, para revisar nuestros patrones relacionales y para conocer mejor nuestros mecanismos de adaptación, instalados durante nuestra infancia, es muy probable que consigamos relaciones de pareja mucho más sanas, estables y duraderas.

A veces tenemos experiencias vitales que nos obligan a revisarnos y a mirar hacia dentro para conocernos mejor, para poder sostener mejor el dolor que nos invade, como puede ser una depresión, un divorcio, una enfermedad o la pérdida de un ser querido. Hay personas que pueden transitar solas este aprendizaje de auto-observación de sí-mismos, pero otras van a necesitar el acompañamiento de algún terapeuta.

Las terapias basadas en la escucha del cuerpo, que es donde se han quedado retenidas nuestras emociones reprimidas e inscritos nuestros traumas de la infancia, como por ejemplo el Método de Liberación de las Corazas (MLC©), nos pueden ayudar a explorar este mundo tan maravilloso que es nuestro inconsciente, sede de nuestros patrones relacionales y mecanismos de adaptación, para poder mirarlos, hacer conscientes, transformarlos y sanarlos, acompañados de una mirada amorosa y compasiva de un buen terapeuta.

Judit Mateu, terapeuta psico-corporal, formada en el Método de Liberación de las Corazas (MLC©), en Brainspotting© y en el Método Aleceia© de reprocesamiento y sanación del trauma. Miembro de la Asociación MLC-IT España.