Vicente Gil: «Sánchez resiste en el 30% de voto mientras Feijóo y Abascal dividen el de la derecha»

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Las elecciones europeas del domingo son cruciales para Europa y para España. Cualquiera que quiera cambiar las cosas en Europa y en España debe ir a votar, aunque tenga una playita cercana o un plan mejor. Sánchez quiere que usted no vaya a votar.

Es inevitable pensar que el 9J es, en España, un plebiscito sobre Sánchez. El domingo es necesaria una derrota clara del PSOE y del sanchismo. Por España y para que llegue a Europa un mensaje robusto de rechazo de los españoles a la amnistía y a la deriva totalitaria y bolivariana de Sánchez y sus socios independentistas.

El problema va a ser el de siempre. Que el voto de la derecha y el centro derecha está fragmentado. Sánchez juega con ello hábilmente mientras mantiene, según las encuestas, un 30% de parroquia inculta, fanática, amoral y apesebrada en la que no hace mella nada: ni la amnistía, ni la corrupción de Ábalos y Koldo, ni los chanchullos de Begoña Gómez.

Y no sólo eso. El PSOE se mantiene estable en torno al 30% porque lo que pierde hacia el PP de Feijóo lo recupera por la extrema izquierda comiéndose a Sumar y a Podemos.

Frente a ello, frente a la concentración de voto en torno a Sánchez, hay dos partidos: PP y Vox. Dos partidos que -hay que aceptar- son legítimamente diferentes y más si hablamos de Europa. El 9J son elecciones europeas y de Europa emanan la mayoría de directrices, leyes y orientaciones políticas.

El próximo Parlamento Europeo intervendrá en el nombramiento del nuevo presidente de la Comisión, que, hasta ahora, han resuelto, a modo de chanchullo bipartidista, el Partido Popular Europeo y los socialistas europeos. Aquí, de nuevo, encontramos que los socialistas europeos hacen piña con la extrema izquierda antidemocrática y con los grupos afines en Estrasburgo a los independentistas españoles que ponen en riesgo la unidad de un país miembro. Mientras tanto, el PP europeo, acomplejado, ha entrado en el discurso que le marca la izquierda: jugar con el miedo a la ultraderecha.

El PP y el PSOE -dice Vox- han votado juntos el 90% de las veces en la última legislatura europea y González Pons ha presumido de ello. Aquí llega el problema discursivo para el PP en esta campaña. Que el PP en Europa no se distingue con claridad del PSOE en las materias nucleares de la agenda europea: el Pacto Verde que arruina a agricultores y ganaderos, la Agenda 2030, que condiciona y resta competitividad a nuestros sectores productivos mientras China, Estados Unidos, India o África contaminan lo que les da la gana y Marruecos nos toma el pelo. Y, sobre todo, la cuestión de la inmigración ilegal en relación a las ayudas sociales con las que se les premia por saltarse la frontera; en relación a la delincuencia y la inseguridad ligada a miles de inmigrantes sin oficio ni beneficio danzando por España y en relación a la creciente islamización en guetos de nuestro continente.

Ésta es una realidad que los ciudadanos europeos y españoles viven, palpan y sufren bajo su casa, en sus barrios y en sus parques, pero que los dos grandes partidos, PP y PSOE, no quieren aceptar por miedo a que -como le ha gritado hoy Irene Montero a Buxadé en un debate- les llamen «racistas». A Buxadé le da igual, del PSOE no extraña, pero el PP no quiere o no puede y sigue en un mar de dudas en esta cuestión. Lo peor que puede pasarte en una campaña electoral.

Extraña que el PP no sea capaz de actualizar su posición sobre una realidad que está en la calle por miedo al qué dirá la izquierda. En las elecciones catalanas, Alejandro Fernández lo vio claro y pasó de las indicaciones centristas de Génova. Hoy, Feijóo ha sacado el tema para decir que exigirán a los inmigrantes un compromiso con los valores de Europa.

Vox presume, además, de aliados en el exterior con Netanyahu, Trump, Milei o Meloni. El PP se ha traído este fin de semana a Ursula von der Leyen a la que la mitad de los españoles no conocen y la otra mitad asocian a Sánchez porque la ven como esa señora, casi enamorada del felón, que lleva cinco años echándole capotes desde Bruselas.

Von der Leyen ¿es la mejor aliada que traer? ¿Está el PP en lo que está? ¿Está González Pons (que es quien manda en esto, con permiso de Dolors Montserrat) en lo que tiene que estar o en cuestiones internas del PP europeo con Von der Leyen cuestionada buscando la reelección y Manfred Weber de salida? ¿Está el PP en rollos internos de casta política europea y pensando, mientras, en cómo se repartirán con los socialistas los megachollos de cargos a partir de septiembre o piensa el PP en España? Demasiadas cosas, quizá, de nuevo, para focalizar una campaña con mensajes claros y contundentes.

Es evidente que un buen resultado del PP español le hará ser fuerte dentro del PP europeo y que -se supone- eso irá en beneficio de España. La pregunta es: ¿Para qué? ¿Para seguir pactando con los socialistas en Europa? El argumento de Vox está claro y el PP no sabe cómo zafarse de él, mientras Sánchez acompleja a Génova con el rollo de la ultraderecha. Al PP le marcan el terreno de juego en las campañas.

¿El ascenso de Vox y los partidos conservadores y reformistas europeos que auguran las encuestas puede cambiar esta dinámica bipartidista y turnista de populares y socialistas en Europa? ¿Imaginan que los conservadores y reformistas superaran a los socialistas? ¿Preferirán los populares seguir repartiéndose los cargos europeos con los socialistas y hacer con ellos las mismas políticas que hasta ahora o se abrirán a los de Abascal, por la vía de Meloni, que ya no asusta, y a la que Feijóo corteja?

Es cierto, también, que en el grupo de Vistalegre no es oro todo lo que reluce por más que aparecieran juntos en Madrid. Meloni no es Le Pen, Le Pen odia a los agricultores españoles y, probablemente, odia todo lo que no sea Francia y Le Pen tampoco es Orbán, que aparenta ser proPutin y, si pudiera, abandonaría a Ucrania a su suerte. Está por ver cómo se organizan entre todos ellos en Estrasburgo y si son capaces de hacer fuerza juntos.

Y así las cosas, mientras Sánchez concentra votos, Vox insiste: el 9J no es un plebiscito sobre Sánchez. Y el PP reitera: el 9J es la respuesta que puedes darle al sanchismo con tu voto.

Y, al final, ésta es la cuestión. Sánchez, en torno al 30% estable y, enfrente, dos partidos divididos que buscan -no nos engañemos- eliminarse mutuamente. Ambos apelan a nuestro patriotismo, pero son incapaces de sacudirse su egoísmo. Patriotismo sería que se unieran para acabar con el felón y, luego, ya que cada uno defendiera sus posturas. Pero primero España y la democracia.

Este es un dilema nada fácil de resolver que tensa, pero desanima, al votante de centroderecha dudoso y que le encanta a Sánchez. Por eso, Sánchez engorda de protagonismo a Vox con la inestimable ayuda de la torpeza del PP, sumido en complejos y contradicciones discursivas con las que no consigue marcar la agenda de las campañas.

El 9J se decide sobre los agricultores, ganaderos y transportistas europeos y españoles; sobre la industria; sobre la libertad de prensa; sobre la inmigración, la seguridad y la islamización creciente del continente y sobre la ideología de género metida en las escuelas lavando el cerebro de nuestros niños. Pero también es una oportunidad de debilitar, en España, a un Sánchez que resiste a todo.

Feijóo, como contamos en LA ANTORCHA al día siguiente de las elecciones catalanas, no ha descartado, hoy, presentar, tras el 9J, una moción de censura «en función -ha dicho- del contexto». Lo mejor que podría hacer es no hablar en público del tema.

El contexto -les traduzco- son dos cosas. Por un lado, que haya una victoria amplia del PP sobre Sánchez que ni la prensa del régimen pueda disimular, como en las autonómicas y municipales del 28M. Y, por otro lado, que Sánchez (lo dudo) hiciera presidente de la Generalitat a Salvador Illa y cabreara a Puigdemont de tal manera que Junts pudiera apoyar por sorpresa(González Pons mediante) una moción de censura contra Sánchez. En ese caso, Illa ya puede ir haciendo las maletas para ser nombrado embajador en Mali o Senegal.

Dudo que Sánchez se arriesgue. Si se lo huele, cinco minutos antes de una moción de censura, si es necesario, convocaría elecciones. No será tan tonto como Rajoy.

El jueves se aprobó la amnistía y no podemos olvidarlo. Olvidarlo es traicionar a los catalanes que sufrieron el golpe y se sienten extranjeros en su propia tierra; a los policías y guardias civiles que defendieron la Constitución jugándose la vida y al Rey Felipe y su discurso del 3 de octubre.

Sánchez no es idiota y está retrasando la sanción real de la amnistía, usando al Rey de nuevo para sus chanchullos electorales y amenazar a Puigdemont. Si Sánchez disolviera el día 10 las Cortes, por ejemplo, la amnistía no entraría en vigor al no haber sido publicada en el BOE. El plazo de la sanción real son 15 días.

Un juego entre trileros con el Rey por medio. Don Felipe está cumpliendo, estrictamente, su papel constitucional.

Esto es, en el fondo, lo que hay en juego también el 9J. Un ser o no ser para España como nación más allá de la agricultura o la inmigración. España es una monarquía constitucional. Con la amnistía (y el referéndum que les dará), Sánchez va a cargarse el régimen del 78 para situarse, de facto, en un proceso constituyente y establecer un nuevo estatus político donde dominar los poderes del estado (le queda la Justicia), fracturar la sociedad, eliminar la libertad de prensa y gobernar sólo para media España (los suyos).

Éste es el plan de la banda de Sánchez que, también, está en juego el domingo que viene. Y que nadie lo olvide. Acabar con la Constitución del 78 será acabar con la libertad y la democracia en España. Pero será acabar, también, tiempo al tiempo, con el Rey y la Corona. Porque sin la Constitución del 78, Majestad, ni hay ni habrá monarquía constitucional. Y es lo que buscan.

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