1.600.000 millones de deuda pública

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  • Graciano Palomo
  • Periodista y escritor con más de 40 años de experiencia. Especializado en la Transición y el centro derecha español. Fui jefe de Información Política en la agencia EFE. Escribo sobre política nacional

Son datos y cifras oficiales. En este inacabado mes de abril del año de desgracia 2024, el Estado español alcanzó el billón seiscientos mil millones de deuda pública, el máximo histórico jamás visto por estos lares: 1.600.000 millones de euros.

Insisto, cifras oficiales, que también conoce la Unión Europea. Todo ello cuando la vuelta de tuerca fiscal e impositiva ahoga a la clase media, trabajadores, pequeños y medianos empresariales y a todo ciudadano español que no haya optado (como el hermano del presidente Sánchez) por residenciarse fiscalmente en otros lugares, sin ir más lejos, Portugal. Esos datos subrayan que una familia de clase media baja aporta una media de 20.000 euros anuales a las arcas públicas.

La elevada fiscalidad, que hasta los más caracterizados y talibanes defensores del gobierno de izquierda admiten, no permite, sin embargo, rebajar el nivel de deuda pública, que algunas generaciones posteriores (muchas) tendrán que afrontar si no se desea que España entre en quiebra e insolvencia pecuniaria.

Entonces, ¿dónde está el problema para que dicha deuda se acerque al 120% del PIB? Sencillamente, en el gasto, cada día mayor, gasto improductivo que sólo beneficia a los enchufados políticos y a todo ese cosmos que vive de la política. Desde Europa, desde las entidades independientes más prestigiosas, se lo vienen advirtiendo a Sánchez desde hace seis años. Control del gasto, control del gasto improductivo.

Sucede que ese control casa mal con los intereses políticos de una izquierda irredenta cuyo fundamento ideológico es acabar con las clases medias, por supuesto los ricos, a semejanza de lo ocurrido hace muchas décadas en países en los que han gobernado y gobiernan. Les encanta hacer caridad, lo llaman justicia, con el dinero que no es suyo.

Hacer justicia, por un lado, significa crear empleo productivo, no en las cinco administraciones que pagamos y aún padecemos. Hacer justicia significar ser austeros en el gasto donde el Gobierno tiene que dar ejemplo y no vivir a costa del contribuyente como si hubieran nacido ricos. ¿Me entiendes, Yolanda? ¿Me entiendes Sánchez?

Hacer justicia es no dejar una herencia totalmente ruinosa a las futuras generaciones, que tendrán que pechar con el despilfarro de las anteriores.

A nadie o a pocos parece importar este asunto capital. ¿Quién va a invertir en una nación con esas cuentas? ¿Quién prestará dinero a un Estado en ruina?

Decididamente, interesa más la rabieta de Sánchez, profundamente enamorado de Begoña, que las cosas de comer.

¿Algo puede salir mal? ¡Pues eso!

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