Yolanda Díaz, esa ‘estadista’…

Yolanda Díaz

Sostiene un proverbio hindú que nada de lo que no es verdad permanece. Hace un lustro, Pablo Iglesias trajo a Madrid a una ignota dirigente gallega con vitola y militancia comunista, que en su tiera sólo se había distinguido por soflamas caribeñas: Yolanda Díaz.

Iglesias valoró en la muchacha ferrolana que sabía algo de Derecho Laboral y había ejercido a tiempo parcial en CCOO, donde el padre de la hoy vicepresidenta tenía voz y voto.

Llegar a Madrid y ser nombrada ministra permitió a la ambiciosa cambiar por completo de vida. Descubrió el oropel del poder, el buen sueldo y vivir a costa de los contribuyentes. Eso es una cosa y otra  tratar de ganar protagonismo público mediante patochadas inexportables. Alcanzado el objetivo de convertirse en lideresa de la ultraizquierda, tras apuñalar a su antiguo sponsor político, alguien engaña a la señora Díaz al considerarla una estadista sin par. Es lo que es. Punto.

Tras el soberano sopapo recibido por parte de sus paisanos galaicos (0 patatero) en las todavía recientes elecciones regionales, Yolanda Díaz, tras pasar semanas en un entendible silencio, ha vuelto pegando codazos en busca de su minuto de gloria. Todo el mundo sabe, salvo quienes no quieren saber la realidad, que las cifras de desempleo que ofrece su Ministerio están trufadas de engaño. No tiene coraje para ofrecer los datos sobre los «fijos discontinuos»; como lo hacen en las latitudes donde mandan sus compis comunistas, prefiere presumir, subida a una realidad que sólo existe en su particular ínsula barataria.

Lo último sobre el horario de los restaurantes es de aurora boreal. ¿Sabe proponer algo más allá de recetas comunistoides ya fracasadas por su propio pie? ¿Propone algo que ensanche esas libertades individuales de las que ella disfruta? Decididamente, no. Tengo para mí que Díaz tiene dos discursos en la línea de sus libertadores genocidas: uno para los demás, otro para ella misma y sus amigos.

Yolanda Díaz volverá a lo que era cuando le hagan bajar del coche oficial. Esto es, nada.

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