Opinión

El verdadero peligro

Es arriesgado en una sociedad desviarse de los verdaderos peligros. Se produce cuando se maximiza o se prioriza uno y a su vez éste, tapa u oscurece otro que quizá pudiera ser más importante.

El tema del teatro soberanista catalán supone un peligro, más por el cierto resquebrajamiento social que por lo político o histórico. Pero se trata de un peligro que acabará “implosionando” tras la cascada de ceses, dimisiones, dudas y cobardes enfrentamientos pasándose la “patata” unos a otros por parte de la exigua minoría que pretende, mediante una ilegalidad manifiesta, romper España. Si, exigua minoría, pues suponen solo un cuatro por ciento del total nacional (la soberanía nacional reside en todo el pueblo español). Junto a lo anterior únicamente quedaría que el gobierno de España cumpla con la obligación de aplicar la ley. Solo la ley, pero toda la ley sin concesiones hacia quien desde su voracidad se muestra insaciable, hacia quiénes con inusitada chulería, retan con descaro a todos los españoles.

Pero el verdadero peligro viene de la deriva del nuevo PSOE y en la figura de su Secretario General. Las propuestas de Sánchez son tan delirantes como falsas. “El federalismo que defendemos los socialistas será la garantía de que exista un futuro común”, “la España nación de naciones es la España que vendrá”, “nación de naciones con una única soberanía”, “que se reconozca la identidad nacional de Cataluña dentro del ordenamiento constitucional». Y hace escasos meses, abochornado, Patxi López le preguntó en el debate de primarias: «Vamos a ver, Pedro, «¿sabes lo que es una nación?». La Ciencia Política no recogerá en sus anales la contestación dada.

Sánchez desconoce que el concepto moderno de nación tiene escasos doscientos años. Que “nación”, desde la perspectiva jurídica, es la nación política que lleva adherida la soberanía, la independencia nacional, que desemboca como actor de derecho internacional en un Estado. No se puede disociar de “nación” como sentimiento cultural, como tradición, como historia común y ancestral de sus pueblos. Separar ambas concepciones supone una absoluta carencia de sentido político.

Pero en Sánchez también se muestra una supina ignorancia jurídico constitucional. Ignora, miente o ambas, que sus “funambuleras propuestas” necesitan la modificación de la Constitución y que ésta, por la rigidez en sus mecanismos resulta hoy prácticamente imposible. Para proceder a su modificación es necesario que, por dos veces, sean los españoles, catalanes incluidos, quienes lo ratifiquen.

Aclaremos tal circunstancia. En primer lugar y antes de emprender el mecanismo “técnico de reforma”, la gran mayoría de los partidos con representación parlamentaria deben ponerse de acuerdo, pues en el caso de que alguno impusiera su “minoría de bloqueo”, el proceso de reforma empezaría y terminaría ahí. El Partido Popular tiene dicha “minoría de bloqueo” que le permite “paralizar” cualquier intento de reforma, pues disponen de un tercio más uno de escaños en el Congreso y mayoría absoluta en el Senado.  Si enloquecieran y no aplicaran la citada “minoría”, se pondría en marcha el procedimiento agravado que describe el artículo 168. Aprobada la reforma se procedería a la disolución de las Cortes y convocatoria de elecciones generales. El nuevo Parlamento debería ratificar la reforma aprobada y finalmente sería de nuevo el conjunto de los españoles, catalanes incluidos como españoles que son, los que debieran aprobarla mediante referéndum.

Nunca he sido un entusiasta de la frase “España necesita un PSOE fuerte” aunque por sentido de Estado y respeto por quienes profesan un socialismo “racional” entiendo debería ser así.

Mi falta de entusiasmo por tan optimista lema queda apuntalado más si cabe ante el peligro de un Secretario General que desde su ignorancia y arrogancia pueda llegar a dirigir los destinos de nuestra Nación.

Como dijo Steve Alten,  escritor norteamericano, “¡Ay, cómo florecen las semillas de la altanería cuando se plantan en el suelo de la ignorancia!”.